XXXVII

497 13 0
                                    


Frank


Las sesiones con la mamá de Sasha se hacían cada vez más cortas. Yo no lo veía con una connotación negativa porque, hasta cierto punto, significaba que ya me encontraba mejor. Por ejemplo, en las intervenciones que tuve en la sesión de hoy, predominaron las cosas positivas por encima de las negativas. Y, reflexionando al respecto, si lo evaluaba con otro enfoque, llegaría a la conclusión de que me extendía más hablando de lo negativo que de lo positivo. En verdad, nada extraño. Esta fue mi naturaleza desde siempre. Pero bueno, retornando al asunto principal, las interacciones que había tenido los días recientes habían sido sobresalientes, en la medida de lo posible. Sin embargo, no dejaba de enfatizar que mis síntomas no se iban por completo, que aún estaban presentes, a pesar de que eran leves. La señora Jackie me reiteró que me lo tomara con calma, que no me presionara, que, cuando menos me lo esperara, se esfumarían como la niebla al amanecer.

No quise irme sin despedirme de Sasha y Lucía. Miré que no estaban en la sala, por lo que tuve que ir a buscarlas a la habitación de Sasha. Dominado por el deseo de no querer hacerlo, me costó trabajo subir las escaleras. Es más, al estar en la puerta, estuve al borde no tocar y retirarme, pero, incluso con todas las dudas, tomé el valor que necesitaba y me despedí. Es importante señalar que nada de esto era causado por mi ansiedad social, sino por el estado de tensión que había entre Sasha y yo.

En el camino de vuelta a mi casa, comenzó a llover de improviso. Dado que no anticipé que llovería, no traje nada para cubrirme. Aceleré mis pasos, hasta el punto de correr, para no quedar empapado, pero mi esfuerzo fue inútil. Al principio, me irritó bastante porque el agua que caía era fría, sin embargo, en un momento de mi trayecto, miré que unos niños corrían, con una alegría inmensa, bajo la lluvia. De alguna manera, me contagiaron su emoción y acabé disfrutando de la tormenta también.

Al entrar a mi casa, de manera inesperada, lo primero que me recibió fue el saludo de mi mamá. No era habitual que estuviera aquí a esta hora; todavía faltaban unos cuarenta minutos para que saliera de su trabajo.

—¿Te cayó toda esa lluvia? —me preguntó, moviendo la cabeza de lado a lado. Asimismo, se apresuró a ir al baño para buscarme una toalla.

—Muchas gracias, mamá. —Le agradecí cuando me dio la toalla—. Me iré a dar una ducha. Vuelvo enseguida.

Regulé la ducha y puse los grados por encima de lo que solía estar en mis baños diarios. El agua caliente, luego de haber estado expuesto a la lluvia helada, me caería como anillo al dedo. Mientras me duchaba, tuve el presentimiento que, después de esto, había una clara probabilidad de que me resfriara, tomando en cuenta que en el pasado me había enfermado con mucho menos exposición al frío.

Disfruté tanto la ducha caliente que me pareció un castigo salirme del baño. El frío me atrapó de nueva cuenta y regresé a mi habitación titiritando. Busqué el pijama más cálido que tenía y me cambié tan rápido como pude. Pasó un rato y la temperatura de mi cuerpo volvió a la normalidad.

Y, así, volví a la sala para retomar la plática con mi mamá.

—Te dije que volvería enseguida —le dije antes de sentarme en uno de los sofás—. Pero la ducha caliente me retuvo más de lo que tenía previsto.

—¿Estabas en la casa de tu amiga?

—Sí, teniendo una sesión con su mamá.

Mi mamá ajustó su postura para poder mirarme mejor.

—¿Cómo te está yendo con eso, Frank? —me preguntó, mostrándose realmente interesada—. ¿Te has sentido mejor?

Asentí con una media sonrisa.

—Me he sentido muchísimo mejor. Creo que estoy casi recuperado.

—No sabes cuánto me alegro. —Dibujó una sincera sonrisa en su rostro. A mí me alegraba sobremanera que mi mamá se pusiera contenta por mi evolución.

—Oye —le dije—, se me olvidó preguntarte si le dijiste a mi papá sobre mi trastorno y la sesiones. ¿Lo hiciste?

—Sí, lo intenté, pero no me prestó la debida atención. Ya sabes cómo es él. Da la impresión de que vive en un mundo aparte del nuestro.

—¿Tú sabes por qué él es así? —le pregunté. Me decepcionaba que mi papá no le otorgara la importancia necesaria a la familia.

—Tu papá está obsesionado con su trabajo, Frank —me respondió sin esconder la decepción—. Hace tiempo pensé que me estaba engañando con alguien, pero me di cuenta, por mis propios medios, de que tiene una competencia, que parece insana, con un compañero de oficina.

—¿Solo por saber quién es el mejor?

—Así es —afirmó ella—. Y para seguir escalando en los puestos.

—No me parece bien que mi papá se preste para esas competencias, en especial si conlleva descuidar a su propia familia.

—Te pido unas disculpas de su parte. —Aunque ella no tenía la culpa del modo de actuar de mi papá, se veía apenada ante mí.

—No te preocupes, tú no tienes la culpa de nada.

No me quise regresar a mi habitación sin antes hacerle una pregunta a mi mamá. Tal vez ella, con su experiencia, me podría dar un buen consejo.

—Por cierto, mamá, ¿te puedo hacer una pregunta?

—Sí, claro. Dime.

—¿Alguna vez un amigo, cercano a ti, te dijo que le gustabas?

Se quedó pensando por unos instantes.

—Tuve un amigo, que yo notaba que le gustaba, pero nunca se atrevió a decírmelo.

—¿Y qué hubieras hecho si te lo hubiera dicho?

—Yo no sentía nada por él, así que le habría dicho que lo de nosotros no pasaría de la amistad. ¿A ti te está pasando algo así?

Hice un gesto afirmativo.

—¿Con tu amiga Sasha? —continuó ella con las preguntas.

—Sí.

—¿A ti no te gusta?

—No lo sé. Estoy confundido. Nunca pensé en ella de esa manera.

—No te presiones —me aconsejó—. A veces nos hace falta tiempo para saber nuestros verdaderos sentimientos.

Tiempo y, a lo mejor, distancia, pensé.

Solo dime cuál ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora