3: Interludio #1

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Carrie

El sonido del agua era reconfortante. La temperatura era la indicada, y la sensación de su caída sobre mi piel lo era mucho más. El aroma del jabón de lavanda me relajaba por completo, además de quitarme el olor del líquido del interior del huevo, aunque también, dejaba mi piel tan suave cómo la seda.

Cerré el grifo de la ducha, estaba mojada, desnuda, oliendo a lavanda, y, con una relajación tan grande que quería volver a dormir. Tomé una toalla de color rosa, la enrollé alrededor de mi torso, y salí de la bañera escurriendo gotas de agua por todo el piso. Al salir del baño, me encontré al dragoncito sobre la cama, estaba mordiendo uno de mis peluches con desesperación; al parecer tenía hambre, lo cual era muy comprensible, llevaba una hora de haber nacido, y ahora necesitaba comida, agua, leche o, pero... ¿Qué demonios era lo que comían lo dragones bebe?

Sabía de dragones solo por lo que leí en los libros de George R.R. Martin, que comían carne, vivían cientos de años, y que exhalaban fuego.

No tenía ni la más remota idea de que usar para alimentar al pequeño Drake. No me quedaba de otra más que usar el método de prueba y error, muchas cosas buenas siempre resultaban de ese método, aunque la mayoría llegaba fracasar. Antes de intentar cualquier cosa, debía cambiarme, secarme el cabello, y cambiar las sabanas de mi cama, que olían realmente mal.

Quité las sabanas, enrollándolas hasta obtener un enorme balón de tela humeda, que llevé hasta el cuarto de lavado. Estando de nuevo en mi habitación, usé la secadora para dejar mi cabello sin rastros de humedad, froté mis piernas con crema suavizante, y de último, me puse un par de pantaloncillos azules que llegaban hasta mis rodillas, y una blusa blanca.

—Ven pequeño —dije al quitarle el peluche de la boca. Sus ojos se posaron sobre mí, y una explosión de felicidad fue directo hacia mí. Quería que lo cargara, se paraba sobre sus patas traseras, apoyando las delanteras en mí, tratando de alcanzar mis brazos—. ¡Vaya que me quieres!

Lo cargué cómo si arrullara a un bebe, su espalda y sus alas estaban posada sobre mis brazos, mientras sus cuatro patas estaban flexionadas y apuntando hacia arriba, al igual que su mirada. Cuando me dirigí a las escaleras, su cola se enroscó alrededor de mi brazo con fuerza, comenzó a temblar al mirar hacia abajo. Estaba asustado.

—Descuida —dije acariciando su cabeza—. Todo estará bien. No voy a dejar que te caigas, lo prometo.

Al parecer había entendido a la perfección mis palabras, pues me devolvió la mirada, dejó de temblar, y frotó su cabeza contra mi cuerpo. Confiaba plenamente en mí.

Escalón por escalón descendí. Drake siguió tranquilo, sin dejar de acariciarme.

Cuando estuve en la cocina, lo dejé sobre la mesa, para sacar toda la comida del refrigerador para ver qué cosas le gustaban.

—Quédate muy quieto, sí. Voy a darte de comer en un segundo.

El sacó la lengua al sentarse sobre sus patas traseras, lamiéndose el labio superior, lo que me hizo pensar que, para tener una hora de nacido, era demasiado inteligente.

Me volví al refrigerador. Asalté completamente su interior, tomando: leche, huevos, frutas verduras, una rebanada de pastel, etc. Todo lo que tenía para comer se encontraba ahora en la barra al lado del refrigerador, junto a una canasta con bolsas de frutas secas.

—Muy bien... Probemos con lo más obvio —murmuré, cortando un trozo de carne de un filete de res—. Ten dragoncito, disfrútalo.

Esperé ansiosa mientras el solo olfateaba el pequeño cuadro de filete, y mis nervios colapsaron cómo una ventana rota, cuando dejó salir un chillido de desagrado, sin siquiera probarla. Quedé atontada por un segundo, ¿cómo era posible que no le gustara la carne? ¿Es un dragón?

Drake: El secreto de Carrie Washington (En edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora