Comienza la pesadilla

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Los días en Camelot podían ser tranquilos a veces. Hermione tenía que ir, entonces, a la biblioteca o a caminar por la ciudadela y gastar algo de la cuantiosa cantidad de dinero que tenía Uther. A ella, como la mayoría de las chicas, le gustaba ir de comprar pero no compraba, como la mayoría, vestidos o joyas. Le gustaba aventurarse en ciertos rincones donde encontraba mercaderes que podían conseguir ciertas hierbas o libros raros para añadir a la colección de Gaius. Le hubiese gustado mucho poder tener algunos propios pero algunos contenían ciertos temas que serían mal vistos en manos de una princesa y no tanto en los de un galeno.

Sin embargo, había otros días en el reino en los que apenas tenía tiempo de respirar. Arturo la llevaba a entrenar casi dos horas, su padre la sacaba a cabalgar y Gaius le pedía ayuda para tratar a algunas personas. Cuando había celebraciones o acontecimientos especiales no se detenía en ningún momento. Andaba de un lado para el otro en el castillo dando órdenes y comprobando que todo estuviera yendo de acuerdo a lo planeado y sólo cuando todo finalizaba se detenía a pensar lo normal que esto se había vuelto en su vida. Y era entonces cuando, llena de una satisfactoria fatiga, iba a dormir con una pequeña sonrisa en sus labios porque si había algo que ella adoraba era sentirse útil.

Ese día en particular, Hermione se lo había pasado encima de un caldero preparando pócimas para gripe, migraña y algunas otras enfermedades comunes. No eran realmente complicadas pero requerían concentración. Especialmente la de la gripe porque si se la dejaba más tiempo del necesario sobre el fuego o si se le agregaba la menta antes de tiempo se echaría a perder por completo.

-Ya puedes irte, Hermione-le dijo Gaius al verla recostada sobre la mesa con los ojos entrecerrados.

Ella contuvo un bostezo mientras negaba con la cabeza.

-Estoy bien.

Se estiró, llevando los brazos hacia arriba en un intento de desperezarse antes de bajar sus manos hacia su cabello y sentirlo como una masa aireada de risos sin forma alguna. Hizo una mueca pero no le dio mayor importancia.

-Te estás durmiendo-el anciano señaló-Y si tu padre te ve en ese estado te prohibirá nuevamente venir aquí. Ya sabes cómo se preocupa.

-Sí, lo sé, pero sólo quedan diez minutos más y luego debo quitarla del fuego-dijo mientras removía el líquido amarillento del interior del caldero con una cuchara de madera-Falta muy poco.

-Puedo hacerlo yo.

-Pero...

-Hermione, llevo años haciendo esa preparación, ¿Crees que lo haré mal?

-No, nunca quise insinuar eso-se apresuró a decir mientras contenía un nuevo bostezo.

-Entonces puedes estar tranquila que lo terminaré bien. ¡Ahora, vete! Incluso Merlín ya está durmiendo.

-Él realmente lo necesita. Arturo hoy lo hizo fregar el suelo de sus cámaras de rodillas ¿Puedes creer lo idiota que puede actuar mi hermano a veces?

Gaius apretó un momento los labios para no sonreír.

-Es el príncipe, Hermione, y Merlín es su sirviente-le recordó-Aunque puedo comprender tu preocupación.

Fue en ese momento en que ella se dio cuenta que quizás había hablado de más. Especialmente por el modo en que la contemplaba Gaius. Había sido una frase inocente pero que el anciano había sabido interpretar a la perfección.

-Eh...Bueno, tienes razón, será mejor que me vaya a dormir-dijo con cierta prisa-Buenas noches, Gaius.

-Buenas noches.

La Princesa de CamelotDonde viven las historias. Descúbrelo ahora