— Oh, creo... creo que te volveré a quedar mal Ian. Es que... yo no estoy en el pueblo en estos momentos, estoy saliendo fuera de Baviera.

— ¿Fuera del estado? ¿Pues a donde van? — Interrogó Ian, y su voz sonó extrañada.

— ¿Van? No, no solo voy yo Ian, necesito arreglar unos asuntos fuera y...— Alex pensó unos segundos en cómo decirle lo siguiente—... bueno, necesitaba pedirte un favor sino es que suena demasiado oportunista.

— Por supuesto que no, sabes bien que mientras esté dentro de mis posibilidades por ti hago lo que sea hermano— arguyó el chaval de la manera más sincera posible.

Alexander suspiró aliviado.

— Verás, no sé cuanto pueda tardar exactamente fuera, ni que contratiempos puedan surgirme. Mi plan es que para mañana mismo esté de regreso pero...— masculló el chico girando el volante con nerviosismo, ante la desesperación del asunto—. No quisiera que Ángela estuviera sola esta noche, ya sabes, por todo lo que ha estado pasando en el pueblo últimamente.

— Sí, lo entiendo por supuesto— dijo Ian—. ¿Y qué necesitas que haga?

—Bueno, ¿crees poder convencer a tu hermana de que organice alguna especie de... pijamada o alguna de esas cosas de chicas? Incluso hasta podrían invitar a Annabelle también.

— Conociéndola, no creo que Mary se niegue en lo absoluto; ella adora esas cosas femeninas así que cuenta con ello. Aunque, solo serían ellas dos y Ángela claro, yo no entraría en esas cosas de chicas. Ya me vería yo haciéndome la manicura y peleando con almohadas— Bromeó Ian Köller del otro lado de la línea, soltando una risita.

— Obvio que no— coincidió Alex riéndose también de la broma—, solo te agradecería que fueras el intermediario, y de paso que cuides de las chicas. Solo así podré estar más tranquilo ¿lo harías por mí entonces, amigo?

Ian bufó.

— Sabes que sí Alex, hasta la duda me ofende. Prometo que esta noche seré el guardián de las chicas.

— Gracias Ian, te debo una— dijo agradecido el chico de cabello castaño—. Entonces, te veo mañana si todo va bien ¿vale?

— Vale hermano, cuídate y por favor, no hagas tonterías— musitó el pequeño Ian y colgó al teléfono.

— No prometo nada Ian, no prometo nada— susurró Alexander, dando marcha de nuevo al automóvil y virando el volante de regreso al carril más amplio del camino; aceleró frenético y decidido a llegar a su destino.

El trayecto final hasta el estado de Renania del Norte Westfalia, y de ahí hacia el interior de la gran ciudad de Colonia resultó, en última instancia, más tranquilo y ameno de lo que el chico habría supuesto. Apenas en un aproximado de seis horas – lo cual le parecía imposible- consiguió arribar a su lugar de destino, tras cruzar el impresionante puente ferrovial de Hohenzollern, hecho de pilares de hormigón y una colosal estructura superior de acero, el cual se mantenía elevado justo sobre el caudaloso y perfecto río Rin dando paso al interior de la ciudad. Alex no pudo evitar henchir su pecho de emoción al contemplar que la verja que separa las vías ferroviarias del paso peatonal en el lado sur, estaba totalmente adornada de un sinfín de candados de todas formas, tamaños y colores; era, como bien sabía, un supuesto emblema de romance pues las parejas más enamoradas iban y colocaban un candado en honor a su amor eterno y arrojaban después las llaves al río, asegurando con ello que nadie podría abrir el candado y por lo tanto destruir su amor eterno.

— Son un montón de tonterías— musitó el muchacho al pasar a través del puente, pero sin dejar de pensar muy en el fondo de su mente, que algún día traería allí a su amada chica rubia para poder pactar su amor incondicional, para siempre.

EL PORTADOR 1:  El medallón perdidoWhere stories live. Discover now