XXXIV

447 15 1
                                    


Sasha


Aun cuando pareciese una decisión demasiado drástica de mi parte, decidí alejarme de Frank, pensando en que era lo mejor para mí. Rectifico lo que le dije a él: arruiné nuestra amistad. Me cuesta explicar la explosión de emociones que sentí por haber arruinado lo que tenía con él. Nunca antes me había sentido tan conectada con una persona, ni siquiera con mis amigos de la ciudad en la que crecí. Nuestro vínculo era especial. Único. Diría que me arrepentía de haber desarrollado sentimientos amorosos hacia él, pero, en estos casos, ni eso valía, ya que no siempre se puede controlar cómo nos sentimos por alguien.

Pese a todo, le dije que podía seguir teniendo las sesiones con mi mamá, pues una cosa estaba relacionada con la otra. Prohibirle eso habría sido malintencionado de mi parte, y no quería parecer una mala persona ni mucho menos. Ahora bien, los días que llegara a mi casa, se me haría complicado actuar como si nada hubiera pasado entre nosotros delante de mi mamá.

A la hora de la salida, cuando iba de camino al autobús, no pude evitar sentirme fatal, puesto que, una vez más, tendría que sentarme en un asiento diferente al de Frank. Al subirme, miré que el lugar donde me había sentado en la mañana estaba vacío, así que decidí ocuparlo de nuevo.

Frank se subió después de mí al autobús. Él se sentó en el mismo asiento, el que hasta hoy era nuestro. Un chico, que parecía tener unos quince años, se acercó a él y le preguntó si se podía sentar junto a él, a lo que Frank asintió amablemente. Me dediqué a observarlos por momentos breves. Los dos mantuvieron una plática fluida a lo largo del camino, como si se conocieran desde hace tiempo. Una sonrisa se dibujó en mi cara al ver que su habilidad social de Frank, poco a poco, dejaba de ser limitada y empezaba a expandirse.

Yo, por mi parte, me sentí sola mientras el bus recorría las calles. Nadie se sentó conmigo para colmo de males. Durante un momento, antes de que el autobús arrancara, vi a Fabiola pasar cerca de mí y deseé que se sentara a mi lado, pero ella pasó de largo y se apresuró a sentarse con otra chica, quien parecía ser su nueva mejor amiga.

En una de las veces que observé a Frank mientras hablaba con el chico que se sentó a su lado, me di cuenta de que alejarme de él, le traería algo bueno, por lo menos. Me refiero a que, de ahora en adelante, tendría más interacción con otras personas que no fueran yo, lo que aceleraría su proceso de superación del trastorno de ansiedad social.

Al llegar a mi casa, mi mamá me recibió con un abrazo lleno de emoción. Bastaba con ver su rostro para saber que estaba feliz. Su sonrisa resplandeciente consiguió iluminar mi día gris, aunque sea por un instante. 

—¿Y ese buen humor? —le pregunté, tratando de contagiarme de su felicidad.

—¿Adivina? —me respondió. Podía sentir la emoción en su tono de voz.

—Mmm. —Fingí que pensaba, mirando al techo—. No tengo ni la menor idea. Mejor dime.

—¡Tendré un auto nuevo para mí!

—¿En serio? —Puse mi mochila en uno de los sofás—. ¿Cómo?

—Tu papá me lo regalará. Hace unos días le comenté que deseaba un auto para hacer las compras y demás. En ese momento, no me respondió nada. Pero hoy recibí una llamada suya, en la que me dijo que mañana tendré un carro nuevo. ¡No sabes la emoción que siento por la noticia!

—Me alegro mucho por ti, mamá. Te lo mereces.

—Hay otra cosa más que quiero contarte —prosiguió mientras se iba a la cocina. Yo la seguí. Le bajó la llama a una olla que tenía en la estufa. Al parecer, estaba haciendo pollo hervido con verduras. Olía delicioso—. Mañana iré a aplicar a un trabajo como psicóloga.

—¿De veras? ¿A dónde?

—A una clínica que no está muy lejos de aquí.

—¿Y las sesiones con...?

—Siempre habrá sesiones con Frank —me interrumpió ella, dándole la respuesta a una pregunta que ni siquiera terminé.

—Menos mal. No puedes dejar su terapia a medias.

—Lo mejor será que nuestras sesiones se trasladen al fin de semana. —Se tomó la barbilla, pensando—. No creo que cambie nada. De hecho, pienso que no existiría inconveniente si, en vez de tener dos sesiones a la semana, solo tuviéramos una. Y me atrevo a decirlo porque he notado una enorme evolución en Frank.

—Eres una gran psicóloga, mamá.

Mi mamá sonrió, orgullosa de su trabajo.

—El chico también ha mejorado por su enorme voluntad.

—Todas las partes juegan un papel importante.

—Creo que tú también has sido importante en su mejora —prosiguió ella—. El hecho de que estés a su lado, ha bastado para darle nuevos ánimos.

Las palabras de mi mamá me dejaron pensando. Ella, quien había sido la psicóloga de Frank en las últimas semanas, me hicieron entender lo relevante que era mi compañía en su proceso de mejora. Ahora me preocupaba que el alejarme de él retrasara su recuperación o algo parecido.

—¿Habrá un momento en el que Frank ya no ocupará hablar contigo, mamá? —le pregunté para saber cuánto tiempo más durarían las sesiones.

—Supongo que sí, pero, de momento, no te podría dar una respuesta clara de cuándo sería. —Mi mamá se apoyó en el mueble de cocina—. Por cierto, ¿le dijiste que hoy tendríamos sesión?

—¿No era mañana?

—Sí, pero recuerda que mañana iré a la entrevista de trabajo.

—Si me hubieras dicho en la mañana, se lo habría mencionado en el instituto.

—Llámalo o díselo por mensaje.

—Está bien —le dije, haciendo una mueca.

Desde luego, a causa de lo sucedido en la mañana, se me haría muy incómodo mandarle el mensaje a Frank, pero, con todo, tuve que hacerlo. 

Solo dime cuál ©Where stories live. Discover now