ANNA

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  —¿Por qué quieres irte tan lejos? —sigue protestando Santiago, mi novio. O... ¿exnovio? Llevamos casi una hora discutiendo acerca de nuestra situación.

  —Santiago, por favor —dejo de acomodar mis maletas para girar y verlo a la cara—. ¿Por qué crees que vengo pidiéndote que terminemos la relación? No me dejas alternativas y por eso ahora te he pedido un tiempo. Pasaré las vacaciones con Mel en España y al regreso veremos nuestra relación.

  —No, no voy a moverme de aquí hasta que me perdones.

  —¿Perdonarte? —sonrío con ironía— ¿Ves estás marcas aquí? —le enseño mis brazos—, me las has hecho tú, otra vez. Y solo porque encontré mensajes tuyos donde claramente se puede ver que me engañas, y hace mucho tiempo.

  —Te he pedido perdón por eso, no volverá a pasar. No quiero golpearte, me obligas a hacerlo cuando discutimos. Tus palabras me duelen —ahí estaba, otra vez quería hacerme sentir que era la culpable. Que los golpes que me daba era porque yo lo provocaba.

Nada nuevo, porque tuvimos dos años de relación, donde los primeros meses creí que era la persona que siempre busqué, hasta que dejó ver su verdadera personalidad: era violento, celoso y posesivo y nunca tuve el valor de alejarme porque si quería dejarlo recibía malos tratos o insultos de su parte. Pero hace semanas atrás había podido ver en su móvil «el que busca; encuentra» dije cuando lo tomé sin que se diera cuenta y vi cómo se enviaba mensajes con una compañera de su clase. Fue el pié para hablar sobre mi decisión de tomar ese viaje y ponerle una pausa a la relación —para mí, un final—, pero él no lo quería aceptar y entonces esa charla no terminó bien...
Tenía que haber sentido celos o algo al ver con mis propios ojos que mi novio me engañaba, pero no, sentí que por fin había encontrado la razón para ponerle fin a la relación; como lo venía buscando hace tiempo, pero siempre que llegaba el momento de hablar de ello, él lo tergiversaba todo para salir ganando.

  —Yo te amo, estamos enamorados. No te puedes alejar de mí —intenta convencerme con aquella voz penosa.

  —"Estamos" creo que es una palabra que involucra a dos personas, y yo ya no lo estoy de ti —opté por darle la espalda y seguir doblando y metiendo ropa a la maleta.

  —¿Te das cuenta de tus palabras? Me duelen, Anna. Por eso soy así... —lo interrumpí.

  —Te equivocas, eres así por tus putos problemas, por tus putos traumas, ¡deja de meterme a mí en cosas que tú debes arreglar para poder estar en una relación sana! —por suerte no estaba nadie en casa, porque ya me estaba alterando.

Cuando levanté la voz más de lo normal pude ver que apretaba sus manos en puños. Intenté relajarme y seguir con mis maletas, de espaldas a él. Se había quedado en silencio y comencé a sentir su cercanía.

  —No vas a dejarme —se pega a mi espalda, rodeándome con sus fuertes brazos. Me deja sin movilidad, puesto que él es dos veces más grande que yo.

  —Suéltame, Santiago —hablo con un tono de voz más bajo. Pienso en que no tengo a nadie en casa si llega a ponerse más violento así que tengo que calmarlo.

  —No, tú eres mía y no te vas a marchar  —dice entre dientes.

  —Me estás haciendo daño, me duele... Suéltame por favor —siento tanta presión en mis extremidades, pero no me suelta.

  —¡Que no! No te vas a ir...

Fue ahí donde confirmé que la típica frase "te salvó la campana" es verdad. En ese momento alguien tocó el timbre de casa y Santiago me soltó de forma brusca. Me relajé, no me golpearía, solo lo hacía cuando estábamos solos porque yo era tan tonta que luego no hablaba. Él ya tenía veinte años y podía ir a la cárcel si le ponía una denuncia y ese era su único miedo.

Por Primera Vez ©Where stories live. Discover now