—¡DÉJALA! —Mi cuerpo tiembla por el miedo, pero no puedo evitar gritarle. No aguanto ver cómo la trata. Se vuelve y con la mano abierta me golpea en la cara y mi cabeza choca contra la pared.

—¡Pensé que serías más lista que la estúpida de tu amiga! —dice con rabia—. Esto es solo un aviso. El próximo golpe será con el puño cerrado. ¿Te ha quedado claro? —asiento mientras paso la palma de mi mano por la mejilla para calmar el ardor—. Poneos en marcha de una vez. Los socios os están esperando.

Ana camina abrazándose a sí misma delante del animal y yo detrás. Cada vez que se para, este la golpea sin piedad para que continúe. Cada golpe que le da lo siento como si me lo dieran a mí. Está tan amoratada que temo que acabe con su vida si continúa haciendo eso.

Llegamos al gran recibidor y pasamos cerca de las estatuas. Me fijo en ellas y una en particular llama mi atención. Son tres chicas arrodillas ante un hombre y este parece estar alzando un látigo contra ellas. Mi vello se pone de punta al descubrir que la figura masculina tiene el rostro de mi jefe. Trago saliva y continúo caminando.

Pasamos un arco de mármol y entramos a un gran salón. Hay tres hombres sentados en unos amplios sofás mirando a cinco chicas más. Mis rodillas comienzan a temblar y trato de ocultarlo para que no noten mi miedo.

—Poneos a su lado. —Las señala y hacemos lo que nos pide. Ana sigue abrazándose y comienza a llorar. Su actitud me asusta, estoy segura de que será peor de lo que imagino.

Uno de ellos señala a mi amiga y le hace un gesto al de la cicatriz.

—No me gustan las chicas golpeadas. Si vas a domarlas, no destroces su cara. Castiga su cuerpo de otra manera o tráelas cuando ya no tengan marcas. Es asqueroso verlas así.

—A mí no me importa —dice otro—. Prepárala, seguro que cuando acabe con ella quedará aún peor. —Todos le ríen la gracia y siento náuseas.

—Yo me quedo con la nueva. —El tercero se pone en pie con esfuerzo y llega hasta mí. Tiene alrededor de 70 años, su pelo es blanco y su barriga enorme. Toma un mechón de mi cabello y lo huele. Intento apartarme, pero me sujeta fuertemente del codo—. Ya os contaré qué tal se porta. Seguro que es una fiera. —Levanta sus cejas a los demás y tengo que hacer ejercicios mentales para controlar mi respiración—. ¿Alguna objeción?

—Ninguna —contesta el que falta por elegir—. Eres el segundo inversor más importante del club. Te lo mereces. Yo me quedo con la más alta. —La chica más alta se pone las manos en la cara. Por sus facciones no parece ser española como nosotras.

—¿Cómo vais? —Lorena entra sonriente y a todos parece agradarles su visita—. ¿Ya tenéis presa para esta noche? —sonríe y nos mira—. Uff... Creo que necesitáis unos retoques urgentes. —Acaricia su barbilla—. Trae a las escogidas, Alacrán. Vamos a prepararlas. —El de la cicatriz obedece y deduzco que debe ser su apodo.

Nos llevan hasta lo que parecen unas duchas de gimnasio y nos obligan a ducharnos. Alacrán se queda fuera y es algo que agradecemos todas. El agua está helada, pero ninguna dice nada. Cuando terminamos, Lorena nos obliga a maquillarnos y a ponernos ropas demasiado cortas.

—Querida —se dirige a mí y pasa su larga uña por mi hombro—, espero que al ser nueva no ocasiones ningún problema —sonríe mientras me araña y aguanto el dolor—. Sabemos dónde viven tus hermanos y no dudaremos en ir a por ellos si tratas de hacer algo fuera de lugar. —Mi corazón bombea con tanta fuerza que temo desmayarme—. ¿Lo has entendido? —Intento hablar, pero no puedo. Debo evitar que les hagan daño. Es cierto que saben dónde vivo. Tuve que dar mis datos para que me ingresaran la mensualidad—. ¿ENTENDIDO? —grita.

