—Nunca fuimos nada —no quiero ser cruel, pero tampoco voy a mentirle.

  —¿Y todo este tiempo?

  —Nunca te he creado ilusiones, siempre te dejé claro que no buscaba nada formal —me quito la chaqueta del traje—. No entiendo por qué ahora te pones así.

  —Porque estoy enamorada de ti —se seca una lágrima que dejó salir.

  —Gemma —la miro y cierro los ojos.

  —He aceptado, siempre, que solo sea sexo, porque te has cansado de repetir, que nunca buscabas nada, que no te enamorabas —su voz sale ronca—. ¡Pero llegó un día ella y pum, de la nada, te enamoraste! —se coloca un mechón de pelo detrás de la oreja.

  —No me...

  —Sí, te enamoraste —me interrumpe—. De ella, y nunca de mí, pero ella te dejó, se marchó de un día para otro y no quieres aceptar que aún estás enamorado y que la quieres. Por eso aceptaste mi compañía, para intentar olvidarla, pero nunca lo hiciste —solloza.

  —Yo nunca te utilicé, si es lo que intentas decir —me acerco a ella.

  —No, pero nunca sentiste nada por mí. Eso quiero decir —aprieta sus labios en una línea.

Gemma es de esas mujeres que se obliga a no demostrar debilidad, y entiendo todo lo que le está costando esta charla, pero nunca la ilusione. Siempre fui claro, joder.

  —Llevo cuatro putos años intentando olvidarme de ella. Cuatro —trago saliva—. Llevo todo este tiempo inundándome de trabajo para seguir con mi vida y en lo posible tener una nueva, pero está aquí joder —me agarro del mentón —. Y nunca te mentí, nunca te creé falsas expectativas, ni te prometí nada. Porque no podía, porque sí, tienes razón y estoy jodidamente enamorado de ella.

Veo que se le caen algunas lágrimas más e intenta apartarlas de sus mejillas. Yo no hago más que caminar por mi sala con el corazón a mil.

  —Lo siento, ¿vale? No quiero hablarte así y tampoco quiero que estés sintiendo esto —continuó—, pero es lo que me pasa y no puedo evitar sentir eso por ella.

  —Está bien —se acomoda el vestido—. Me largo.

  —No, no hagas eso Gemma —la freno.

  —¿Hacer qué? —tiene que levantar el mentón para mirarme—, no tengo más nada para decir.

  —No quiero que sufras —soy sincero—. Eres una mujer inteligente, trabajadora y hermosa, puedes estar con quien tú quieras...

  —Pero no contigo —se adelanta a decir.

  —Yo... Lo siento —le acaricio la mejilla.

  —Ojalá esta vez sea diferente y puedas estar con ella —me quita la mano de su mejilla—. De verdad —se pone de puntitas y me deja un beso cerca de la comisura de los labios.

Sonrío de lado y la dejo pasar y me quedo así, de espaldas a la puerta mientras se marcha.

Voy hacia la habitación de invitados y miro aquellas cajas que nunca las pude tirar o darlas para donar, tampoco intenté llevárselas a Mel, porque contiene todo lo que Anna dejó antes de irse. El vestido que usó la vez en la que la invité a salir y donde la besé. Todo lo he dejado ahí, siempre con la esperanza de que regresara a mi, pero los años pasaron y llegue a pensar que no la volvería a ver, pero está aquí.

Duermo, o hago el intento, y por la mañana, cuando me levanto y reviso el móvil, veo mensajes de mi mejor amigo avisándome de que ya están en el aeropuerto camino a la luna de miel.

Por Primera Vez ©Where stories live. Discover now