Capítulo 4: El diario de Selma

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Cuando Lara recobró el conocimiento, se arrepintió al instante de haberlo hecho. La cabeza le martilleaba y seguía teniendo la vista nublada. Trató de incorporarse, pero la mente empezó a darle bandazos y dejó caer de nuevo la cabeza sobre la mochila que le habían colocado como almohada.

- Será mejor si no te mueves.- oyó la voz de Kurtis.

El hombre estaba agazapado en un rincón del túnel. Había encendido una pequeña fogata y estaba cociendo algo que no olía muy bien. Vio cuatro bultos tirados en un rincón...

- ¿Eso que estás asando no será lo que yo pienso? – murmuró Lara, pasándose la mano por los ojos.

- Carne de mantícora.- dijo él- El único antídoto contra su propio veneno.

Kurtis se acercó ella y le tendió un trozo de carne grisácea. A Lara le dieron náuseas.

- No pienso comerme eso.- dijo, tozuda.– Ya estoy mejor, no me voy a morir.

- Cierto.- corroboró él- Pero te quedarás ciega en un par de horas.

Lara gruñó y se metió aquello en la boca. Afortunadamente, por muy repugnantes que fueran a la vista, las mantícoras sabían a pollo.

Se adormeció casi inmediatamente.

(...)

Kurtis se incorporó y examinó a su alrededor. El incidente de las mantícoras iba a jugar en contra de su plan, pero no lo estropearían si actuaba con presteza.

Tras liquidar la última mantícora (cosa fácil con la magnífica precisión del Chirugai), había depositado el cuerpo de Lara en un recodo oculto del túnel. Sin embargo, la sangre de las mantícoras, los restos de la fogata y los cadáveres los delatarían, si antes no los descubrían los de Gunderson.

La madre de Kurtis, Marie Cornel, pertenecía a la tribu matriarcal de los navajos. Como Kurtis había pasado la mayor parte de su vida junto a ella, Marie, que era mujer de acción (como Lara) le había enseñado a su hijo cómo rastrear la presa sin ser descubierto, moverse con el mayor sigilo y discreción, hablar lo menos posible, eliminar todas las pistas que evidencien que has pasado por cierto sitio... Y en efecto, Kurtis lograba pasar desapercibido allá donde fuera, no intervenía si no era estrictamente necesario y se mantenía en la sombra. Del mismo modo, era capaz de hacer que los hombres de Gunderson ignoraran que habían estado allí.

Rápidamente sacó a rastras las mantícoras y las arrojó en medio del túnel, junto a una bifurcación. Recogió con sumo cuidado la arena mojada en sangre y la esparció sobre ellas, luego enterró la estructura de combustión y distribuyó la arena de manera que no pareciera que nadie la había removido.

Si todo salía bien, los del Gunderson tomarían el camino de la derecha, pues las señales de batalla se prolongaban a lo largo de ese túnel. Sin embargo, según el mapa que Selma había trazado, el camino que conducía a la salida era el izquierdo.

Satisfecho, Kurtis volvió junto a Lara, se sentó a su lado, apagó la bengala y la veló durante un buen rato.

(...)

- ¡Eh!- gritó uno -¡ Aquí!

- Pero, ¿qué es eso?

Los mercenarios contemplaban asqueados las decapitadas y despellejadas mantícoras.

- ¡Son demonios!- gritó de nuevo -¡Yo me largo!

- ¡Y un carajo! – gritó otro- ¡Tú apechugas aquí como todos!

Las mantícoras estaban tiradas a la entrada de un túnel que tiraba hacia la derecha. Había sangre que continuaba hacia delante y se perdía en la oscuridad.

Tomb Raider: El Sello ÁureoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora