Capítulo 33

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Rigel

Podía sentir la urgencia, la necesidad de correr, el miedo a ser atrapada... Nydia... Ella corría para escapar de una amenaza. Mis ojos se abrieron súbitamente, al tiempo que mi cuerpo se preparaba para ir a la batalla. Mi cabeza giró hacia la cama, para descubrir que estaba vacía. Como un resorte bien engrasado, mis piernas me impulsaron hacia ella, para cerciorarme de que no era una ilusión lo que había visto. No, ella no estaba allí. Sentí pánico, ella no podía haber desaparecido delante de mis narices, no se la podían haber llevado. Nuestra pequeña seguía dormida plácidamente en su cuna, ajena a la desesperación de su padre.

Nuestro bebé estaba a salvo, pero Nydia... Podía sentir su prisa su... Ella estaba corriendo, corría hacia ... hacia el kupai, mi kupai. Instintivamente mi cabeza hacía girado hacia la ventana, desde la que podía verse el perfil de la montaña que albergaba el kupai otrora rojo. Bajé la vista hacia el camino, para encontrar la figura de Nydia corriendo hacia allí. No la perseguía nadie, ella solo se apresuraba porque sabía... Sabía que yo se lo impediría. Pero ella n o entendía, no podíamos arriesgarnos a perder su gema blanca. Lo poco que habíamos conseguido se perdería, y no solo ella estaría en peligro, lo estaría nuestra pequeña. ¿y quién cuidaría del kupai blanco?

—¡Nydia! —Grité con todas mis fuerzas. Ella me oyó, se que me oyó, porque su cabeza giró hacia mí.

Pero en vez de detenerse, ella empezó a correr más deprisa. Tenía que detenerla, pero no llegaría a tiempo. Tenía que conseguir que la detuvieran, ¿habría alguien ahí fuera que pudiese frenarla? Ella no debía alcanzar el kupai, ella... Entonces lo vi, la familiar figura de mi hermano coronando la montaña del kupai. Él podría alcanzar, él lo haría.

—¡Rise!, detenla. —Su cuerpo giró hacia mí, mi grito de súplica lo había alcanzado. Él podía oírme. —Detén a Nydia, quiere tocar el kupai negro.

Rise se lanzó en una loca carrera pendiente abajo, tal y como yo haría si fuese el que estuviese allí arriba.

—¿Rigel? —La voz de mi madre llegó desde debajo de la ventana.

—Detenla, madre. Va a tocar el kupai negro. —Pude ver el pánico en su rostro. Esta vez sí que entendía, su piedra blanca se volvería negra, igual que las de aquellos pocos que lo hicieron antes que ella. La peste negra la contaminaría.

Mi madre corrió tras ella, pero no era suficiente. Después de lo que presencié en la batalla del planeta de los veletas, sabía que ella se las ingeniaría para librarse de ella, incluso de Rise. Pero quizás entre todos... Solo necesitaba tiempo para llegar a ella, para hacer que me escuchara, que entrase en razón.

Giré hacia el interior de la habitación, para encontrar a dos auxiliares en el umbral de la puerta. Mi hija estaba llorando a pleno pulmón, seguramente asustado por los gritos que había proferido casi a su lado. Pero no tenía tiempo, no podía consolarla.

—Ocupaos de ella. —Grité mientras salía corriendo en busca de su madre.

Mientras mis débiles piernas sacaban fuerzas de allí donde podían, rezaba por alcanzarla a tiempo.

Escuché los gritos de Rise, después llegaron los de mi madre, pero en el momento que la vi a ella desplomarse a unos cuantos codos dentro de la gruta del kupai, supe que había llegado tarde. Una extraña ola expansiva me alcanzó menos de un segundo después, haciendo que mis piernas se doblasen. Mi cuerpo chocó contra la pared de roca de la entrada al kupai. Sentí mis pulmones vaciarse con un fuerte golpe, mi corazón detenerse... Mi cuerpo se congeló por un segundo, para después devolverme a la vida. Algo había sucedido, algo que temía lo cambiaría todo.

Nydia

Atravesé la entrada a la montaña, pero no me detuve siquiera a tomar aire. Podía ver la claridad del nuevo día filtrándose desde la parte alta de la cueva. Allí, majestuoso con su oscura silueta, el árbol negro me esperaba.

Corrí los pocos metros que me separaban de mi meta, hasta tener casi al alcance de mis dedos el árbol negro. Mi mano fue directa hacia él, sin vacilación, sin miedo.

—¡No! —Por un segundo me permití mirar a mi espalda, para encontrar a Rise entrando en la cueva. —Nydia, no lo hagas. —suplicó.

Pero yo no iba a detenerme, tenía una misión que cumplir, había una voz dentro de mí que me llamaba, que me pedía insistentemente que despertase al árbol rojo de su largo letargo. Clavé mis dedos en su corteza, como si de alguna manera pudiese alcanzar la sabia oscura que corría en su interior.

—¡Despierta! —Le pedí. Pero no me hizo caso. Volqué de nuevo en aquel contacto toda la energía que albergaba dentro de mí. —¡Despierta! —grité con más fuerza. Sentí como si me integrase con el árbol, como si me fundiese con su fuerza vital.

Pero el resultado no fue el que esperaba. La densa y negra sabia que corría en su interior se adhirió a mis dedos, y comenzó a trepar por mi mano, como si necesitase devorar toda mi energía. Se estaba alimentando de mí, pero no estaba fortaleciendo la parte del árbol que estaba tratando de despertar, sino contra la que tenía que expulsar. Su enfermedad deseaba alcanzarme, pero yo no tenía fuerzas para repelerla.

Por un segundo temí haberme equivocado, no podía fracasar, no podía decepcionar a todos aquellos que esperaban aquel milagro. Pero lo que más me atormentaba, era saber que al que más daño estaba haciendo era a Rigel. Él me pidió que no lo hiciera, y yo había desoído su súplica.

Sin fuerzas, no podía enfrentarme a aquel final, necesitaba... Como si mi petición hubiese sido escuchada, sentí un calor envolviéndome. Llegaba desde arriba. Alcé la mirada, para encontrar la luz del sol penetrando con fuerza en la cueva. Los rayos de luz me estaban alcanzando, no solo devolviéndole a mi cuerpo la energía perdida, sino desbordándome de tal manera que parecía que iba a explotar. Entonces lo entendí, en esta lucha no estaba solo yo.

—¡Nydia! —Por el rabillo del ojo vi la silueta de Rise casi alcanzándome. Se movía tan despacio, que parecía... Estaba rodeada por una enorme imagen ralentizada, era una cámara lenta. ¿Se sentiría así ese héroe de comics que se llamaba flash? No importaba.

Respiré profundamente, pero no solo de aire, sino de luz solar, llenándome tanto como pude de su calidez, y después volqué todo aquello en el punto de contacto con el árbol negro. La energía fluyó, pero no me vació, sino que fue como si yo no fuese más que el instrumento que la canalizaba. Del sol, los rayos de luz, yo, y finalmente al árbol.

La mano de Rise alcanzó mi hombro para apartarme, pero no llegó a tiempo, mi trabajo ya estaba hecho. Como si fuese una bomba de luz, la energía que había insuflado al árbol estalló desde su interior, convirtiendo en humo toda la podredumbre oscura que lo había mantenido en silencio todo ese tiempo.

Una onda de energía me golpeó, llenándome de una luz diferente, una energía abrasadora que me hizo sentir como una nube de gas inflamado, caliente, poderosa, en llamas.

La sabia roja y brillante corría de nuevo por el interior del árbol, haciendo que sus ojos brotasen de nuevo, y que las flores volviesen a germinar.

Giré la cabeza hacia mi espalda, para encontrar a Rise y ver su reacción, pero lo que encontré es que yo ya no estaba donde creía estar. Mi cuerpo flotaba ingrávida a un par de metros sobre el suelo.

A unos metros estaba Rise, inconsciente. En mitad del camino a la entrada había otro cuerpo tendido en el suelo, por sus ropas reconocí a Gara; la madre de Rise y Rigel, y a este último lo encontré apoyado contra la pared de roca, mirándome con dolor.

Había salvado al árbol rojo, pero ¿qué precio había pagado a cambio?

El clan del viento - Estrella Errante 3Where stories live. Discover now