II. De regreso al barrio

1.9K 47 5
                                    

 II.          De regreso al barrio

Esa noche hacía frío, pero ni modo. Lo que solía hacer en esas ocasiones era simplemente correr más rápido para calentarme.  Después de todo, tenía que recorrer el tramo que iba de la playa de la Costa Verde en la que nos habían dejado (que como me lo recordaba un anuncio viejo y oxidado, alguna vez se había llamado Las Cascadas) hasta mi refugio más cercano, en donde seguramente encontraría ropa más adecuada.

Me detuve un momento para voltearme y ver cómo el velero que me había traído recogía al bote de remos que me había dejado en la orilla con los dos marineros que habían remado de ida y de vuelta.   El velero se iría y regresaría en una semana.  Para entonces yo tendría que estar en esa playa esperando a ser recogido o olvidarme de regresar por mar.  Por suerte nunca me había pasado en todos mis años como Caminante.

Dejé de perder el tiempo y retomé el ascenso por la pista que subía de la Costa Verde a la ciudad.  Específicamente, al distrito de Miraflores.  La subida había sido conocida conocida como la Quebrada de Armendariz.  Iba directo a una zona de la ciudad con viviendas viejas.  En una de esas viviendas tenía un refugio pequeño, en el que encontraría ropa más adecuada.  Debía llegar cuanto antes o podía agarrar un resfrío, lo cual luego podía resultar fatal.  Nada atraía mejor a un zombie que el sonido de un estornudo.

Otro de los Caminantes estaba corriendo por la Costa Verde hacia el norte.  Y otro más estaba aún terminando de cambiarse.  Era el más joven.  Pretendía estar listo para la semana que se le venía encima ahí mismo, en la playa.  Grave error.  Error de principiante.  Debería estar apresurándose en salir de ahí cuanto antes.  Cada minuto que se quedaba en la Costa Verde se exponía más y más.

Me enfoqué en seguir subiendo por la pista.  Se trataba de una amplia y gruesa carretera.  En su momento por aquí subían y bajaban a toda velocidad toda clase de automóviles.  Ahora lo único que subía y bajaba eran zombies.  Y ocasionalmente humanos vivos, como yo esa noche.

El refugio que tenía al final de la Quebrada de Armendariz era pequeño.  Se trataba de un pequeño cuarto dentro de una de las casas de esa zona residencial.  Era apenas uno de los muchos que tenía diseminados por la ciudad.  En cada uno de ellos tenía distintos recursos.  El punto era que cada vez que venía a Lima era siempre por el lapso de una semana y nada más.  Era el tiempo que nos daba el velero siempre, pero eso no era arbitrario.

Lo que pasaba era que ése era el tiempo que le tomaba a la horda de zombies dar la vuelta y pasar por ese lado de la ciudad nuevamente. Si no lograba entrar y salir antes de que la horda regresara, tendría que encerrarme en uno de esos refugios y esperar por varios días a que sea seguro salir nuevamente.  Quizás semanas.

Solo he conocido a un Caminante que logró sobrevivir el paso de la horda.  Ahora ya estaba muerto, pero nos contó que casi enloqueció por los sonidos de los zombies deslizándose.  Lo único que lo mantuvo cuerdo fueron unos cuadernos vacíos que tenía consigo, en donde escribió todo lo que se le ocurría para distraer su mente por el tiempo que duró todo.

Si bien escribir esos cuadernos evitó que se volviera loco, leerlos podía perturbar ahora a cualquiera.  Yo los había visto una vez y no pude dormir por días.  Y eso que apenas leí un par de hojas.

Por supuesto que yo tenía refugios más grandes que otros.   Al que me dirigía en ese momento era uno de los más pequeños.  La razón era que siempre que llegaba a Lima corría el riesgo de ser seguido por un Caminante y no quería que ninguno de ellos robara las cosas que acumulaba.  Así que en este primer refugio mantenía apenas algunos artículos que necesitaría para continuar mi viaje.  Ya luego me dirigiría a uno más grande en el que almacenaba cosas más relevantes.

Luego tendría que recorrer algunos de los demás refugios en búsqueda de las cosas que me habían mandado conseguir a la ciudad, como por ejemplo, medicinas.  No estaba seguro de que entre lo que tenía por ahí guardado podría encontrar todas las medicinas que me habían pedido.  Si no encontraba alguna vendrían los problemas.  Entonces tendría que recorrer la ciudad buscando algún lugar en el que sí las hubiese.  Eso podía resultar peligroso.

Lo demás en la lista de cosas que debía conseguir no debería ser problema.  Todas eran repeticiones de algo que ya me habían pedido en el pasado que busque en la ciudad.  Y usualmente cuando recorría Lima buscando algo y lo encontraba, no me llevaba un solo ejemplar, sino cuantos podía cargar y los llevaba a uno de mis refugios.  Así la próxima vez sería más fácil.

Si conseguía todo rápido y me sobraba tiempo, usualmente recorría mis refugios para asegurarme de que todo esté bien y que cada uno tenga lo indispensable.  Es más, quizás hasta podría llevar de regreso algunos artículos de lujo para vender a quien tuviese los recursos.

Pero todo eso era secundario.  Por el momento lo prioritario era llegar a ese cuartito en una casa al final de la Quebrada de Armenariz para poderme cambiar de ropa y recoger lo esencial para continuar el camino.  Ya luego veríamos el resto.

Requiem por LimaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora