Capítulo 20: Luther Rouzic

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- Lo sabía.- suspiró Kurtis, poniendo los ojos en blanco – Si no se está quieta, revienta.

Giselle soltó un grito de horror al ver a Friedick en el suelo y la camilla vacía.

- ¡Está muerto!- gimió- ¡Le ha partido el cuello!

- Eso parece.- corroboró Kurtis, empujándola hacia adelante – Y no quiero ni pensar lo que estará haciendo ahora. Rompiéndolo todo o cortando la electricidad, seguro.

Boaz reaccionó con rapidez. Golpeó a Kurtis en el rostro con la suficiente fuerza como para desorientarlo. Se escurrió hacia el pasillo y accionó de un puñetazo el botón de alarma. Al instante, una estridente sirena arrancó violentos ecos de las brillantes superficies del recinto. 

Soltó un chillido cuando notó que la tiraban del pelo.

- Bien, doctora Boaz, has agotado mi paciencia. Disfruta de tu estancia con tu amiguito.- siseó Kurtis antes de arrojarla dentro de la habitación y atrancar la pesada puerta. Ya podía gritar si quería. Aquellas puertas eran idénticas a las del Sanatorio: ningún sonido se escapaba a través de ellas.

La alarma seguía sonando. En pocos momentos aquel sitio estaría lleno de mercenarios. 

Avanzó con rapidez por el pasillo. A punto de girar por una esquina, una figura esbelta se arrojó sobre él, esgrimiendo un bisturí que iba directo a su corazón. Kurtis hizo un rápido movimiento de repliegue y frenó el brazo de su atacante, que resultó ser Lara.

- ¡Tranquila, fiera! – gritó.

Ella lo miró con los ojos desorbitados y dejó caer el brazo, boquiabierta.

- ¿Qué haces tú aquí?

Kurtis soltó un bufido.

- ¿Qué qué hago yo aquí? Nada, pasar el rato. He venido desde Egipto, buscándote sin tregua ni descanso durante cuatro días, y lo único que se te ocurre es intentar apuñalarme y preguntarme que qué hago aquí.

Ella sonrió, avergonzada.

- Bueno, no esperaba encontrarte. Estoy acostumbrada a salvarme yo sola.

- ¿Me lo dices o me lo cuentas? – dijo él, mirándola de arriba abajo - ¿Estás bien?

El aspecto de Lara era realmente lamentable. El pijama verde de hospital que vestía estaba roto y salpicado de sangre. Tenía las muñecas y los tobillos despellejados, un pómulo hinchado y el pelo enmarañado. Por no hablar de las oscuras ojeras, la piel cenicienta y sudorosa y los labios azulados. Y apestaba a formol.

- Estoy perfectamente.- respondió ella, alzando con orgullo la barbilla.

- Ya.- dijo Kurtis, nada convencido – Lo mejor es que nos larguemos cuanto antes. Esa científica loca con cara de Barbie ha hecho saltar la alarma. Dentro de nada tendremos a Gunderson y compañía correteando por aquí.

Lara lo cogió por el brazo.

- ¡El Orbe! ¡No podemos irnos sin él!

- ¿Crees que hay tiempo para eso? ¡Bastante suerte tendremos so logramos salir de aquí!

- Contigo o sola, voy a ir a por el Orbe. – insistió ella – Si lo perdemos ahora lo perdemos todo.

Dando media vuelta, echó a andar por el pasillo con paso decidido. O al menos, ésa fue su intención. Pero a los pocos pasos de nuevo le fallaron las fuerzas y tuvo que aferrarse a la pared para no dar con sus huesos en tierra.

- Eres testaruda como tú sola. – suspiró Kurtis, y le ofreció el brazo con galantería – Vamos, apóyate en mí. Iremos los dos, ya que no pienso perderte de nuevo.

Tomb Raider: El Sello ÁureoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora