XXXVIII

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Sasha


Anoche me quedé despierta casi toda la noche. Había transcurrido un buen tiempo desde la última vez que me acosté pasadas las tres de la mañana. Cuando vivía en Chicago, era más recurrente desvelarme con mis amigas. Organizábamos pijamadas al menos dos fines de semana al mes. Recuerdo lo mucho que nos divertíamos, escuchando música, mirando películas o, simplemente, hablando de cualquier cosa que había pasado en el instituto. Me entristecía que, a día de hoy, nuestra comunicación era escasa. Aún nos escribíamos por redes sociales, pero nuestras conversaciones no se extendían como me hubiera gustado.

Sea como sea, el desvelo que experimenté anoche no fue resultado de una pijamada ni nada que se le parezca. Lo que ocurrió fue que me quedé despierta por estar escuchando música. Hace algunos meses, Arctic Monkeys anunció el lanzamiento de un nuevo álbum, el cual se estrenaba esta madrugada. Y, a medida que se acercaba el momento del estreno, me invadía la ansiedad por escuchar las nuevas canciones. Asumo que esa sensación de impaciencia fue la responsable de que me mantuviera en vela. La cuestión es que, luego de haber escuchado cada canción de manera minuciosa, traté de dormirme, pero Morfeo me negó el acceso al sueño.

Al final, si mal no recuerdo, me quedé dormida unos veinte minutos. Sin embargo, no pude disfrutar de ese poco tiempo de sueño, debido a que se acercaba la hora de levantarme para asistir al instituto. La jornada que me esperaba sería pesadísima. Al ponerme de pie de la mi cama, sentí cómo mis músculos se aflojaban y me pedían volver a acostarme. No solo quería descansar toda la mañana, sino todo el resto del día.

Cuando bajé a desayunar, miré que mi mamá estaba sentada en el desayunador de la cocina. Su cara soñolienta me daba indicios de que le había pasado lo mismo que a mí.

—¿No dormiste bien anoche, mamá? —le pregunté, preocupada.

—No dormí casi nada.

—¿Pasó algo?

—No, no pasó nada. Tan solo no pude conciliar el sueño.

—Creo que me pasó lo mismo. —Puse la mochila en el sofá que estaba más cerca y me senté con mi mamá.

—Entonces, ¿no hubo algo que te impidiera dormir? —me preguntó. La preocupación invadió su rostro.

No le diría que me quedé despierta hasta la madrugada por escuchar un álbum, pues le parecería irresponsable.

—No, me pasó lo mismo que tú. Tuve insomnio.

Ella suspiró.

—Qué casualidad que nos pasara la misma noche.

—¿Crees que podrás ir a tu entrevista de trabajo?

—La entrevista de trabajo. —Me miró, agrandando los ojos. Luego se tomó la cara—. La había olvidado por completo.

—Si te sientes muy cansada, no deberías ir.

Me miró de nuevo, pero esta vez como si estuviera enfadada y decepcionada a la vez.

—¿Cuándo te he enseñado a ser irresponsable, Sasha Weber?

Mi mamá, al igual que la mayoría de las mamás, cuando se enojaba conmigo, me llamaba por mi nombre y mi apellido.

—Pero no te enojes.

—No me enojó. —Esbozó una sonrisa sutil, dándome a entender que solo bromeaba—. Pero, cuando uno tiene un compromiso, no debe fallar, y menos si es por no haber dormido. Tiempo para dormir habrá después.

—¿Sabes?, creo que no soy como tú.

—Si no eres como yo, ¿entonces por qué te levantaste para ir al instituto? —Abrió las manos hacia los lados, pidiéndome explicaciones.

Quise rebatirle su argumento, pero las palabras no salieron.

—Al parecer, sin ser consciente, sí eres como yo —agregó ella.

—Está bien. —Hice un gesto de resignación—. Soy como tú.

—Los buenos valores que te inculqué, los quieras o no, te acompañarán toda la vida. —Se puso de pie y se dirigió a la cocina—. Pero mejor cambiemos de tema y hablemos del desayuno. ¿Qué te apetece comer?

—Hazme lo que sea más práctico, mamá. Sé que estás cansada y no te puedo exigir mucho.

—Gracias por ser tan considerada. —Fue por el cereal que estaba encima del refrigerador.

—Es más, lo haré yo misma. —Me levanté y le quité el cereal, saqué leche del refrigerador, tomé un plato y me dispuse a servirme—. ¿No quieres ir a tratar de dormir un rato? Puede que sí lo logres.

—¿Tú crees? —Hizo una expresión de duda—. Si me llego a dormir, luego del tenebroso insomnio que viví en la madrugada, lo consideraría un milagro.

—Los milagros no están a la orden del día, pero pasan —aseguré.

En este preciso instante, mi papá atravesó la sala apresuradamente y despidió de nosotras. Antes de que se fuera, mi mamá alcanzó a preguntarle si iba a desayunar, pero él le dijo que lo haría en el trabajo. No me gustó verlo así; a su alrededor, se percibía un aura de preocupación.

—Oye —le dije a mi mamá—, ¿cómo está mi papá? Hace tiempo que no tenga una plática fluida con él.

—¿Lo dices en serio? —Le parecía mentira lo que le estaba diciendo.

—Sí —afirmé—. De hecho, estoy segura de que hablaba más con él cuando aún no vivíamos aquí.

Mi mamá se quedó pensando. Estaba claro que no sabía qué decirme.

—Tu papá no atraviesa un buen momento en su trabajo, Sasha —soltó ella por fin—. Su situación no estaba así cuando nos pidió que nos mudáramos. Pero no quiero que te preocupes por eso. Él está trabajando para que todo salga bien y las cosas puedan volver a la normalidad.

—¿Puedo saber qué pasa en el trabajo de mi papá? —le pregunté, pidiéndole una explicación más específica.

—Como sabrás, tu papá es informático. Hace poco tiempo, la empresa en la que trabaja realizó una mudanza de sistema. El caso es que se produjeron muchos problemas durante ese cambio y tu papá se vio involucrado en ellos.

—Entiendo...

—Pero insisto en que no te preocupes —me dijo ella en un tono tranquilizador, aunque no me convencía del todo—. Ya verás que todo saldrá bien.

—Eso espero, mamá.

Después de esto, mi mamá se fue a tratar de dormir y yo me encaminé hacia la parada del autobús del instituto.

Solo dime cuál ©Where stories live. Discover now