2: Veinte años más tarde

249 43 45
                                    

Carrie

Todo empezó también que no me lo pude creer. El reloj despertador no hizo ningún ruido hasta las 8 am, los rayos del sol no atravesaban la ventana para molestarme al dormir, e incluso, Chloe no había tocado a mi puerta para que me despertara, y mis ánimos se encontraban tan alto como las nubes. Estaba tan cansada por el trabajo de anoche, tuve cientos de ideas para una nueva empresa a la cual publicitar y logré llevar a cabo la mayoría de ellas, pero terminé hasta la madrugada. Estaba acostumbrada a esto, ahora con solo dormir un par de horas, tomar una taza de café, y desayunar junto a mis hijos, era lo que me mantenía llena de energía.

—Vamos Carrie, levántate —dije sentándome en la orilla de la cama—. Hoy empiezan las vacaciones.

Me puse de pie, estirando los brazos lo más que podía, luego me flexioné un poco hasta que mi cadera emitió un ruido, me dolió, pero ya no me sentía tan rígida como un segundo atrás. Me dirigí hacia el baño, donde realicé toda mi rutina de higiene, hasta finalizar con mis anteojos, permitiéndome ver con mayor claridad.

Con un sabor a menta en la boca, me puse un pantalón, unos zapatos cómodos, y una blusa con un estampado plateado de flores. En ocasiones, al verme al espejo, me sorprendía lo mucho que seguía pareciéndome a la joven de hace veinte años: ruda, motivada, activa, y cien por ciento responsable. No importaba que estaba a tan solo tres años de cumplir cuarenta, me seguía sintiendo con una juventud inagotable. Bajé las escaleras con un delicioso aroma impregnando el aire, eran hot cakes.

Desde la entrada de la cocina, observe a la joven rubia, de ojos verdes, cuyo rostro era una copia casi exacta del mío. A excepción de los rasgos heredados por su padre. Chloe cocinaba mientras tarareaba, la misma tonada era repetida por sus cuerdas bucales desde que era una niñita en los momentos de mayor felicidad.

—Despertaste con ánimos para cocinar —comenté.

—Por supuesto. No quería pasar todo el día durmiendo —contestó volteándome a ver.

—Espero que hayas hecho para tu hermano. Sabes que él ama las cosas dulces.

—Cómo olvidarlo. Nunca deja de pedirme chocolates —contestó al apagar la estufa—. Le hice una docena —mostró un plato, con una torre de masa, zarzamoras y crema batida, que de solo verla provocaba caries—. No creo que esto lo satisfaga. Nunca.

—Tienes razón. Pero a él le encantará —contesté tomando el plato.

Me volví hacia la puerta corrediza, estaba abierta, dejando pasar una fresca brisa con el olor del pasto húmedo. El mejor olor del mundo. Al caminar por el patio, giré la cabeza a la izquierda, directo hacía la jaula de Lázaro, la "mascota" de Chloe, un jaguar negro de tres años y medio de edad. Chloe, lo había encontrado abandonado dentro de una caja de madera a un lado de la carretera, pasó días ahí, sin comida ni agua. Enfermó, pero Chloe se encargó de él durante semanas, hasta que recuperó peso y salud.

Lázaro, soltó una especie de rugido con el cual nos daba los buenos días cada mañana. A veces llegaba a pensar en que ella había heredado demasiado de mí, pero en verdad, demasiado. Entré al granero, abriendo una de las grandes puertas de madera blanca; antes, se hubiese caído solo con tirar de ella, pero desde que remodelamos la estructura completa, era tan sólido e impermeable como una casa.

El interior estaba oscuro, demasiado como para que él se encontrara aquí, la oscuridad le daba miedo, aunque él nunca lo aceptara delante de mí. Busque en los gruesos postes verticales de madera el apagador, por lo oscuro que estaba apenas y podía ver algo bien, y para colmo, la puerta del granero se había cerrado dejándome completamente a oscuras.

Drake: El secreto de Carrie Washington (En edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora