A Alex se le enchinó la piel al imaginarse las escenas que allí habían sucedido, pero sabía que por el momento solo eran conjeturas suyas, que debía corroborarlo primero.

El chico salió de la ahora destartalada y oscura cocina para marcharse de una vez, pero al llegar al pasillo de la entrada reparó en algo. Un recuerdo. Una posibilidad.

Entre el revoltijo de muebles, libros, cristales y sangre, Alex notó semiculto el hermoso tocador de pino tallado, con la luna del espejo quebrada y los cajones abiertos y saqueados.

Decidido a descubrir algo el chico se abalanzó sobre la maraña de documentos dispersos alrededor del tocador pero vio que solo se trataban de exámenes y tutoriales, incluso había pomos rotos de perfumes caros y un peine de hueso tallado.

— ¿Por qué lo haces? — Preguntó consternado Alexander viendo a la suculenta mujer mientras peinaba su largo cabello castaño frente al espejo.

— Porque es lo correcto Alex— Respondió la profesora Hargrove sin voltear a ver al chico—. Sabes que no es correcto que una maestra y su alumno tengan amoríos.

Alex se encontraba semidesnudo, bajo la pulcra colcha blanca de la enorme cama sin poder dejar de ver a Ximena Hargrove.

— Suena tonto que te importe eso, solo tú y yo lo sabemos.

— Y muy absurdo que tú no lo razones.

La hermosa mujer dejó el peine de hueso tallado sobre el tocador y se giró para encararse al atractivo chico.

— Nos hemos divertido un tiempo y ha sido estupendo, pero no podemos llevar esto más allá de eso, jovencito.

Alexander se colocó el pantalón de mezclilla con velocidad y se puso de pie frente a la mujer de ojos marrón.

— ¿Por qué no puedes amarme mi dulce profesora? — Dijo el chico tomando a Ximena Hargrove por la cintura.

Ella se zafó juguetona de sus manos, y le sonrió.

— Porque eso que usted siente no es amor es deseo, mi pobre y dulce señor Branderburg.

— Tiene razón mi señora— Suspiró el joven— Usted libera mis más caóticos deseos.

La profesora soltó una carcajada mientras alargaba el brazo, entregándole al chico su camisa.

— ¿Me corres tan pronto?

— Ya le dije señor Branderburg, a partir de ahora sus clases particulares se enfocarán solo en la materia. Ahora que ambos ya hemos conseguido lo que queríamos.

Las última palabras de la profesora parecieron solo eso, palabras, pero Alex pudo notar un tono extraño en como las había pronunciado. Un tono de triunfo.

El joven Branderburg solo pudo sonreír ante ello, y de un momento a otro salió por la puerta abierta.

— ¡Maldición! — Se dijo furioso Alexander golpeándose la cabeza con las manos. — ¡Sal de mi cabeza!

El chico arrojó furioso el peine de hueso tallado contra la pared, donde rebotó y cayó con un golpe sordo al suelo.

Alexander intentó enfocarse en el momento y dejar sus estúpidos recuerdos de lado, necesitaba encontrar la respuesta.

Poniéndose de pie el joven examinó con más profundidad el tocador de pino. Si no recordaba mal, él mismo había visto en su última clase en casa de Hargrove una especie de cajón oculto, pero por más que forzó y tocó la madera ésta no parecía tener nada fuera de lo común.

— Tal vez solo me lo imagine— Resopló enfadado dando un fuerte golpe sobre el mueble y escuchó un silencioso tintineo.

Provenía del fondo del cajón de en medio.

EL PORTADOR 1:  El medallón perdidoWhere stories live. Discover now