LUCA

85 7 1
                                    

Los días corren sin pausa y ver a Anna cada mañana en mi cama me hace sentir reconfortado. Desde que pasamos por el piso de Mel a recoger "un poco" de ropa y sus artículos personales, duerme cada noche en mi piso.

Cuando despierto en la mañana, recuerdo que no veo a mi padre hace semanas. No se apareció por Barcelona todo este tiempo, me parece muy extraño. Él siempre concurre a todas las oficinas de su empresa, al menos una vez a la semana.

Anna me había contado que habló con su madre sobre la tarjeta que tiene en su scrapbook y que esta solo actuó de una forma muy extraña, negando conocer a mi padre. La duda aún está en nosotros, pero no le estamos poniendo tanto interés. Tal vez todo es una simple coincidencia.

  —¿Estás lista? —la abrazo por detrás mientras se está arreglando frente al espejo. Tenemos una fiesta a la que iremos con el grupo de siempre.

  —¿Cómo me veo?

  —Muy apetecible. Y si seguimos aquí creo que no iremos a esa fiesta —le hago un escaneo. Se ha puesto una falda de cuero negra con un top en color plata. No estoy seguro si aguantaré durante la noche sin correr mano por debajo de esa falda.

Este último tiempo somos pura química, estoy dentro de ella día y noche. En la cama o en la ducha, en la sala o en la cocina. No puedo parar de tener mis labios sobre los suyos, estoy necesitado de ella todo el tiempo. Cosa que me asusta.

  —Sé en lo que piensas —esboza una sonrisa.

  —¿Y qué es?

  —No seas pervertido. No vas a correrme mano delante de tanta gente —me apunta con la brocha que está usando para maquilarse.

  —Tampoco lo había pensado —miento.

  —No lo creo.

  —Y aunque lo hubiera pensado. Ya no me quedan condones. Así que no puedo pensar en esas cosas esta noche —hago un mohín. A la vuelta pasaré por alguna farmacia si o si.

Marc es el que nos recoge junto con Mel. Tiene una camioneta en la que si cabe más gente y no solo dos personas como en mi Porsche.

Aparcamos al llegar a la fiesta y los cuatro vamos en dirección al interior del edificio. Se nos da tan natural agarrarnos de las manos a la hora de caminar, que tranquilamente todos pueden pensar que somos novios, pero no es así, aún no se lo he pedido. No porque no tuviera ganas, si no, porque tengo miedo aún. Sigo sintiendo que Anna no tiene los mismos sentimientos hacia mí que yo hacia ella. Y está claro, en un tiempo más ella se tiene que ir así que lo nuestro es pasajero.

  —Llevan un poco más de un mes así, ¿aún no sé lo has pedido? —pregunta mi amigo cuando dejamos a las chicas para ir hacia la barra. Ellas aprovecharon de ir a la pista de baile apenas escucharon una de sus canciones favoritas.

  —No. No quiero que me rechace.

  —¿Y por qué iba a hacerlo? Vive contigo, actúan como si estuvieran juntos y se nota la química entre ustedes.

  —Pero se irá. Tal vez no quiere que lo nuestro sea algo serio para luego no salir lastimada. Y la entiendo.

  —¿Y si no se va?

  —No ha dicho nada más de eso.

  —Deja los miedos —me da un empujón con su cuerpo.

Me giro hacia la pista, la veo perfectamente. Está bailando con Mel y puedo notar como todo el mundo gira a verla. Siempre que llega a un sitio llama la atención. Y como no, si es preciosa.

Nos acercamos a ellas. Me encargué de pedir un trago para Anna, el de siempre. Y yo tengo una cerveza en una de mis manos. Con la otra la rodeo por la cintura y me pego a su espalda cuando llego a su lado. Esa maldita falda le acentúa tanto las curvas y me genera un sentimiento de no querer que nadie la vea. Celos, así le dicen a ese sentimiento. Pero no se lo hago notar.

Por Primera Vez ©Where stories live. Discover now