El motor de un auto ronroneó en la avenida Empire Street y tras un breve momento, todo quedó en absoluto silencio.

Estaba solo, lo había conseguido.

Alex miró su reloj por segunda vez y comprobó que eran las tres de la tarde en punto; aquella era la hora establecida de cerrar las puertas de Saint's Church, pues la Santa Sede aún temía la oscuridad que envolvía a aquel pequeño pueblo alemán.

El joven Branderburg no se podía creer su suerte. Ya eran aproximadamente seis años en los que cada fin de semana, después de la última celebración, se ocultaba allí en la buhardilla de la iglesia para estar solo; y nadie, ni el mismo pastor tenía conciencia de ello.

Debía agradecer suponía, al hecho de que el polvoriento órgano que yacía tras su espalda hubiese sido sustituido por un hermoso piano allá abajo en el atril, y que así el antiguo facistol se convirtiera en un simple desván al que subían no muy a menudo

Una vez que se dispuso a relajarse, Alex se quitó la capucha y extrajo de su bolsillo la arrugada fotografía.

A pesar de haber sido tomada un siglo atrás aún era nítida y clara, y las imágenes casi perfectas. Aunque estuviera a blanco y negro él casi podía percibir los colores.

Félix Branderburg su padre, más alto que todos, de piel cobriza envolvía con un abrazo fuerte a su madre; ella era más baja, de piel blanca y hermosa como la porcelana, con un cabello largo y lacio color castaño cayendo sobre su espalda, al tiempo que con sus manos nevadas tomaba al menor de sus hijos por los hombros; y al lado de su padre y casi tan alto como él, su hermano Daniel, sonriendo, con su cabello negro hasta los hombros y su chaqueta de cuero con la cremallera abajo.

Aquella fotografía era el único recuerdo físico que Alexander poseía de su familia.

Ahí estaban los cuatro, sin pensar que en un par de años morirían.

El lago de azul profundo como fondo de una pintura, se saboreaba tranquilo; el dosel de ramas de un sauce y un minúsculo retazo de la casa de campo tras ellos, acompañaban la imagen.

Una lágrima rodó por la mejilla del joven Branderburg, y la fotografía resbaló de su mano y cayó a su costado.

Las horas pasaron lentamente, y Alexander reparaba sin atención hacia el ventanal que tenía frente a él, contemplando como el cielo oscurecía insensiblemente hasta que las estrellas como diminutas luciérnagas, aparecieron en el firmamento completamente negro.

El aglomerante silencio del enorme edificio se apoderó de él y momentáneamente sintió la paz que necesitaba, aunque fuese una paz lóbrega.

Sus parpados cayeron pesados sobre sus ojos que se cerraron ante cualquier contemplación; un goteo a lo lejos resonaba como disparos en sus oídos: gota, disparo, gota, disparo, gota, disparo...

"... Y ahí estaban los cazadores ágiles cual zorros, emergiendo furtivos del oscuro bosque entre sombras espectrales, con antorchas encendidas, relampagueantes; y sus armas listas para matar.

Alexander solo podía observar desde la ventana cerrada de la gran casa de campo, pero ellos estaban fuera en peligro; intentó advertirles para que huyeran pero su voz parecía no emerger.

Tres disparos, tres cuerpos cayeron muertos: su padre, su madre y su hermano. Alexander Branderburg gritó en silencio y entonces Ella apareció surgiendo del inmenso bosque, su risa era sonora, una carcajada que crecía dentro de su cabeza a punto de estallar..."

Alexander despertó sobresaltado.

Miró a su alrededor con la velocidad de un rayo, un sudor frío perlaba su rostro lívido, y su corazón latía tan fuerte que le provocaba dolor en el pecho; seguía en la iglesia detrás del órgano, en la misma posición incómoda y con la fotografía de su familia tirada a su lado, iluminada por una leve franja de luz nacarada proveniente de un farol al otro lado del ventanal.

EL PORTADOR 1:  El medallón perdidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora