Lancelot

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Había ido a golpear la puerta del irrespetuoso anciano incontables veces, pero siempre recibía la misma respuesta.

—¡Perdiste tu oportunidad, princesa! Sir Godric estuvo esperándote toda la tarde y no apareciste. No volverá a confiar en tu palabra.

¡Había querido explicarle que no había sido su intención! Una fuerza mayor le había impedido asistir a la reunión, una que era, ciertamente, de vida o muerte. Desde el instante en que Merlín cayó al suelo, envenenado, cualquier otro pensamiento que no fuera preocupación por su salud, desapareció de su mente. Su única y principal intención fue salvarle la vida sin importar lo que costase. No recordó la dichosa reunión que ella misma había concretado y, aunque lo hubiera hecho, tampoco habría ido. Aunque quizás habría podido hallar el modo de informarles que no podría asistir.

—¿Qué te sucede?

Hermione miró a Merlín. Se había inclinado a recoger un hongo de los que necesitaba Gaius pero la observaba fijamente, esperando una respuesta.

—Nada.

—Has estado muy callada últimamente—le dijo sonriéndole—Deberías estar feliz. Arturo está tan ocupado entrenando a los nuevos caballeros que apenas pasa tiempo molestándote...

Intentó sonreír ante la broma del muchacho pero sólo hizo una mueca.

—¿No me digas que lo extrañas? O quizás yo no sea una compañía suficientemente buena—siguió insistiendo, intentando mejorar su ánimo—¿Debería ponerme una armadura y dar gritos totalmente incongruentes mientras golpeo a cualquiera en un intento de demostrar mi superioridad?

—¿Para qué hablar si tú lo haces por los dos?—le preguntó tras reír— Y, aunque Arturo pueda parecer un neandertal a veces, tiene buenas intenciones.

Merlín frunció el ceño.

—¿Neandertal?—preguntó sin entender.

Hermione se maldijo a sí misma. Aquel era un término que todavía no existía.

—No importa... Será mejor que nos apuremos o Gaius se enfadará.

Comenzó a ayudarlo a recoger los que crecían a los pies de un árbol. Se sentía cómoda con Merlín. Era un buen chico, divertido e ingenioso. Le hubiese gustado poder decirle que sabía sobre su magia, que podía confiar plenamente en ella porque jamás en su vida lo acusaría. Pero el problema sería explicar por qué sabía ella sobre eso. Nunca lo había visto hacer magia, realmente, pero no era necesario. Últimamente, sus poderes podían sentirlos casi como si fueran tangibles. Cada vez que estaba a su lado era como si un campo de fuerza la rodeara. Era su magia acariciándola.

Sin que se diera cuenta él, lo observó. No era precisamente guapo pero sin duda tenía su atractivo. El cabello corto y negro se le veía mejor cuando estaba todo revuelto como en ese instante, y sus ojos azules eran abrumadoramente atrapante.

Una especie de graznido se oyó, alertándolos. Todo sucedió rápidamente. Antes de que siquiera pudieran comprender lo que estaba pasando, tuvieron que ponerse de pie y correr por sus vidas. El animal estaba furioso, habían invadido su territorio y salía a defenderlo. Hermione giró la cabeza hacia atrás y comprobó que, efectivamente, sus ojos no la habían engañado la primera vez. Se trataba de un grifo. ¿Pero qué rayos hacía uno allí? De todas las veces que había estado en los bosques de Camelot jamás había visto nunca ningún animal mágico.

Fue un momento de distracción que pudo costarle la vida. Una rama en el suelo y pronto se vio tirada boca abajo con aquella bestia sobre ella. Merlín lo notó y se detuvo para volver sobre sus pasos a socorrerla pero antes de que lo lograra alguien saltó hacia el animal blandiendo la espada para asustarlo.

La Princesa de CamelotDonde viven las historias. Descúbrelo ahora