XXV. Una caminata por Miraflores

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XXV.     Una caminata por Miraflores

Nos toma un par de horas llegar al óvalo Higuereta caminando por lo que alguna vez fue la plataforma por la que el tren eléctrico recorría la ciudad por encima.  En el camino puedo ver varios tramos con lo mismo: Casas prefabricadas en las que viven familias que cultivan porciones de tierra, corrales en las que hay animales, construcciones más grandes dentro de las cuales no sé qué puede estar pasando, etc.  Voy acompañado de los dos hombres armados que el Comandante encargó con la misión de escoltarme por las calles de Lima hasta el cruce de las avenidas Benavides y República de Panamá.  Ahí, me dijo, me dejarían solo.

Yo no tengo problema alguno con eso.  De hecho, a apenas unas cuadras de eso tengo un refugio pequeño.  Del óvalo Higuereta hasta ese cruce de avenidas llegaremos en una hora, máximo.  De ahí a mi refugio me tomará unos 10 minutos.  Me encerraré ahí hasta que pase la noche.  Al día siguiente tendría tiempo para hacer varias cosas.  De hecho, si todo sale bien, tendría dos días enteros para varias tareas que tengo pendientes: Recorrer mis refugios para asegurarme de que en cada uno de ellos haya agua y comida.  Ir a los almacenes escondidos que tengo alrededor del distrito para revisar que estén intactos.  Quizás hasta expandir mi área de acción tomando un refugio más en dirección al sur.  Si al norte y al este de Miraflores les está yendo tan bien a los Halcones, sería cuestión de tiempo antes de que comiencen a operar en donde yo usualmente ando cuando vengo a la ciudad.  Quizás sea prudente instalar un refugio en Barranco, el siguiente distrito en dirección al sur, para alejarme un poco de ellos.

Usualmente no me gusta ir a Barranco, porque antes de la plaga estaba más densamente habitado.  Eso quiere decir que cuando la gente se comenzó a infectar y a convertirse a cadáveres hambrientos de carne humana viva, era un lugar muy peligroso al cual ir.  Pero de entonces a ahora han pasado varios años.  La Horda ha pasado por ahí muchísimas veces.  Cada vez que pasa se lleva a más de los zombies que quedaban en esa área.  En fin.  Ya consideraría si esto era buena idea cuando llegue el momento.

Por el momento debería preocuparme el hecho de que estaba recorriendo la ciudad de noche.  Eso es algo que normalmente no haría.  Cuando no está el sol por alguna razón los muertos vivientes están más agresivos.  Además de que hay menos visibilidad, por lo que te pueden sorprender con mayor facilidad.  No obstante, esta vez estoy acompañado de dos de los miembros de la milicia de los Halcones.  Por alguna razón me hacen sentirme más tranquilo.  Además, no nos vamos a demorar mucho.  Pronto estaré seguro dentro de uno de mis refugios y podré descansar y reorganizarme.

A la mitad del camino recuerdo el papel que la chica rubia me dió cuando se despidió de mí en la plataforma de los Halcones.  Sin soltar mi linterna saco el papel y lo leo rápidamente.  Entonces la sangre se me hiela.

El papel tiene un mensaje corto y claro: “Te planean matar cuando lleguen”.  Me volteo de inmediato.  Mi escolta encargada por el comandante está caminando ligeramente detrás de mí.  Ambos están armados con rifles, pero estoy seguro de que tienen más armas que no puedo ver.  Ambos están bastante atentos a lo que hago.

Guardo el papel y comienzo a pensar qué hacer.  Si la advertencia es verdad, tengo aún una media hora para idear un plan.  No obstante, lo más probable es que ese tiempo me quede corto.  Sus rifles son de asalto... buenas armas.  Si quisiera deshacerme de ellos con seguridad los tendré que matar.  Eso, por supuesto, me pondrá en mala relación con los Halcones, algo que querría evitar de ser posible.

Y es que no me queda claro que la advertencia sea cierta.  Si lo fuese, me habría salvado la vida y tendría que recordar agradecerle a la chica por eso.  No obstante, si no lo fuese y mato a estos dos tipos, estaría iniciado un conflicto mayor.  Un conflicto que habría podido evitar.  Debía considerar eso también.  Al final decido exponerme.

Dejo de caminar y doy media vuelta.  Ambos se me quedan mirando.  Noto que tienen sus dedos en los gatillos de sus rifles.  Además, estoy atento a que mi revolver está en su lugar.  He practicado muchas veces cómo sacarlo de un solo movimiento y velozmente, como en los duelos del viejo oeste.  Pero la verdad es que no soy bueno en eso.  Sé que soy lento y que necesito un momento para apuntar.  Si llegase a eso, estaría perdido.

“Hey, muchachos, debo pedirles que sean sinceros conmigo”

Ninguno de los dos ha dicho algo en todo el camino.  Lo más seguro es que no estén muy dispuestos a divulgar ningún tipo de información.

“Me preocupa cómo regresarán. ¿Tendrán problemas? ¿Regresarán directo por donde vinimos? ¿O quizás tienen planeado ir a alguna especie de refugio cercano? Vamos, me lo pueden contar”

Ellos me siguen mirando.  No me responden.  Pareciera que tuviesen la expresión propia de un verdugo.  Tendría sentido que estén planeando matarme.  Pero necesito más.  Sigo hablando no porque espere convencerlos de nada, sino porque quiero leer mejor sus expresiones.  Sus reacciones a lo que estoy diciendo.

“Miren, me preocupan, muchachos.  Así que hagamos una cosa.  Yo tengo un refugio por aquí cerca.  Ustedes regresen, no más.  Yo me iré a ese refugio a descansar hasta mañana. ¿Les parece?”

“El Comandante nos dijo que te llevemos hasta República de Panamá”, responde uno de ellos.

“Sí, pero no es realmente necesario.  Regresen, no más.  Yo me quedo aquí”

Los dos hombres se miran y dudan por un instante.  

“No, Caminante”, me dicen. “Nos ordenaron llevarte hasta República de Panamá”

“Oh, pero vamos.  Aquí no somos militares.  No tenemos que seguir las órdenes al pie de la letra”

Uno de ellos levanta su rifle y me apunta.

“Sí.  Sí tenemos que seguir las órdenes al pie de a letra.  Las del Comandante sí”

“¿Por qué?”, me atrevo a preguntar. “¿Por qué es tan importante que me dejen específicamente ahí?”

Ellos no responden.  Y cada vez más parece que la nota tiene más sentido.  Estos dos están planeando matarme allá.  Y la razón por la que me están alejando hasta la avenida República de Panamá es que los disparos atraerán atención de los zombies.  No quieren que esos zombies sean atraídos a una zona en la que hay Halcones.

Pero aún no tengo mi prueba definitiva.  No puedo matar a dos personas sin pruebas.  Menos aún si con eso me enemistaría con una comunidad entera que me ha ayudado.

De pronto la suerte me sonríe.  A un lado se escucha movimiento.  Seguramente es un grupo de zombies que se acerca.  Un gruñido los termina delatando.  Mis dos acompañantes se voltean instintivamente hacia la fuente del sonido.  Efectivamente son zombies.  Un grupo de por lo menos una docena.  Ellos dudan un instante qué hacer, pero saben que no les conviene abrir fuego, porque el sonido atraería más de esas pestilentes cosas.

En ese momento encuentro mi oportunidad.  Sin pensarlo dos veces corro hacia un lado y me meto a una calle transversal tan rápido como puedo.  No miro para atrás, pero sé que me están persiguiendo.  Los escucho venir por mí corriendo.

Requiem por LimaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora