— Uuuu, que miedo— Dijo uno de los otros chicos en medio de risas, y Alex vio que se trataba del flacucho de Adrián Baros.

— ¿Crees que te tengo miedo, asesino de quinta? — Sentenció Edgar Faciell girando el balón sobre uno de sus dedos, luciéndose. Varias chicas y chavos se habían acercado para presenciar la discusión.

— Déjalo en paz, Edgar— Chilló poniéndose a la defensiva el pequeño Ian, pero podía notarse miedo en su voz.

— ¿Por qué lo defiendes, ñoño? Todos aquí sabemos que la policía lo tiene como sospechoso de la muerte de la profesora— Arguyó alzando la voz el arrogante capitán del equipo, para dejarse escuchar por todos—; Es más, no dudo que también tuviera que ver con la muerte de la señorita gordura.

Alex escuchó murmullos entre los observadores y risitas de burla entre el equipo de soccer.

— No seas idiota Edgar, la señorita Rose se disparó a sí misma, ¿cómo podría haber...?

— Déjalo Ian, déjalo que siga— Le interrumpió Alex con furia— Van dos muertes, tal vez la de él sea la próxima.

— ¿Me estás amenazando? —Inquirió con sorna Edgar entregando el balón a uno de sus amigos con fuerza, como quién lanza su mochila para pelear— Me amenazas frente a todos, que valiente.

—        No es una amenaza, sino una advertencia— Dijo el chico sintiendo dolor en los nudillos debido a la fuerza con la que apretaba los puños.

— Pues si te crees tan valiente, yo digo que sea aquí y ahora— Replicó el capitán golpeando el pecho de Alex con ambas manos, incitándolo a pelear.

Los espectadores se rieron.

— Jamás debiste hacerlo— Bufó el joven Branderburg escupiendo de rabia. Ya no podía hacer nada.

De pronto Alexander se había lanzado contra su compañero, y con toda su fuerza le propinó un puñetazo en el rostro. Edgar se tambaleó y cayó de sopetón en el piso cubriéndose la cara con ambas manos, y al quitarlas todos vieron que estaba cubierto de sangre.

— ¡Dios, Ashh! — Gritó angustiado y llenó de dolor Edgar Faciell, mirando sus manos embarradas de sangre— Me has roto la nariz, infeliz.

Alexander estaba fuera de quicio y sentía el calor inmenso que le subía por la espalda, acompañado del dolor en las encías.

— No, no, no— Se dijo cerrando los ojos con fiereza— Contrólate, contrólate— Se repetía temblando.

Todos le miraban sorprendidos y con miedo, incluso el mismo Ian quién se retiró un poco de él. Un par de chicas revisaban a Edgar y a su cara enrojecida por la sangre. La nariz se le notaba torcida, estaba fracturada.

— Vas a pagar por esto Branderburg— Gritó rabioso Adrián Baros lanzándose contra el chico pero antes de que alcanzara a golpearlo una voz se lo impidió.

— ¡Alto! ¡Basta ya!

El decano Caldwell se abría paso por entre la multitud de alumnos y se le notaba a leguas un enojo profundo en su blanco rostro. Detrás de él venía la profesora Dior con su melena alborotada, mirando con desdén a todos tras sus gruesos anteojos.

— No consiento las peleas en este instituto y lo saben— Gritó encolerizado el calvo profesor Caldwell mirando por intervalos entre Edgar ensangrentado en el piso, a Adrián con el puño en alto y al mismo Alex, quién seguía temblando de rabia pero ya había abierto los ojos.

— Se supone que son personas adultas, no un montón de chiquillos de preescolar.

— Son una bola de brutos, salvajes— Sentenció la profesora Sandra Dior, inspeccionando a Edgar— Tienes el tabique roto, vamos, yo misma te llevaré a la enfermería. Dijo levantándolo por la fuerza y empujándolo fuera de la trifulca, mientras Edgar Faciell dejaba rastros de sangre en el piso.

EL PORTADOR 1:  El medallón perdidoWhere stories live. Discover now