Capítulo 24: Destellos

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—¿Dónde están todos? —pregunté mirando a mi alrededor.

—En la clínica —oí a Ludmila.

Asentí silencioso y subí las escaleras corriendo, no tuve tiempo de contemplar mi habitación otra vez, sólo lancé el bolso a la cama sin siquiera encender la luz y bajé con prisa.

—Vámonos.

—¿Qué? Recién hemos llegado, debes comer algo, Bruno —Ludmila frunció el ceño.

—Olvídalo, vámonos, quiero llegar rápido a la clínica.

—Bruno...

—¿Vas o me voy solo? —la observé con seriedad, no estaba para conversaciones prolongadas ni menos para comenzar a prepararme comida. Sólo quería llegar a la clínica para ver a papá.

—De acuerdo, vámonos —se rindió mi hermana.

El autobús que nos dejaba cerca de la clínica no tardó en pasar y cuando me bajé frente a la gran edificación lo hice con las manos sudorosas y un nudo en el estómago. Ludmila intentaba hablarme, pero yo sólo le respondía con monosílabos, no era capaz de coordinar mis pasos junto con mis palabras. No sé qué estaba diciéndome, pero la detuve haciéndole una única pregunta.

—¿Él está mejor? —mi cabeza bloqueó el momento en que Ludmila me había dicho por teléfono la gravedad de mi papá, sólo quería oír que se había mejorado en un día.

Ella sólo se quedó mirándome por un momento y negó con su cabeza en completo silencio. Y, por primera vez, sentí miedo. Ludmila habló con las personas de la recepción, le indicaron la sala en donde se encontraba papá y subimos en el ascensor también en silencio. No quería hablar con nadie, sólo verlo y asegurarme de que seguía consciente.

—¿Estás bien? —oí la voz de mi hermana cuando nos bajamos en la planta correspondiente.

—Sí. No es nada —mentí.

Doblamos por un pasillo vacío hasta que casi al final comencé a ver caras conocidas, eran mis tías: Johana y Katherine, las hermanas de papá. Ambas estaban sentadas en la sala de espera y apenas me vieron, ambas se pusieron de pie, emocionadas.

—¡Brunito! —chilló mi tía Kath al verme, se acercó a mí y me abrazó con fuerza —¿Cómo estás, mi niño?

—Bien —le sonreí sin muchas ganas.

El segundo abrazo apretado fue de mi tiene Johana, quien usualmente era un poco más seria que Kath.

—¿Cómo estuvo el viaje? —nos preguntó.

—Más corto de lo que pensé —contestó Ludmi sentándose al costado de mis tías.

—¿Dónde está papá? —las interrumpí.

Las tres se quedaron mirándome, casi pidiéndose permiso para poder emitir una palabra, pero la que se adelantó para hablar fue la tía Kath.

—Está adentro —indicó la sala que teníamos al frente —. Te estaba esperando.

—¿Puedo entrar?

Kath asintió con una sonrisa triste.

No quería reconocerlo, pero toda la situación parecía una película de terror. Los pasos que daba para avanzar eran cada vez peores. Cogí una gran bocanada de aire y puse mi mano en el picaporte, luego lo giré y me armé de valentía para poder entrar. Empujé la puerta y luego la cerré a mi espalda.

—Bruno... —oí la voz de papá.

Algo se encendió en mi pecho, su voz era grave y cansada.

—Papá —me acerqué lentamente a él.

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