—Sí... —Trago saliva y rápidamente pienso en mi madre. Debe de estar muerta de angustia al no saber nada de mí. Al haber estado encerrada he perdido la noción del tiempo y no sé cuánto tiempo llevo aquí.

—Muy bien —coloca mi cabello y me empuja los pechos hacia arriba—, has quedado perfecta. —Pasa su lengua por mi oreja y me aparto, asqueada, en un acto reflejo—. Si esto te asusta es porque no sabes lo que te espera. —Seca sus labios con el pulgar—. Adelante. Nos esperan.

Caminamos tras ella sin ánimo. Ni Ana ni la otra chica levantan la mirada del suelo, y mi cerebro no para de lanzarme espeluznantes imágenes. No puedo imaginar lo repugnante que debe ser que te fuercen a hacer algo tan horrible. No puedo creer que mi primera vez vaya a ser así... He estado esperando durante años a la persona indicada para que ahora un cabrón sin escrúpulos me arrebate la virginidad sin ningún miramiento...

Nada más entrar al salón veo a los tres hombres. Están bebiendo unas copas mientras charlan. Cuando se dan cuenta de nuestra presencia uno de ellos comienza a aplaudir y los otros le siguen.

—Perfecto, bella. Has hecho un gran trabajo, parecen otras.

—Lo sé —Lorena sonríe ampliamente.

El hombre mayor se acerca a mí y me pone la mano en la espalda. Me tenso al sentir su contacto y Lorena me mira. Recuerdo su amenaza y controlo el impulso de salir corriendo.

—Vamos a mi habitación. Tenemos muchas cosas de que hablar
—ríe sonoramente.

Sin quitar su mano de mi cintura, llegamos hasta un cuarto más grande incluso que la casa de mis padres. Hay varios objetos colgados en la pared que me recuerdan a una cámara de tortura que vi una vez en una película. No paro de pensar en lo mucho que me va a doler tanto física como emocionalmente lo que está a punto de hacerme. Después de esto, jamás volveré a ser la misma, pero todo sea porque nadie toque a mis hermanos.

Se coloca detrás de mí y pega su barriga a mi espalda, retira mi cabello con una de sus manos y pone sus labios sobre mi cuello. Alzo mis hombros instintivamente para apartarle, pero me fuerza a bajarlos de nuevo.

—Si vuelves a hacer eso tendré que usar otras técnicas y te aseguro que no te gustarán. —Rodea mi cintura con los brazos para presionarme más contra él y me habla al oído—. Te advierto que puedo dejar de ser amable en cualquier momento.

—Por favor... señor —Trato de ganar tiempo—. No estoy preparada para esto...

—Yo sí y es lo único que importa. —Me gira hacia él—. Desnúdame. —Le miro, incrédula, y soy incapaz de reaccionar—. ¿Estás sorda?

—No señor... —Mis manos tiemblan mientras trato de desabrochar los botones de su sudada y apestosa camisa. Disimulo varias arcadas, pero una de ellas me viene tan fuerte que se da cuenta.

—¿Te doy asco, hija de puta? —Agarra mi cuello y me empuja contra la pared—. Vas a pasar tu preciosa lengua por todo mi cuerpo para que vayas acostumbrándote a mi sabor.

—Por favor, señor... —comienzo a llorar—. Por favor, no me haga esto.

Tira de mi ropa, la rompe y deja parte de mi cuerpo al descubierto.

—¡NO! ¡NO! ¡NOOO! —El pánico se apodera de mí y aun sabiendo que podrían hacerle daño a mi familia no puedo dejar de gritar. Estoy totalmente descontrolada y aterrada.

Noto como su pantalón cae al suelo mientras con sus manos sigue arrancándome la ropa.

—¡PARA! ¡PARA, POR FAVOR! —Lloro más fuerte.

—Seguro que no gritabas así cuando te tirabas a otros —dice con la respiración acelerada por el esfuerzo mientras sigue sujetándome.

—¡SOY VIRGEN, MALDITO CABRÓN! —Intento escapar.

—¿CÓMO? ¿QUE ERES VIRGEN? —Me mira con sorpresa.

La Marca de Sara - (GRATIS)Onde histórias criam vida. Descubra agora