79- La Copa de la vida

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Las cosas, tal como lo había pensado Arturo, cambiaron después de los acontecimientos en el que tuvo que ayudar a escapar al anciano hechicero, conocido de Hermione.

La primera semana, ella actuó como siempre lo hacía cuando estaba enfadada con él: le lanzaba miradas frías para demostrarle que estaba furiosa o simplemente lo ignoraba. Cuando coincidían en alguna reunión con Uther, ella le hablaba a cualquier persona que estuviera en la misma habitación, excepto a él. Fueron muchas las oportunidades en esos primeros siete días en los que pensó en rendirse y simplemente disculparse por lo que le había dicho pero siempre se repetía que, en realidad, no había hecho absolutamente nada malo que ameritase que él se humillase de esa forma. De la misma forma que siempre lo había hecho. Motivado por ese pensamiento, no dio el brazo a torcer y siguió actuando del mismo modo, serio, distante pero no ignorándola como ella lo hacía.

De ese mismo modo continuó la segunda semana y la clara tensión que había entre los dos hermanos comenzó a ser notadas por los demás miembros del castillo.

El rey sólo miró curiosamente a sus hijos hasta que, cansado de su ridícula actitud, los detuvo una mañana y les preguntó qué les sucedía.

—No es nada, padre—le aseguró Arturo—. Al menos, no por mi parte—añadió, lanzando una mirada a Hermione.

Pero ella también negó con la cabeza.

—Yo no he hecho nada, padre, así que no entiendo a qué te refieres.

El rey los contempló con el ceño fruncido.

—Realmente no quiero creer que ustedes piensen que soy tan tonto como para que me mientan en la cara y crean que no me doy cuenta de que lo hacen—les dijo a sus hijos con profunda seriedad—. Sea lo que sea que esté sucediendo entre ustedes, les ordeno que lo terminen. No sé qué los hizo molestarse, pero se disculparán y dejarán de actuar como niños pequeños encaprichados.

— ¡Yo no he hecho nada! —dijeron los dos al mismo tiempo, haciendo que la expresión de disgusto del rey se profundizara.

— ¡Ustedes son hermanos, por todos los Cielos! —exclamó— Deben actuar como tal, siendo compañeros, consejeros, confidentes, el uno del otro. ¡No deben olvidar que si la relación de la nobleza se fragmenta, Camelot corre peligro!

Hermione hizo una mueca ante esas palabras.

—Por supuesto, cualquier interés que tengas en nosotros siempre será por el bien de Camelot—gruñó y lanzó una mirada a su hermano—. Deberías de estar feliz, padre, porque has entrenado muy bien a uno de tus hijos.

Y tras eso, se había alejado rápidamente, con su vestido largo ondeando con cada paso que daba.

Harry y Merlín también habían intentado hablarles a los dos hermanos. Primero buscaron a Hermione e intentaron calmar su temperamento pero ambos sabían demasiado bien, incluso antes de intentarlo, que prácticamente era una causa perdida.

— ¡No voy a actuar como si todo estuviera bien cuando no es así! —les había gritado con molestia—. Arturo es un tonto que prácticamente lame las botas de mi padre, con tal de complacerlo. Se supone que las cosas van a cambiar cuando él asuma al trono pero en estos momentos no entiendo cómo es posible si todo lo que hace es seguir odiando a las personas que poseen magia, creyéndolos seres inferiores y malignos... como si no fueran otra cosa más que monstruos a punto de atacar. Y yo sé que él no lo sabe aún pero... ¿Qué futuro me espera a mí, entonces? ¿Una vez que mi padre no esté tendré que seguir fingiendo ser la simple princesa que protesta ante la injusticia pero que realmente no hace nada para impedirla? ¡Yo no soy así! —exclamó— Así que, perdónenme, pero no iré a disculparme con él por pedirle un favor que aceptó y luego se arrepintió.

La Princesa de CamelotDonde viven las historias. Descúbrelo ahora