Me desvanecí al instante, cayendo de rodillas. Alcance a escuchar un grito, luego, mis sentidos se apagaron. Ronde en la oscuridad, navegando todas sus aristas, enriqueciéndome de aquello que no conocía y jamás recordaría, como las respuestas a las preguntas más esenciales que alguna vez se habían hecho, ¿de dónde venimos? O ¿hacia dónde vamos? Había una infinidad de olores exquisitos que se complementaban en absoluta perfección, las mejores melodías del mundo sonando en sincronización, apreciables una por una, envolviéndose y fundiéndose en una sola canción al mismo tiempo, que crecía en mi pecho, vibrando en mis cuerdas vocales.

Algo suave sostenía mi cuerpo sin llegar a tocarlo, suspendiéndome en tiempo y espacio, generándome tranquilidad. Podía habitar en esa oscuridad por una eternidad y aun así, ansiar más de ella. Porque nunca nada era suficiente.

Nunca nada sería suficiente si me faltaba Noah, si me faltaba Sean. Si Ayla era infeliz por mi culpa y no podía regalarle otra sonrisa a mi padre. Si no podía cumplir con mi deber y mi destino.

Aquella oscuridad comenzó a sentirse incomoda, y me impulse, a través de todas aquellas cosas maravillosas que ahora se veían aterradoras, aquel mundo de fantasía real, aquella vorágine mentirosa que quería atraparme allí. El espacio pareció achicarse, asfixiándome, pero no lograba ver nada, ¿hacia dónde debía ir?

Un calor en el centro de mi cuerpo peleo, peleo con ganas ante el frio que apareció de la nada misma, estallando frente a todo lo que parecía querer lastimar mi conciencia, queriendo que olvide todo lo que amaba. Peleé por todos esos nombres que sonaban en mi mente, una y otra vez, puje el fuego fuera reiterando con fuerza… Noah, Sean, Papá, Ayla, Bastian, Nichi, Hawa…

Con un grito que surcó la noche, abrí los ojos con vehemencia, consumiendo la última gota de fuego que había en mí, alzándome en llamas como si fuera una diosa del olimpo. Estaba en el altar, y por lo que ahora entendía, había entregado mi inmortalidad. El guardián sonreía satisfecho, mientras mis amigos miraban espantados y a su vez, maravillados.

Nichi, Hawa y Winter se encontraban cada una frente a una roca blanca, dejándome a mí el lugar para marcar el norte. Era momento de lograr lo que había que lograr.

-India, debes enfrentarte a lo más peligroso, lo más destructivo que puedes encontrar. –me dijo Elder. –Es momento de pasar la prueba.

Asentí. El druida pronuncio unas palabras en aquel idioma que me resultaba desconocido, giro en trescientos sesenta grados su báculo, golpeando con fuerza el centro del altar. De allí mismo una luz anaranjada broto, hasta alcanzar figura y proporciones humanas. Continuo formándose, hasta dejar ver una réplica exacta de… mí.

-¿Qué demo…? –exclamo Winter, asombrada.

Mi clon la silencio con la mirada, de un intenso color rojo, para luego dirigirse a mí.

-Corre. –fue lo único que me dijo antes de lanzarse sobre mí. Me agache para impulsarla con los brazos hacia atrás, arrojándola lejos del altar. Mi clon volvió a arremeter, dispuesta a lastimarme. Era irrisorio, increíble, que tuviese que pelear conmigo misma. ¿Cómo combatía fuego con fuego?

La India malvada me enrosco el cuello con una soga flameante, ahorcándome, tirado hacia sí. Una vez contra su cuerpo, golpee sus costillas y pise con fuerza su pie izquierdo, moviéndome de lado, envolviéndola con la misma soga. Cuando creí que ya la tenía, simplemente desapareció la soga para golpearme en el estómago. Me tumbo enredando su pie con los míos y se abalanzo sobre mí, ahorcándome.

-¿Qué se siente morir una y otra vez? –me pregunto con una sonrisa macabra. –O mejor aún, ¿Qué se siente que la gente muera por ti? Dime India, quiero entender por qué insistes en parecer buena, cuando tú y yo sabemos bien que tus deseos son tan oscuros como los de Winter o Aydan.

Cronicas Elementales: El altar del druida (PARTE 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora