25| Despedidas y bienvenidas

56 9 4
                                    


Gracias a mi maniobra de último momento me llevé la mayor parte del golpe. Aun así, no fue nada tan grave. Un gran moretón en mi pómulo izquierdo, magulladuras en el hombro derecho y más moretones en mis brazos y piernas. Holder había salido casi ileso. Aparte de estar adolorido no había prueba de que le había caído un armario de madera caoba repleto en vajilla antigua. Aunque, claro, me había caído a mí. Mi maniobra de último segundo había funcionado.

Ahora ambos estábamos en la misma habitación de emergencias, sentados frente al otro en camillas. No nos habíamos dirigido la palabra desde que llegamos. Tampoco había sido necesario, ya que todo este tiempo una enferma nos estuvo acompañando, pero ahora llevábamos solos unos cinco minutos y no podíamos siquiera mirarnos a los ojos. Aunque eso no me detuvo de robar vistazos de él, algo que no había podido hacer desde su regreso.

Él se veía... diferente. De alguna manera parecía haber envejecido unos cinco años al menos, y lucía como si hubiera perdido algo de peso. Sus pómulos resaltaban más, destacando unas hundidas ojeras, y sus bíceps ya no llenaban las mangas de su camiseta. Llevaba el cabello más largo y rastros de una barba incipiente. A pesar de eso, seguía robándome la respiración. Seguía siendo él, sin importar qué, solo que ahora algo parecía aplastarlo.

<<Tiene que cargar sobre sus hombros con algo muy pesado para alguien de su edad.>> Las palabras de la directora vinieron a mi mente.

Vi a Holder suspirar y pasarse la mano por el desorden de cabello que tenía. Sus ojos encontraron los míos antes de que pudiera apartarlos, pero no me importó que se diera cuenta.

Se me quedó mirando con ahínco, escrutándome bajo una mirada curiosa, y me señaló vagamente.

—Ese golpe lucirá mal mañana.

Por instinto quise llevarme la mano hacia la cara, pero me detuve. Me dolía bastante solo con que el aire me rozara, no quería imaginar si lo tocaba.

—Seguro ya luce lo suficientemente mal —suspiré.

Un pálpito surgió en su mandíbula, cómo si lo que estaba viendo de mi aspecto confirmara mis palabras.

—No debiste agarrarte del armario —protestó en voz baja—. ¿Qué esperabas, que se quedara pegado al suelo?

Entrecerré los ojos y siseé al acto. Ese simple gesto había hecho arder mi pómulo.

—Dios, no me provoques —me quejé—. No puedo discutir contigo sin hacer caras y me duele solo parpadear.

Holder apartó la mirada.

—Lo siento —dijo, tan bajo que casi pensé haberlo imaginado.

—¿Por qué? Ciertamente no tienes culpa de mi idiotez.

—Eso es cierto. Si no hubieras irrumpido en mi casa y no te hubieras resistido a irte, no estaríamos... —Se calló en cuanto vio la mirada que le lancé—. Lo siento —repitió—. Aunque eres una terca no debí forzarte a salir.

—Vaya, ¿son disculpas lo que oigo saliendo de la boca de Tristan Holder? —me burlé. Él resopló—. Supongo que no puedo pedir más viniendo de ti, así que las tomaré. Disculpas aceptadas.

Rodó los ojos, negando con la cabeza, justo cuando la enfermera regresó.

Me mandaron un ungüento y más analgésicos mientras que a él nada. Cuando estuvimos de regreso en su Jeep un silencio se instaló entre nosotros. Era un silencio íntimo. De alguna manera se sentía como si habláramos.

Durante el trayecto ninguno de los dos dijo nada. No que no quisiera, tenía mil interrogantes en la punta de la lengua esperando el momento justo para ser disparadas, pero si no me había dicho nada hasta ahora ¿por qué creía que lo haría si volvía a preguntarle?

Apostar Al Amor ©Where stories live. Discover now