Mientras movía sigiloso las aletas de su nariz ensanchada y las pupilas salvajes en sus ojos para intentar indagar cualquier movimiento en la oscuridad aplastante, cualquier bulto o sombra extraña le parecían alguno de sus enemigos, agazapados, listos para saltar sorpresivamente y atacar.

— ¡Salgan de donde sea que se oculten, malditos cobardes! — Gritó a los cuatro vientos con una voz tan gutural que sonó como el bramido de una bestia enfurecida— ¡Enfréntenme asquerosas alimañas; les haré pagar muy caro lo que han hecho!

Entonces, Alex gritó.

No fue el suyo un grito humano, sino un gruñido salvaje de licántropo que erizaría el vello de hasta el más valiente.

Sorpresivamente un par de oscuras siluetas se movieron en la oscuridad; agiles, veloces, asestando golpes y patadas a diestra y siniestra contra el muchacho. Sus enemigos ya estaban ahí, listos para concederle su oportunidad de vengarse.

— Querrias pelear, perro, aquí estamos. ¡Pelea! — Bramó en las sombras la cascada y siniestra voz de Johnatan, propinando un puñetazo estridente en la espalda de Alexander, haciéndolo tambalear.

Con otro grito ensordecedor, el chaval tomó fuertemente la daga que asía con férrea decisión en la mano y la blandió como una espada con el anhelo de darle una estocada final a aquel bastardo, ese cobarde que sin miramientos había segado la vida de su amada chica rubia.

— Ah, pero si es tan cobarde que no tiene las agallas para confrontarnos. ¿O no, cachorrito? — murmuró la odiosa voz de Alan desde el otro lado, y en medio de la aplastante oscuridad Alex comprendió que lo estaban rodeando.

— ¿Dónde está él? ¿Dónde está el bastardo de Chris? Es a él a quién quiero matar en primer lugar— exigió con voz atronadora Alexander, utilizando todo el poder de sus sentidos para escudriñar en la oscuridad. Tras unos cuantos parpadeos su mirada bestial pudo adaptarse a la negrura, solo para encontrarse con dos chicos musculosos que lo cubrían uno a cada lado con la determinación para atacar.

Chris no estaba con ellos.

— ¿Seguro que es a él a quien quierres matarr prrimero, cachorrito? Piénsalo—. Alardeó John con una mueca burlona, enmarcada por una barba perfectamente aliñada— ¡Pelea conmigo, vamos! Quierres hacerlo, lo huelo en ti— incitó con carcajadas de maldad, aspirando en el aire como un perro en busca de comida— No olvides además, que fui yo el que acabó con la vida de esa miserable mujerzuela.

Aquello fue la gota que colmó el vaso.

— Tienes razón, tú serás el primero al que asesinaré esta noche— refutó entre dientes, y con un movimiento repentino dio de lleno contra el fornido brazo de John usando la afilada daga curva que blandió como una espada medieval.

Todo se volvió una confusión total.

Primero se escuchó un alarido de dolor, cuando la punzante arma hizo contacto con la carne de John; luego, un estrepito impresionante: el sonido de la madera crujiendo al hacerse pedazos ante un fuerte impacto. Y por encima de todo aquello, una risa macabra de puro y exquisito placer hizo eco entre los muros del siniestro castillo Valmoont.

Luego todo cesó.

— ¿John? ¿Qué ocurrió? ¿Estás bien? A Chris no...— La voz alarmada de Alan quedó ahogada ante la respuesta cortante del chico de cabello al rape, cuya respiración entrecortada exhalaba humillación.

— Yo estoy bien, perro ese bastarrdo infeliz me ha hecho un corte en el brazo— reprochó este con voz alterada— ¡Vamos cachorrito, levántate y vuelve a confróntame! — Gritó al viento el odioso muchacho, sabiendo a conciencia lo que había sucedido.

EL PORTADOR 1:  El medallón perdidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora