Capítulo 13: La tumba de la Amazona

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Giselle se acercó a la camilla donde yacía el paciente. Éste, un muchacho de diecisiete años, se retorcía desesperadamente, sin conseguir nada excepto hacerse daño con las correas que lo amarraban a la camilla.

- Estáte quieto – le aconsejó, dando algunos golpecitos a la jeringuilla – Cuanto menos te resistas, menos te dolerá.

El chico siguió debatiéndose. Giselle ya sabía que no entendía el alemán porque era italiano, una víctima reciente secuestrada de una excursión de fin de curso.

También sabía que no la podía oír. El último tratamiento los había dejado completamente sordo. Pero era imprescindible sacrificar algunos pacientes por aquella causa.

Le inyectó el suero y salió de la habitación haciendo caso omiso del llanto del adolescente.

- Cierra la puerta, Friedick.- ordenó al celador- Esta mañana los internos están insoportables.

Y era cierto. Por los pasillos azulajeados y pintados de blanco se oía toda suerte de gemidos, gritos y lamentos. 

- ¿Sabías que el Maestro ha regresado de Rumanía? – dijo Friedick, atrancando la puerta de la habitación.

- ¿Ah, sí?

- Dicen que va a clausurar los experimentos. Que ya no es necesario. Ha encontrado otra forma de hacer renacer la Alta Raza.

Giselle se quedó parada.

- ¿Qué? ¡No es posible!

Se quitó la bata y dejó el instrumental médico sobre el carrito del celador.

- ¿Esta ya aquí, en Munich?

- Acaba de llegar.

- ¡Pues voy  a verle de inmediato!

***

Karel se sentó tranquilamente en  la mesa redonda, mirando con indiferencia las sillas vacías que la rodeaban. La Cábala tenía una sala idéntica en cada una de sus sedes: París, Praga, Munich, Moscú. La usaban para las reuniones. La decoración con la esfera luminosa en el centro de la mesa y las gárgolas de piedra había sido capricho de Eckhardt. 

La puerta se abrió de golpe y entró una mujer. No tendría más de veinticinco años, y era toda una belleza nórdica. Su piel era blanca, los cabellos eran cortos y rubios y los ojos verdes. Alta y delgada, irradiaba un aire de superioridad que resultaba irritante para todos los miembros de la Cábala, y que divertía a Karel.

- Maestro.- dijo ella, saludándolo con una inclinación de cabeza.

- ¿Qué es lo que quieres, Giselle?

- Dicen que vas a cancelar el proyecto. 

- Y así es.

A la joven científica le tembló el labio inferior, pero logró controlarse. Eckhardt no había querido pusilánimes en la Cábala, y Karel aún era más inflexible en ese aspecto.

- Pero Maestro... – titubeó- mis experimentos van por buen camino. En tres meses habré logrado aislar las partículas y tendremos resultados satisfactorios.

- Ya no es necesario. He encontrado a la Amazona.

Giselle se dejó caer sobre la silla, abatida, y musitó:

- ¿Cómo puedes creer en esa paparrucha de profecía?

Al ver el centelleo azulado y frío de los ojos entrecerrados de Karel, supo que acababa de cometer un tremendo error.

- Ten mucho cuidado con lo que dices.- siseó - No me gusta nada que cuestionen mis decisiones.

- Perdóname, Maestro.- dijo ella, bajando las pestañas- Pero... es que ya estoy consiguiendo que los pacientes sobrevivan al tratamiento. ¡Y he creado vida!

Tomb Raider: El Sello ÁureoWhere stories live. Discover now