La muerte de Arturo

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Merlín se marchó y Gaius se quedó al lado del príncipe, cuidándolo, intentando mantenerlo con vida, como le había pedido el muchacho. Pasó todo el día a su lado hasta que Gwen vino a revelarlo. Era ya tarde y el cielo se había oscurecido cuando salió de las cámaras del príncipe y, en un pasillo, se encontró con Uther contemplando a través de la ventana.

—¿Hay algo que pueda traerle, su majestad?—le preguntó.

Él no se volteó.

—El pueblo ha comenzado a despedirse—dijo observando a muchos ciudadanos de pie, frente al castillo, con velas encendidas en sus manos, velando por su príncipe.

—Aún no se ha ido, sire.

—Pero no va a recuperarse—respondió rápidamente, volteando levemente.

—No sin un milagro—indicó Gaius mientras pensaba en Merlín.

—Yo no creo en los milagros. Durante toda mi vida he tenido que luchar por lo que quería. Nunca tuve las cosas de modo fácil. Para mí, los milagros son meros cuentos para personas crédulas que luchan en contra la pérdida de la esperanza.

Gaius se quedó sin saber qué decir. Uther se giró y se alejó de la ventana.

—Seguramente pensarás que soy un ser despreciable por no tener esperanzas.

—No pesaría eso nunca, señor—le aseguró—Cada uno lidia con los conflictos a su manera.

Uther rió sin gracia.

—Pero piensas que soy un maldito por no buscar a Hermione.

El galeno se debatió internamente entre decir lo que realmente pensaba o guardar silencio.

—Asumo que tiene sus razones—dijo finalmente.

—Las tengo—confesó hablando con absoluta seriedad—Estoy aterrorizado.

Gaius lo contempló con sorpresa.

—¿Excelencia?

—¡Estoy aterrorizado, Gaius! ¡Leíste la nota! ¡No hace falta mucho para darse cuenta quién la tiene!—exclamó dejando de mostrar calma y seriedad—¡Ella! ¡Esa maldita bruja! ¿Qué puedo hacer yo contra ella? ¡Sería capaz de dar mi propia vida! Pero no la aceptaría. Sabe que teniendo a Hermione me causa más dolor...

—Señor...

—Además, no sabría dónde comenzar a buscar, Gaius. Y no podía simplemente mandar a Arturo... Temía por su vida... ¡Y mira ahora! ¡Mi niña ha sido raptada y mi hijo muere en esa cama!—señaló las habitaciones del príncipe—Tengo tanto, tanto miedo de perderlos a ambos...

...

El viaje era largo pero recordaba perfectamente las palabras del dragón que le permitieron guiarse a través de las extensas tierras. Cruzó galopando velozmente el valle de los Reyes Caídos viendo las Montañas Blancas en el horizonte. Encontró un pasaje entre ellas y llegó hasta el borde de un inmenso lago en cuyo centro se veía, perdido entre la niebla, un castillo en ruinas. Desmontó y ató el caballo a un árbol. Caminó hasta la orilla hasta que vio un pequeño muelle en el que estaba amarrado un bote de madera. Decidido, subió a él y con un hechizo hizo que éste se moviera suavemente por la superficie del agua oscura.

El viento frió que soplaba le helaba la cara pero seguía con el rostro en alto, observando el castillo que iba apareciendo más claramente delante de él. A medida que se acercaba, su corazón se iba acelerando por los nervios. El bote se adentró en el interior, donde lo recibieron muros altos y llenos de humedad, con ladrillos desprendidos, que simulaban un solitario laberinto. El agua bajo él estaba cubierta de hojas muertas. Era casi la representación de la ruina de la Antigua Religión.

La Princesa de CamelotWhere stories live. Discover now