La biblioteca de Hermione Granger

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Para Merlín, la mayor parte del tiempo, no era fácil soportar ser el sirviente de Arturo. Sabía que su destino era protegerlo para que él fuera el único y futuro rey de la tierra de Albion pero iba más allá de su entendimiento cómo era posible que mantener sus armaduras brillantes formaba parte de sus deberes de protector. ¿A caso con el brillo iba a cegar a sus adversarios? ¡No! Era inútil. Especialmente ahora que no había día que no salían a rastrear todos los terrenos de Camelot y de reinos aledaños en busca de Morgana. La lustraba por la mañana para además tener que lustrarla por la tarde.

El rey estaba obsesionado con la idea de encontrar a su protegida y no escatimaba gastos ni hombres. Ya habían sido muchos caballeros los que, por adentrarse a tierras peligrosas, habían perdido su vida en nombre de la causa del rey. Él, como siempre, debía de acompañar al príncipe. Y no es que no quisiese que Morgana regresase a Camelot, por el contrario, rogaba que estuviera a salvo y que Morgause no le hubiese llenado la cabeza con ideas peligrosas; sin embargo, no iba a negar que estaba asustado. Después de todo, Morgana sabía muy bien que él había sido el que la había envenenado.

Temblaba de sólo pensar en lo que tendría que pasar si Morgana volvía y le decía a Uther lo que él había hecho.

Hermione siempre intentaba consolarlo pero él podía ver en su rostro que no estaba segura de sus propias palabras. Se preguntaba si tendría que ver con el hecho de haber estado en el futuro. Algo le decía que sí. Le hubiera gustado tener tiempo para charlar con ella de ese asunto pero desde que habían vuelto apenas se habían visto un par de horas al día, con mucha suerte, y no estaban solos. Si no era Arturo o Uther era Ingrid o Gwen o Gaius. Y, por más que la doncella de la princesa y el Galeno sabían sobre su relación, desconocían completamente dónde había estado Hermione todos esos años antes de aparecer en Camelot, lo que impedía que hablaran con tranquilidad.

Por fortuna, y esa era la razón por la que se encontraba de buen humor, aquel día Arturo había decidido prescindir de sus servicios en el campo de batalla para permitirle quedarse a ayudar a Gaius a repartir los suministros para gripe. Pero como ya habían terminado, ahora tenía el resto de la tarde libre para pasarla con Hermione. Finalmente, después de tres meses, podrían tener el tiempo necesario para tener una conversación decente.

Se encaminó hacia las cámaras de la princesa, rogando interiormente que no estuviera Ingrid allí o que Hermione no estuviese en cualquier otro sitio. Por fortuna, cuando tocó la puerta, fue ella la que abrió, obsequiándole una de esas sonrisas que le aceleraban el corazón.

—Te estaba esperando—confesó.

— ¿En serio?—preguntó sorprendido.

—Supuse que vendrías cuando mi hermano me vino a pedir que me mantuviera alejada de lo de Gaius porque tú te quedarías para ayudarlo.

— ¿Te dijo que te mantuvieras alejada?—inquirió anonadado.

—Me lo dijo aunque no con palabras tan suaves—aclaró mientras rodaba los ojos—Pasa.

Merlín miró alrededor para comprobar que no había nadie viéndolos antes de apresurarse a ingresar.

— ¿Ingrid está aquí?

—La mandé a hacer un recado y luego tiene el día libre—explicó como si no importara el asunto mientras iba a correr un poco las cortinas de la ventana para que ningún ojo curioso viera a Merlín allí dentro—Creo que nosotros tenemos una charla pendiente de hace meses.

Merlín asintió mientras se dejaba caer en una silla que se encontraba ubicada frente al escritorio de Hermione.

—Pero primero quiero hacer esto—intervino ella.

La Princesa de CamelotDonde viven las historias. Descúbrelo ahora