XLVII

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Frank


—Oye, ¿iremos de nuevo al parque cuando terminemos el ensayo de la tarde? —le pregunté a Sasha en el receso del instituto.

—¿Quieres que vayamos? —me respondió, extrañada de mis ganas de querer ir al parque. Sasha tenía en sus manos un perro caliente y se preparaba para darle un mordisco. Hoy se veía más hambrienta que nunca. Según ella, cuando dormía bien, amanecía con un apetito feroz. A mí me pareció raro porque una vez leí que era al revés, es decir, si dormías menos, tus ansias de comer se disparaban. Supongo que, a fin de cuentas, eso variaba de una persona a otra.

—Sí —asentí—. Julián quedó en contarme algo hoy.

—¿Más cosas sobre chicas? —Su tono era de broma, pero, a la vez, había algo de seriedad en su pregunta.

La sonrisa que iluminó mi rostro me delató.

—Yo te acompaño con gusto —prosiguió ella—. No sabes cuánto me alegra que Julián sea tu nuevo amigo. La verdad, pensé que se quedaría en una práctica más para ti y que nunca le volverías a hablar.

—Yo también lo pensé, créeme, pero me cayó bien porque su rápida familiaridad, ¿sabes? Me contó cosas personales y demás.

—¿Las cosas de chicas?

—Las cosas de chicas —repetí.

En este preciso instante, Jason pasó por nuestra mesa, se paró enfrente de nosotros y se nos quedó viendo con una amplia sonrisa en su cara. Era evidente que el idiota aún sentía satisfacción porque su venganza había salido a la perfección. Yo opté por no darle la atención que buscaba y lo ignoré, volteando hacia otro lado; Sasha, en cambio, le lanzó una mirada de pocos amigos y le dijo:

—¿Qué quieres, imbécil?

Jason no le respondió. Tan solo la miró con su estúpida sonrisa intacta.

—Lárgate de aquí —prosiguió Sasha, que se puso de pie—. No te lo voy a repetir dos veces.

Tomé a Sasha del brazo, pidiéndole que volviera a sentarse.

—No vale la pena —le dije— Ya tenemos suficientes problemas para meternos en más.

En última instancia, por fortuna, Jason se largó por su cuenta. Estaba claro que su intención era provocarnos y causarnos más líos. Y lo peor es que, si no hubiera sido por mí, Sasha habría caído en su juego provocador.

—Me da rabia ver a ese idiota. —Sasha se puso roja de cólera—. Quisiera quitarle esa sonrisita de un puñetazo.

—No le prestes atención —le dije, tratando de tranquilizarla—. Solo quiere hacernos enojar más.

—Conmigo lo consiguió. —Suspiró, bebiéndose la gaseosa que había comprado con el perro caliente.

Un rato después, el profesor Cay, en su regreso de la cafetería, se acercó a nuestra mesa con la intención de preguntarnos algo.

—Chicos, ¿cómo están? —nos saludó—. Me contaron que ya forman parte de la obra. Les quería decir que, como ustedes cumplieron, yo también lo haré. Pueden presentarme los ejercicios mañana y así recuperar los puntos.

—Mañana es sábado —le recordó Sasha.

—¡Ah, es cierto! —El profesor Cay se rascó la cabeza, apenado por su olvido—. El lunes será entonces. Tienen tiempo de sobra para presentar los ejercicios impecables.

Una vez que se fue el profesor Cay, le dije a Sasha:

—Mañana tendremos que hacer dos cosas: ensayar las horas extras para la obra, resolver los ejercicios y, por si fuera poco, a mí me toca una sesión con tu mamá.

—No me digas. —Suspiró, como si le diera pereza hacer tantas cosas en una sola tarde.

—En realidad, a mí me caerá la responsabilidad hacer todos los ejercicios —le recordé para que no se quejara mucho—. A ti solo te tocará copiarlos.

—Puede que tengas razón —admitió, apoyando un codo en la mesa para sostenerse la cara con la mano—. Pero incluso copiar requiere un esfuerzo.

—Sí, sí, mucho trabajo —le dije con ironía, pero manteniendo el tono bromista.



En mi opinión, el ensayo de esta tarde terminó mejor que el de ayer. En parte, se debió a que Sasha y yo no tuvimos mucha participación. Solo estuvimos presentes en una escena con Teseo, Hipólita y Egeo, el padre de Hermia. En resumen, nuestro papel se redujo a pronunciar unas pocas palabras. Y, por cierto, aunque sentí los mismos nervios en el estómago, la intensidad fue menor. Podría considerarlo un avance, pero, como dije antes, la intervención fue demasiado breve para atribuirle un peso tan significativo.

Al concluir el ensayo, la profesora Harris nos recordó a Sasha y a mí que practicáramos horas extras el fin de semana. Desde luego, nosotros le aseguramos que lo haríamos sin falta.

—En la poca participación que tuvimos hoy, lo hiciste mejor —me dijo Sasha cuando íbamos de camino al parque— Creo que, poco a poco, irás tomando más confianza.

—¿Tú crees? —No podía dejar de subestimarme a mí mismo—. No lo sé...

—Ya verás que sí.

Mi vista se posó en los columpios en cuanto llegamos al parque. Julián, quien ya estaba ahí, me identificó a la distancia y me saludó con un gesto de la mano.

—Ve a hablar con él —me dijo Sasha—. Yo estaré donde siempre.

—No tardaré mucho.

—Tú tranquilo. Tómate tu tiempo.

Me dispuse a acercarme a Julián y, con cada paso que daba, aumentaba mi curiosidad por saber qué le había dicho su mejor amiga.

—Hola, Julián. ¿Cómo estás? —lo saludé. Tal como lo hice ayer, me senté en el columpio de al lado.

—Yo diría que... más o menos —me respondió, haciendo una mueca de inseguridad—. Hice lo que te dije ayer: le confesé mis sentimientos a mi mejor amiga. Y, de paso, le pregunté si ella sentía algo por mí.

—¿Y qué te dijo?

—Me dijo que no sabía qué decirme, que estaba confundida.

—Confundida...

—Sí, confundida —prosiguió él—. No puedo evitar sentirme decepcionado. Porque dicen que, cuando una persona siente verdadero amor por ti, no tiene que dudar de si te quiere o no.

—No siempre es así —le dije, acordándome de la vez que Sasha me preguntó si sentía algo por ella—. A veces sí estás confundido y no sabes lo que sientes por alguien.

—¿Y cómo puedes descifrar tus sentimientos?

—La única manera que yo conozco es la distancia. —Miré a Sasha a lo lejos y pensé: «La que tuve contigo funcionó».

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