XLV

424 13 0
                                    




Frank


En términos generales, el ensayo de hoy fue un desastre, al menos para mí. La sensación de nerviosismo en el área del estómago no me dejó en paz. En la escena que ensayé con Sasha, no logré estar a la altura de las expectativas. Reprimí mis ganas de llorar, pero la urgencia de soltar unas cuantas lágrimas era latente. Me sentía avergonzado y frustrado por no haberlo hecho mejor. La profesora Harris nos recomendó ensayar horas extras los fines de semana. No obstante, dudaba que, incluso, ese tiempo adicional pudiera mejorarme como actor. A no ser que las sensaciones raras se fueran, las cosas seguirían igual.

La señora Jackie se retrasaría para ir a recogernos y Sasha, con el objetivo de hacer la espera más amena, me propuso que fuéramos al parque. Yo acepté de inmediato, pensando que nos ayudaría a distraernos de todo. Al estar sentados debajo del árbol de siempre, me entraron ganas de decirle «Solo dime cuál», en señal de que quería socializar con alguien. Considerando el desastroso ensayo que había tenido minutos antes, no sabría decir qué fue lo que llevó a tener ese deseo. Al fin y al cabo, Sasha me mandó donde un chico que estaba en los columpios, en completa soledad. Espero que no se enojé por interrumpir su tiempo a solas, pensé mientras lo miraba. Me puse de pie, aparenté toda la confianza del mundo y me dirigí hacia él.

Cuando me acerqué al chico, me percaté de de que sus ojos estaban enrojecidos y húmedos, un claro de que había llorado recientemente.

—Oye, ¿estás bien? —le pregunté. Los latidos de mi corazón se aceleraron un poco, pero nada comparado con lo que había sentido en el ensayo

El chico, al darse cuenta de mi cercanía, se apresuró a secarse la humedad de sus ojos con las manos.

—Sí, claro. Estoy bien —me respondió, afirmando con la cabeza repetidas veces—. No pasa nada.

Me senté en el columpio de al lado para hacerle compañía.

—¿Quieres saber una curiosidad? —le pregunté.

—A ver, dime.

—¿Sabías que, la mayoría de las veces, cuando decimos que no pasa nada, sí pasa algo?

—Sí —admitió—. Yo siempre acudo a esa mentira.

—¿Acudiste a ella ahora mismo?

Solo afirmó con la cabeza.

—¿Cuántos años tienes? —me preguntó, viéndome con curiosidad.

—Dieciséis. ¿Y tú?

—Quince.

—Mira, somos casi de la misma edad. ¿Cómo te llamas?

—Julián. ¿Y tú?

—Frank.

—¿Frank? Tienes el mismo nombre de Frank Ocean. Me encanta ese artista.

Me reí.

—Sí, tengo el mismo nombre que él.

—Pues mucho gusto, Frank.

—Digo lo mismo —le dije, poniéndome de pie para regresar con Sasha—. Quizá te vea otro día por aquí.

—Oye, Frank, antes de que te vayas, ¿te puedo hacer una pregunta?

—Dime. —Me volví hacia él.

—De casualidad, ¿tienes una mejor amiga?

—Sí —asentí—, tengo una mejor amiga

Se tomó un momento para pensar.

—¿Esa era la pregunta? —agregué al ver que no decía nada más.

—¿Podrías seguir manteniendo la amistad con tu mejor amiga si estuvieses enamorado de ella en secreto? —Me soltó la pregunta de golpe.

Esta pregunta me hizo recordar la experiencia personal de Sasha conmigo. Ella, que lo vivió en carne propia, le daría una mejor respuesta a Julián. Pero llamarla y pedirle su opinión sería incómodo, ya que el tema aún estaba fresco y podría causar tensiones innecesarias.

—Yo le diría que lo siento —le respondí, basándome en que Sasha no se había guardado lo que sentía por mí—. No es bueno que te guardes lo que sientes.

—Pero... ¿si intuyes que ella no siente lo mismo?

—¿Cómo lo sabes?

—En realidad, no lo sé.

—Creo que lo mejor es que se lo digas.

—¿Y si me dice que no?

—¿Y si te dice que sí? No pienses solo en lo malo.

—Bueno, eso sí —me dijo, recapacitando—. Se lo diré mañana en el instituto. ¿Tú vendrás mañana al parque? Si vienes, te contaré cómo me fue.

No sé si Sasha tenía planeado venir al parque mañana, pero yo le propondría que viniéramos, con tal de saber cómo le fue a Julián.

—Sí —aseguré—, mañana vendré.

Y, así, Julián se levantó del columpio, se despidió de mí y se dispuso a abandonar al parque. Yo, mientras tanto, regresé con Sasha. Dirigí mi mirada hacia el cielo y advertí había empezado a oscurecer. Además, una brisa helada empezó a soplar. La noche tenía pinta de que iba a ser más fresca que cualquier otra de estos últimos días.

—¿Cómo te fue? —me preguntó Sasha cuando volví a sentarme con ella—. Déjame decirte que superaste a ti mismo, porque hablaste con el chico más de lo que me imaginé.

—La conversación con Julián se puso interesante, por eso hablé con el de más.

—¿De qué hablaron? —me preguntó con curiosidad.

—Ya sabes, cosas de chicos.

—Cuando los chicos dicen que estaban hablando de «cosas de chicos», se refieren a que el tema era sobre chicas. ¿Crees que no lo sé, picarón?

—Tú lo sabes todo, ¿no? —le dije, soltando una carcajada.

—Ojalá así fuera.

—Estás muy cerca.

—En fin, me alegra que te hayas sentido en confianza con... —hizo un esfuerzo por recordar el nombre—. Julio, ¿no?

—Julián —la corregí, soltando otra carcajada.

—Julián, Julio, Juliano, como sea. —Se unió a mi risa.

El celular de Sasha empezó a sonar. Era su mamá. Mientras hablaba, me pidió con un gesto que nos pusiéramos de pie. Una vez colgó, me dijo:

—Mi mamá está por allá. —Me indicó con la mano la ubicación del auto.

—Vamos. —Caminé a pasos apresurados y le pedí a ella que hiciera lo mismo—. No hagamos esperar a tu mamá.

—¿No sientes el frío? —me preguntó, abrazándose a sí misma para darse calor.

Si hubiera llevado una chaqueta, se la habría dado con gusto a Sasha. Sin embargo, como no le podía ayudar con prendas, se me ocurrió abrazarla, al mismo tiempo que caminábamos, para darle calor. Y tengo que admitir que se sintió bastante bien. Muy reconfortante.

Solo dime cuál ©Where stories live. Discover now