XXVII. Mi ciudad

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XXVII.     Mi ciudad

Mi plan original era llegar a Miraflores para luego salir a hacer una serie de cosas.  Podría tratarse de revisar mis almacenes y mis refugios o proveerlos de alimentos y de agua para otras ocasiones.  Quizás incluso instalar un nuevo refugio más al sur, en el distrito de Barranco.  No obstante, mientras descanso en ese cuarto escondido de un colegio abandonado decido que no sería prudente hacerlo.  Si es que es cierto que esos dos Halcones me habían querido matar, sería muy irresponsable salir en este momento.  Lo más seguro es quedarme donde estoy hasta que fuese momento de irme de la ciudad.

Estiro una bolsa para dormir que había dejado en una bolsa de plástico.  La coloco en el suelo y me tiro sobre ella.  Me merezco un descanso.  Han sido días fuertes.  Tengo que guardar fuerzas para salir de ahí.  Después de todo, para llegar al velero que me sacaría de la ciudad tendría que nadar jalando un paquete.

Tengo dos días más.  Uno debo pasar aquí adentro de todas maneras.  Por si las dudas.  Por suerte se trata de mi almacén de libros.  Bajo al primer piso del pabellón y busco alguna lectura que me pueda entretener por un tiempo.

Inicialmente pienso en leer algo solamente para que pase el tiempo.  Algo que me entretenga.  Pero mientras recorro los anaqueles en los que he apiñado los libros que con los años he descubierto que son los que me van a pedir una y otra vez mis clientes, veo uno en particular que me llama la atención. 

Se trata de un libro con mapas de la ciudad de Lima.  Es una especie de guía con información sobre las cañerías de agua y desagüe y las conexiones de gas y demás.  Lo tomo y lo comienzo a revisar.  Hay algo que me interesa de inmediato.  El tema de los postes.

No había pensado en eso, pero los postes están a lo largo y ancho de toda la ciudad.  Se me ocurre que podría aprovecharlos para algo.  Me llevo ese libro al segundo piso, me echo en el suelo y lo comienzo a leer con más detenimiento.  Quizás pueda terminar en algo útil y concreto.

Al medio día ya estoy cansado de leer.  Cierro los ojos por un instante y decido que suficiente es suficiente.  No puedo estar aquí más tiempo.  Meto el libro sobre Lima a mi mochila y comienzo a limpiar el lugar.  Enrollo el saco de dormir, apago el lamparín, le pongo balas a mi pistola y camino hasta la puerta del pabellón.

Antes de salir al patio lo pienso dos veces. 

Ahí afuera hay zombies.  Además hay humanos buscándome para matarme. ¿Cuál es mi apuro en salir?

Pues que ésta es mi ciudad.  Cuando regrese a mi casa en mi velero, me pasaré unos días entregando los encargos que me hicieron y cobrando por su entrega.  Y luego regresaré a mi cuarto y pasaré dos insufribles semanas de aburrimiento hasta que sea nuevamente el momento de regresar a Lima.  Tengo que admitirlo, me encanta ser Caminante.  Venir y enfrentarme a estas situaciones, estar cerca a la muerte.  Todo eso es lo que me mantiene queriendo vivir. 

He visto a muchos compañeros regresar de Lima a familias que los esperan.  A una esposa e hijos.  Y he visto eso pensando que hay que ser cruel para someter a tu familia al suspenso de no saber si tendrán padre por un mes más.  Ser Caminante es peligroso.  Es muy incierto.  Uno puede infectarse muy fácilmente o ser eliminado por alguien más.  Es un trabajo que no ofrece ninguna garantía.  Y es ideal para alguien como yo que no tiene familia y que apenas tiene amigos. 

De hecho, quizás la razón por la que haya sobrevivido todo este tiempo es precisamente por eso.  Porque me puedo dar el lujo de ciertos riesgos que otros Caminantes no se toman.  Básicamente como lo que estoy a punto de hacer.

Salgo al patio lentamente y camino hasta la esquina del colegio en la que alguna vez puse una escalera de mano para poder huir rápido si es que hacía falta.  Salto a la calle y comienzo a avanzar con cuidado.  Corro entre las cuadras, pero en cada esquina me tomo un instante para asomarme y asegurarme de que no haya sorpresas dando la vuelta.

Si me hubiesen perdido y me seguiesen buscando, lo que harían sería subir a altura.  Observar la zona desde un edificio o una construcción alta.  El problema es que esa parte de Miraflores tiene muchos edificios, lo que hace difícil encontrar algo en la calle, pero no imposible.  De todas maneras, si me muevo con cuidado no debería de tener problema.

Mi objetivo es llegar a mi refugio principal.  Una vez que esté ahí podré respirar más tranquilo.  Ahí tengo muchos más recursos para aguantar días enteros escondido. 

Faltando unas cuantas cuadras para llegar me pongo nervioso.  Me arrodillo en lo que alguna vez fue el jardín frontal de una casa.  Me escondo detrás de unos arbustos que han crecido sin control o supervisión.  Se ven feos y descuidados.  Espero ahí un rato y miro en todas direcciones.  De pronto, un sonido llama mi atención.

Desde donde estoy veo lo que alguna vez fue la sala de la casa.  Lo hago a traves de una ventana protegida por una reja.  El vidrio que cubría esa ventana hace tiempo que se rompió, pero la reja de metal aun está en su lugar.  Ahí, en el medio de la sala, hay un zombie arrastrándose hacia mí. 

Se arrastra, pero no avanza.  Algo lo está reteniendo.  Debe estar amarrado o sujeto a algo.  Usualmente me habría interesado la situación.  Me habría metido a la casa, lo habría eliminado y habría averiguado qué era lo que pasaba.  No esta vez.  Ahora tengo que llegar a mi escondite cuanto antes. 

Cuando asomo la cabeza a la calle me quedo paralizado.  A un par de cuadras de distancia veo un pequeño grupo de zombies que se acerca.  Cuento unos siete.  Si me ven comenzarán a gruñir y eso podría llamar la atención de otros zombies o de los humanos vivos que me podrían estar buscando aún.  Así que ni modo.  Para poder seguir avanzando debo meterme a la casa.

Lentamente camino hasta la puerta principal, le doy una patada confiando en que el tiempo haya debilitado la madera.  Efectivamente la puerta cede.  Entro y rápidamente disparo un arpón al cadaver que se estaba arrastrando por la sala.  Luego cierro la puerta y la apuntalo con un mueble viejo que encuentro. Luego comienzo a retroceder.  Debo encontrar una salida por si me quedo acorralado.

Requiem por LimaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora