Matar al rey

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Gwen tenía los ojos rojos e hinchados de tanto llorar. Tenía la mirada perdida en un punto en la pared de la habitación de Merlín. Hermione estaba sentada a su lado en la cama. La había tenido que apartar a rastras de al lado del cuerpo de su padre para llevarla allí. Suavemente le acariciaba la espalda en un intento de consolarla aunque era muy consciente que el dolor que sentía en ese momento sólo mitigaría con el paso del tiempo y nunca terminaría por desaparecer

Merlín entró a la habitación pero no se atrevió a acercarse mucho.

—¿Cómo estás?—inmediatamente se dio cuenta que aquella era una pregunta estúpida de su parte.

Gwen negó con la cabeza.

—No lo entiendo—dijo con la voz ronca de tanto llorar—Su juicio sería hoy. ¿Por qué huiría?

Ni Hermione ni Merlín tenían esa respuesta. Se miraron entre sí, incapaz de darle una respuesta. La puerta se volvió a abrir, dejando entrar a Arturo. Gwen se puso de pie inmediatamente, incapaz de olvidar que estaba delante del príncipe. Sorbió su nariz y rápidamente se secó el rastro húmedo de lágrimas de sus mejillas.

—Señor...

—Gwenevier, yo...—pareció querer decir algo de suma importancia pero cambió de opinión—quiero decirte que tu trabajo está a salvo. Y que tu casa es tuya de por vida.

Hermione frunció el ceño. No era eso lo que necesitaba oír ahora la chica. Se puso de pie y golpeó con su codo a Arturo, intentándolo hacer entrar en razón. Él la contempló algo confundido pero ante la mirada fija de su hermana, volvió a observar a Gwen.

—Yo... lo sé—titubeó—Sé que... no es mucho pero... emm...—se trabó con sus propias palabras y se maldijo a sí mismo interiormente— cualquier cosa que quieras, cualquier cosa que necesites... Todo lo que tienes que hacer, es pedirlo.

Gwen no pareció reaccionar ante esas palabras. Simplemente se lo quedó observando fijamente, con esos enormes ojos cafés bañados en lágrimas, poniéndolo muy incómodo. Se estaba por voltear y marcharse pero se detuvo de repente.

—Lo siento—dijo después de unos momentos.

—Gracias, señor—murmuró Gwen.

Hermione sabía que Arturo podía ser algo duro en cuanto a sentimientos se trataba pero su corazón era enorme. Le sonrió levemente y él supo que ya podía marcharse.

—Hermione, ven un momento—le pidió.

Ella se acercó y ambos salieron al exterior.

—Eso fue muy gentil de tu parte—le dijo.

Él sólo asintió queriendo dejar el suceso atrás. Tenía otra cosa más importante que decirle.

—Morgana está encarcelada.

—¡¿Qué?!

—Cuando se enteró que el padre de Gwen había muerto, corrió donde Uther y lo enfrentó. No sé qué le habrá dicho pero, como la conozco, sé que no habrá sido nada bueno.

—No, no si fue lo suficientemente malo como para que Uther hiciera tal cosa... Iré a verla.

—No sé si será prudente...

—No me importa.

Cuando llegó a las celdas hizo que un guardia abriera la puerta del sitio donde se encontraba Morgana pero el hombre le advirtió que sólo bajo las órdenes del Rey liberarían a la prisionera. Ella no se dignó a contestar nada ante ese comentario puesto que la simple palabra "prisionera" le resultaba repulsiva.

La Princesa de CamelotDonde viven las historias. Descúbrelo ahora