Capítulo 12: Una carpeta de bocetos

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Gunderson se dejó caer en el camastro y miró con indiferencia el sol que se colaba entre los barrotes de su celda.

Llevaba tres días encerrado y bajo disposición judicial, esperando a que se le juzgara por lo daños causados al patrimonio de Brasov. Su situación no podía ser peor. No esperaba ya que nadie lo librara de aquel embrollo.

Se equivocó.

Oyó unos pasos casi imperceptibles en el corredor. Se asomó a la ventana de la puerta y vio llegar una figura vestida de negro.

Gunderson inclinó la cabeza en señal de respeto.

- Maestro.

- Excelente trabajo en Brasov. – dijo Karel.

No pudo saber si lo decía en serio o era otra de sus ironías.

- Maestro, perdí a todos mis hombres.

- Te proporcionaré otros mejores.

A Gunderson aquello le pareció ofensivo. Cada uno de sus mercenarios era valioso, costaba meses de entrenar, de ganar confianza y respeto, de deberle absoluta fidelidad. Habían sido los mejores.

- Delaté a esos dos, pero se me han escapado.

- Por supuesto. ¿Qué esperabas? Si no los dejo avanzar, no podré utilizarlos para que descubran lo que me interesa averiguar. 

- En ese caso, Maestro, debo dar por sentado que ya no te soy útil.

- Deja que eso lo decida yo.

Karel extendió una mano y tocó ligeramente la cerradura de la puerta. Al contacto con la mano del Nephilim, el metal empezó a retorcerse y a fundirse como mantequilla, goteando hasta el suelo.

Gunderson se apartó, sintiendo una mezcla de horror y admiración. La cerradura se deshizo completamente y la puerta quedó abierta.

Durante un momento, temió que fuera a matarle. Pero Karel dio media vuelta y se alejó por el pasillo. Se apresuró a seguirle.

- ¿Y si los guardias nos oyen? – comentó.

- Lo dudo.- respondió Karel, señalando a un rincón con gesto despectivo.

Allí, tirados, destripados y desmadejados como muñecos de trapo, estaban los cadáveres de los pobres desdichados a los cuales les había tocado hacer guardia aquella noche. Y en la pared, untada con la sangre derramada, la escritura Nephilim. 

La Lengua Maldita.

****

Cinco jeeps avanzaban por la carretera en pleno desierto. Por delante de ellos, una moto. Se dirigían hacia el oasis de Al-Fayum.

Montaron el campamento en una zona cercana, un páramo algo aislado. Jean, Lara, Kurtis y los veintitantos operarios se pusieron manos a la obra.

Al anochecer, el equipo se sentó en torno a una fogata para cenar, excepto Kurtis, que se apartó y fue a sentarse sobre una duna. Jean le comentó a Lara:

- ¿De dónde ha salido ese tal Kugtis?

- Era mercenario.

- ¿Ega? ¿Y ahoga qué es?

Lara se encogió de hombros.

- No tengo ni idea. Yo me crucé en su camino por casualidad y desde entonces estamos juntos en esto.

- Me da muy mala espina.

Ella se rió.

- Puede parecer algo gruñón, pero en el fondo no muerde.

Tomb Raider: El Sello ÁureoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora