Capítulo 8

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Rigel

Lo bueno de los verdes, es que construían todas sus infraestructuras pensando en reconvertirlas en instrumentos de guerra. Una granja podía convertirse en un campo de adiestramiento de animales de combate, y una estación de tránsito de mercancías, en la órbita de un planeta, no solo era un estupendo puesto de observación, sino que podía transformarse en una plataforma de ataque. De momento, a mí me serviría como mirador. Escudriñaría la superficie del planeta buscando a Nydia, tratando de localizar su ubicación con la máxima precisión posible.

Con mi brazalete podía conseguir los códigos con los que activar todas las funcionalidades bélicas de la estación. ¿Cómo sé que necesito un código? He vivido una larga parte de mi vida al servicio de un señor verde, aprendí a conocer sus formas de trabajo, sus manías, sus costumbres, y una de ellas es estar preparados para la batalla dónde y cuando esta se presente. Por eso, una ley no escrita que todo verde conoce, es que existe un código universal que se instala en toda construcción o equipamiento creado por un verde, sea para uso exclusivo de los suyos, o algo que fabrican para otros. Como ellos dicen, uno nunca sabe dónde le va a tocar luchar, así que es mejor tener recursos cerca. Y sí, sus dueños no tienen ni idea de la funcionalidad extra que puede conseguirle un verde a sus equipos.

Desbloqueé la función oculta en mi brazalete, busqué una cubierta de conexiones que llevase a la consola de control, y una vez abierta busqué el cable ver, como no, no podía ser de otro color. Separé las dos mitades por el nexo y uní la pequeña conexión al puerto correspondiente de mi brazalete. Como habrán supuesto, también era una pieza de fabricación verde. Puedo odiarlos por lo que nos hicieron a mi padre y a mí, pero no por ello dejaré de usar sus cosas. Me aprovecharé de todo lo que pueda servirme, sea suyo, o no. No hay espacio para el orgullo cuando tus tripas rugen de hambre.

Como esperaba, el código de activación empezó a hacer cambios. La pantalla principal cambió, mostrando todos los nuevos recursos de los que disponía y su ubicación. Los estudié con cuidado, tenía todo lo que necesitaba para una pequeña guerra. Esperaba que fuese suficiente para una misión de rescate compuesta por un solo hombre. Mis refuerzos tardarían en llegar, y mi impaciencia no podía dejar a mi mujer tanto tiempo desprotegida. La piel ya me picaba por regresar a ella.

Activé el rastreador para que me diese la localización no solo de las cápsulas salvavidas, sino los brazaletes de mis amigos. Tenía registrada su señal en el mío, y con su código, sería fácil dar con ellos.

Descubrir que estaban en lugares muy alejados no me gustó, sobre todo porque dos de ellos estaban juntos, mientras que la señal de Nydia me llegaba desde un punto que parecía fuertemente protegido. Fuese quién fuese el que estuviese allí abajo, había creado fortificaciones para proteger un enclave naturalmente muy protegido. De manera primitiva, pero no por ello menos eficiente. No debía ser una coincidencia que el ascensor espacial estuviese anclado dentro de la fortificación. ¿Se estaban protegiendo de algo más que la fauna local? A todas luces habían reconvertido la antigua mina en lo que parecía ser una fortaleza con su poblado amurallado. Podía ver campos de siembra, animales domésticos dentro de cercados, carros... Pero lo que me preocupaba era la fortaleza, puesto que allí estaba parpadeando la señal de Nydia.

En menos de 15 minutos ya tenía un plan en la cabeza, y estaba recogiendo todo el equipamiento que pudiese necesitar par aquella misión. El ascensor llevaba mucho tiempo sin usarse, pero podía utilizarlo. Puede que no esperasen que algo les llegase desde arriba, o puede que sí. Solo esperaba que hubiesen dejado de considerarlo una prioridad. Bajaría por ese cable hasta el interior del valle, pero lo haría de noche, cuando las sombras pudiesen esconderme. A los gatos nos gusta la oscuridad, y más a los malditos. Aunque mi piedra hubiese recuperado su luz roja, todavía tenía impresas en mi ADN las viejas costumbres del pasado.

