ANNA

95 8 1
                                    

—No quiero que te vayas

—Mel —me giro dejando a un lado la ropa que iba a meter a mi maleta—, ya está. No funcionó y lo mejor que puedo hacer es regresar a casa.

—¿Pero así? ¿Sin intentar hablar o arreglar las cosas? —mi amiga es insistente para todo y por eso siempre logra lo que quiere.

—Sí, fui a hablar con él, puse toda mi valentía en arreglar las cosas, pero no se pudo. Estaba con esa morena haciendo... No me quiero imaginar lo que estaban haciendo.

No tuve el coraje que se necesitaba para hablar con Luca después de verlo con una toalla amarrada a la cintura y a esa tía —que se venía increíblemente atractiva— en esa situación que gritaba que habían tenido sexo. Estaba segura.

Me voy a ir, regresaré a Estados Unidos y quiero dejar atrás lo poco que tuvimos, como un amor de verano o una simple aventura. No alcanzamos a ser solo eso, porque si lo nuestro iba más allá no llegaríamos a nada por la falta de comunicación. Él no me dejó explicarle nada, y todo se quedaría ahí.

Me paso el día entero arreglando mis cosas y hablando con mis padres de mi regreso a casa, no les doy explicaciones de todo lo que ha pasado, solo que quiero volver a casa y centrarme en mí y en mi futuro. Voy a seguir intentando crear una comunidad en redes sociales, tal vez en un futuro escribir un libro... quién sabe, lo único que tengo claro es que quiero centrarme en mí porque estoy cansada de dar un cien por ciento para los demás y que nadie de ni un céntimo por mí.

Armo y desarmo la maleta. Meto todo de malas maneras y luego lo arreglo tranquila. Por suerte no llevé todo al piso de Luca, solo lo necesario y aún tenía ropa en el apartamento de mi amiga, lo demás no me interesa recogerlo. Refunfuño para mis adentros, pero también me tranquilizo a mí misma de a ratos. Así paso unas cuantas horas porque no quiero irme, pero debo hacerlo...

Dejo mis cosas sobre la cama, todo listo para sentarme a buscar un boleto de avión.

Voy hacia la cocina, donde mi amiga está preparando algo para la hora de la merienda y me siento en uno de los taburetes de su pequeña isla con mi computador en mano.

—Estás pálida —me dice Mel, mientras saca unas galletas del horno— ¿Te sientes bien?

—Sí, bien —me toco la frente con el dorso de mi mano—. No he bebido agua en todo el día y creo que me ha bajado la presión por estar de aquí para allá ordenando todo.

Mel toma un vaso y me lo sirve con agua, se lo agradezco, ya que en verdad al sentarme sentí un calor correr por mi espalda. Seguro me está llegando todo el estrés y el mal rato de todo lo que estoy pasando.

—¿Ya te dije gracias?

—¿Y eso por qué? —se gira a mirarme mientras continúa con sus cosas.

—Porque siempre has sido una buena amiga. No esperas nada a cambio y siento que no he parado nunca a darte las gracias por sacarme una y otra vez cada vez que caigo en un pozo.

Se seca las manos y ladea la cabeza mirándome con el ceño fruncido.

—Venga —suelta el paño sobre la encimera—, que nosotras no somos de sentimentalismos y sabes que no tienes nada que agradecer. Para eso somos amigas, ¿no? Estoy segura de que harías lo mismo y más por mí —sonríe y se pone de nuevo a quitar las galleras y ponerlas en un plato bonito.

Con Mel no somos de esas amigas que a cada rato están siendo cariñosas ni nada por el estilo, ella es muy fría y yo de muy poco contacto físico, así que nos mantenemos muy bien fuera de lo sentimental entre ambas, pero consideraba igual el hecho de que nunca paré a decirle gracias y de vez en cuando es bueno decirlo y escucharlo.

Por Primera Vez ©Where stories live. Discover now