XXVIII

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Sasha


Estuve impaciente, alrededor de una hora, que fue lo que duró la sesión de mi mamá con Frank. Tenía muchas ganas de hablar con él y la espera se me hizo eterna. Compartir tiempo con Frank, en las últimas semanas, se había vuelto un deleite para mí, tanto que cada vez quería pasar más y más con él. Y, en cierto modo, me preocupaba, sobre todo porque aún no sabía cuáles eran mis verdaderos sentimientos hacia él.

Yo, la mayoría de las veces, era capaz de distinguir si quería a alguien para una relación de amistad o amorosa, pero, ahora, todo lo que tenía que ver con Frank, en el aspecto sentimental, era confuso para mí. Verlo hablar con aquella chica en el parque fue la gota que colmó el vaso. No podía olvidar la sensación de inseguridad combinada con celos que sentí en ese momento

Frank salió de la sesión y, cuando me miró, soltó una sonrisa tímida. Yo se la devolví, sintiendo un rubor en mis mejillas.

—¿Qué tal todo? —le pregunté, acercándome a él.

—De lo mejor —me respondió, mostrándose contento. No recordaba una sola sesión en la que saliera con este buen estado de ánimo—. Creo que hoy llegamos a la clave que destruirá los síntomas de mi ansiedad social.

—¿Y cuál es esa clave?

Él solo me miró a los ojos durante un instante.

—Las pláticas que Frank tiene conmigo son privadas —dijo mi mamá, que, al salir del despacho, escuchó la pregunta que le había hecho a Frank.

—Según tengo entendido —dije, mirando a mi mamá y cruzando los brazos—, tú eres la que tiene que ser confidencial con las pláticas, pero Frank está en todo su derecho de contarme lo que él quiera, ¿o no?

Mi mamá me miró por encima de unos lentes que se ponía para leer.

—Te haces la lista cuando te conviene, ¿no?

—Soy lista.

—Mi hija es todo un caso —dijo mi mamá, mirando a Frank. Recordé que él me había dicho lo mismo en un día de clases.

Le pedí a Frank me siguiera a mi habitación para que, de una vez, estuviéramos solos y, de paso, me explicara los últimos temas de matemáticas. Sin embargo, me sentí apenada cuando entramos a mi habitación, puesto que estaba hecha un desastre. Había ropa por todos lados, la cama no podía estar más desarreglada y algunos utensilios que utilizaba para estilizarme el cabello estaban tirados en el suelo.

—Disculpa este desorden —le dije, ruborizada de la vergüenza.

—No pasa nada. —Frank quiso quitarle peso a mi vergüenza—. Me suele pasar con mi habitación

Me apresuré a ordenar todo, empezando por mi cama. Luego recogí toda la ropa y la ordené en mi ropero. También guardé los utensilios de peinado. Por si fuera poco, en mi escritorio había unas bolsas de unos Cheetos que me había comido ayer; la cuestión es que, cuando la iba a tomar, Frank se me adelantó y la tomó primero.

—¿Prefieres los Cheetos azules antes que los naranjas? —me preguntó con cierta sorpresa. No sabía si lo decía para bien o para mal.

—Eh, sí. ¿A ti no te gustan?

—Creí que era al único que le parecían mejores.

—¿También los prefieres antes que los naranjas? —le pregunté, alegrándome por el hecho de que tuviéramos eso en común.

—Sí —asintió él—. No es que me desagraden los naranjas, pero, si me das elegir, elegiré los azules siempre.

—Somos tal para cual en ese gusto específico.

Frank botó el empaque de los Cheetos en el pequeño basurero que tenía en mi habitación.

—Sin duda.

—¿Irías conmigo a comprar unos? —le pregunté, sentándome en una de las sillas de mi escritorio. Acomodé la otra silla y le pedí a Frank que también se sentara.

—Sabes que sí. Contigo iría a comprar Cheetos y a cualquier lugar. —Escucharlo decir eso me dio cierta satisfacción. Me encantaba que estuviera abierto a acompañarme a donde sea.

—Podríamos ir ahora mismo, si quieres.

—Sabes que tenemos algo que hacer.

—¿Tener que enseñarle a esta cabeza hueca sobre números? —Me reí de mi comentario, aunque fuera una burla hacia mí misma.

—Eso mismo.

—¿Estás confirmando que soy una cabeza hueca?

Él solo se rio.

—¿Te molestaría si te dijera que sí lo eres, al menos para los números?

—La verdad me gusta más cuando me dices que puedo hacer lo que me proponga.

—Y es cierto —aseguró él, reafirmando lo que me había dicho hace un par de semanas—. Tú misma lo demostraste en el último examen. Quiero decir, no repetiste el fracaso de aquella prueba.

—Pero siento que esos temas eran más fáciles. —Suspiré, dudando de si podría entender o no la explicación de Frank—. Lo que estamos aprendiendo ahora mismo se me hacen más difíciles que nunca.

—Trataré de explicarte lo más claro que pueda.

—Bueno, empecemos. —Tomé mi mochila, saqué el cuaderno de matemáticas y un lápiz, pero, antes de que Frank me comenzara a explicar, agregué—: Oye, ¿no me vas a decir la clave terminará con tus síntomas de una vez por todas?

—A ti no se te olvida nada, ¿no?

—No se me olvida lo que me interesa saber.

—Quizá después de explicarte te lo digo.

—Está bien —acepté—. Comencemos.

Pienso que Frank tenía un talento especial para explicar los temas de matemáticas, ya que, a mí que me costaban un mundo los números, me quedó clara su explicación. Al final, con el objetivo de ver si había entendido bien, me dejó unos ejercicios que él mismo se inventó en un momento. Debía hacerlos hoy y él mañana me los revisaría en el instituto.

Y, así, llegó la hora de que Frank se fuera a casa. Sin embargo, no lo dejé irse sin antes decirme la famosa clave que descubrió hoy con mi mamá.

—Olvidas algo, Frank —le dije antes de que saliera de mi habitación.

—¿La clave para mitigar mis síntomas?

—Sí —afirmé con la cabeza.

Él solo me señaló con el dedo y dijo:

—Tú.

Solo dime cuál ©Where stories live. Discover now