Antes de partir hacia mi objetivo en la superficie, tomé todas las medidas que un mercenario precavido debía aplicar. Mi brazalete estaría anclado en mi pantorrilla, nada de mi muñeca, el lugar donde irían a buscarlo. En su lugar, tomaría prestado cualquier otro instrumento que pudiese pasar por uno. Escondería todas mis armas, sobre todo aquellas que no se pudiesen detectar con un scanner, como mi cuchillo solari. El tener un origen orgánico tenía algunas ventajas como esa.

Cuando abrí la compuerta del ascensor, mi vista fue directamente hacia el punto donde el cable se perdía. La oscuridad sería mi aliada, mis armas estaban preparadas, y los refuerzos encontrarían el camino despejado. En silencio recé una plegaria; "Gran madre tierra, concédeme la bendición de encontrar a mi sejmet intacta. Y si no es así, dame fuerzas para vengarla". Era una vieja oración que se usaban los antiguos cuando iban a la guerra, y que en mi caso no solo era un derecho natural, sino una promesa. Si Nydia estaba herida, si la habían ultrajado o maltratado, acabaría uno a uno con todos ellos, pagarían con su sangre. ¿Equivocarme? Cualquier olor que no fuera el mío sobre su piel, sería la marca que seguiría hasta cazarlos a todos. Seguiría su rastro, cada uno de ellos.

Salté sobre la plataforma del deslizador y activé el control remoto de descenso. El aire golpeaba con fuerza en mis ropas, la velocidad haría que cualquier otro se desmayase, pero yo era demasiado fuerte, estaba entrenado, y tenía una motivación que me mantendría en guardia, no podía permitirme el lujo de quedarme inconsciente.

Nydia

Había una bañera con agua caliente en la habitación. La chimenea estaba encendida, y sobre la cama había ropas limpias. Si una doncella hubiese aparecido y me hubiese hecho una reverencia mientras me llamaba my lady, pensaría que había viajado a una de esos castillos escoceses que imaginaba en mi cabeza cuando leía novelas románticas de Highlanders, ya saben, los de las falditas de cuadros.

Pero no esto era una novela romántica, ni esto era escocia. Y si de algo estaba segura, es que no aparecería el hombre de mis sueños detrás de aquella puerta, porque él no estaba aquí. No quería darles motivos para que sospechasen que desconfiaba de ellos, pero tampoco les daría lo que querían. Desnuda o con sus ropas, me habría desprendido de lo único que podría traer a Rigel hasta mí. Más de una vez me había dicho que seguiría mi olor por medio mundo hasta encontrarme, así que no trataría de enmascararlo o de desprenderme de él.

Así que me lavé por encima; mi rostro, mis manos y poco más. Después esperé paciente a que viniesen a buscarme para ir a cenar, como me habían indicado que harían. Después de un largo rato, escuché unos golpecitos en la puerta.

—Adelante. —Al menos tenía que reconocer que seguían las normas de cortesía. Garth entró en la habitación. Su ropa ya no era tan... digamos que militar, sino más elegante y con menos protecciones. Aunque seguía llevando su espada en el cinto que colgaba de su cintura. Su pelo aún estaba húmedo en las puntas, y desde donde estaba podía oler a algo parecido a pino. No sabía si era para impresionarme a mí, o porque esa era la norma. De lo que sí estaba segura es de que le sorprendió verme con las mismas prendas con las que llegué.

—¿La ropa que le han entregado no es de su agrado?

—Pues realmente no me sentiría muy cómoda con ella. —Si algo había aprendido en todo el tiempo que llevo siendo reina, es que he de mostrar mi rango de cualquier manera posible cuando trato con personas acostumbradas al poder, y algo me decía que para confrontar al general debía utilizar mis galones.

—Puedo pedirle otra clase de ropa si lo prefiere. ¿Algún tipo de preferencia en concreto? —Me puse en pie con elegancia, para caminar la distancia que nos separaba.

—Prefiero ir a cenar, si no es inconveniente. Así aún nos quedará tiempo para esperar a las patrullas que fueron en busca de mis compañeros. —Garth asintió con la cabeza conforme, mostrando una especie de cortesía en su acto. Bien, él ya sabía que no estaba tratando con un igual, que me debía respeto. Ahora solo tenía que mantener la compostura con el general. Solo esperaba que él me dispensase el mismo trato. A fin de cuentas, era la reina de todos los pueblos conocidos, aunque estuviésemos en el culo de universo.

El clan del viento - Estrella Errante 3Where stories live. Discover now