El sufrimiento de los Condenados

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Harry y León fueron llevados casi arrastrados delante de la nueva reina por los caballeros inmortales y, cuando estuvieron delante de ella, los obligaron a arrodillarse, como si mereciera el gesto de respeto y obediencia.

—Díganme—les dijo ella, sentada en el trono, con la antigua corona de Uther sobre su cabeza— ¿han disfrutado la primera semana de mi reinado? ¿Los calabozos son lo suficientemente cómodos para ustedes?

Detrás de Morgana se encontraba su hermana y, un poco más allá, Gwen escuchaba y veía todo con el corazón encogido.

— ¡Hablen! —les ordenó Morgause al ver que ninguno de los dos parecía demasiado interesado en responder aquellas sencillas preguntas.

—Supe que fuiste muy valiente, Harry, enfrentándote a nuestros hombres—siguió diciendo Morgana, utilizando un tono de voz amable—. Pero como bien sabes, según las leyes de Uther, no eres lo suficientemente bueno como para portar esa uniforme—señaló la cota de malla y la capa con la insignia de Camelot—. Pero yo no tengo la misma mentalidad de mi padre y, si te unes a mí, cumpliré tu deseo de ser nombrado caballero.

—Creo que pierdes el tiempo con estas tonterías porque mi deseo nunca fue ser caballero—le respondió Harry, usando un tono aburrido—. Y me parece que haces bien en contar tus días en el trono, porque no te quedan muchos.

— ¡Cuida tus palabras! —lo amenazó Morgause pero la nueva reina hizo una señal con la mano para que se calmara.

— ¿Y tú? —preguntó Morgana volviéndose hacia León— ¿Están listos tú y tus caballeros para honrarme y servirme?

—Preferiría morir—aseguró—. Mi lealtad es con el Rey, el príncipe Arturo y la princesa Hermione. No hay nada que puedas hacer para cambiarlo.

Morgana apretó los labios, furiosa ante la negativa de los dos hombres.

—Ya lo veremos.

Con un gesto, ambos fueron arrastrados nuevamente a los calabozos.

...

Hermione se sentía terriblemente impotente ante la situación que estaba viviendo en ese momento.

Hacía una semana se encontraba en aquella cueva: comían, dormían, se ocultaban allí de la enorme cantidad de los guardias de Morgana que patrullaban por el bosque. No era lo mejor, teniendo en cuenta que la cueva era fría y húmeda; que el agua escaseaba y si la necesitaban tenían que ir a buscarla al río, lo cual era terriblemente peligroso; y que el poco alimento que había logrado encontrar Athena en las cámaras del galeno se había terminado hace días y que ahora vivían de lo que pudieran cazar y recolectar del bosque.

Se sentía tan frustrada porque ella sabía que muchos de los problemas que padecían podía solucionarlos con magia pero hacerlo implicaría delatar su verdadera identidad a Arturo, Gwaine o Elyan. Aunque, realmente, no le importaba demasiado la opinión de los últimos dos sino la de su hermano, y, con todo lo que había sucedido últimamente, no quería que el pobre tuviera que sufrir una nueva conmoción.

De todos modos, cuando sentía que nadie la veía, colocaba una pequeña cantidad de agua cuando ya quedaba poca. Sólo una pequeña cantidad para no levantar sospechas. Incluso en una noche muy fría lanzó un hechizo sobre todos para que no tuvieran que morir congelados o enfermarse luego.

Cada cierto tiempo revisaba la herida de la pierna de su hermano pero afortunadamente ésta estaba casi curada por completo. La inflamación había disminuido y ya no estaba infectada. Sin embargo, no podía decir que el estado de ánimo de Arturo estaba recuperándose de igual forma. Por el contrario, desde que habían logrado escapar milagrosamente, sin ser vistos, del castillo, él había estado serio, resentido con todos, mirando las paredes de piedra de la cueva que los ocultaba. Tomaba agua y comía sólo unos bocados antes de indicar que no tenía apetito.

La Princesa de CamelotWhere stories live. Discover now