Capítulo 17

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Rigel

—¡Maldita escoria! —Había estado tan cegado por las luminosas alas de Kalos, que no había prestado atención a la pendiente a mi espalda. Giré a tiempo para detener el envite de la espada del general, que corría hacia mí como si estuviese poseído por el espíritu de un dragón de fuego.

Mi daga Solari aguantó con firmeza el choque, pero no era un gran rival para una espada larga. Pero iba a serlo, porque estaba en manos de un rojo enamorado, y solo eso ya era suficiente para igualar la lucha. Aunque esta vez no sería a muerte, porque yo tenía que sobrevivir, mi mujer estaba viva, y tenía una vida que disfrutar junto a ella.

Rechacé el primer golpe, preparándome rápidamente para el segundo, que no llegó. El general se detuvo un segundo para examinar la situación, comprendiendo que éramos dos contra él. Kalos solo tenía que coger el arma del soldado muerto para sumarse a la pelea. ¿Sería suficiente? Podía ver como más soldados subían la pendiente para unirse al general, la balanza volvería a desequilibrarse en nuestra contra.

—¡Sácala de aquí! —Teníamos que ponerla a salvo, ella tenía que sobrevivir.

Percibí como la luz crecía a mi espalda, señal de que Kalos había abierto de nuevo sus alas, inundando con su luz todo a nuestro alrededor. Seguramente seríamos un faro que guiaría a los soldados hacia su objetivo, pero sería demasiado tarde, porque él la llevaría lejos antes de que nos alcanzasen.

—No tan deprisa. —El general alzó su mano para mostrar un control remoto. Sabía lo que era, había visto muchos de esos en mis años de esclavitud, y también sabía que no tendría ningún remordimiento en usarlo. Para un verde, la muerte de un hombre de otra raza no era nada, lo mismo que matar un insecto. Apreté con fuerza la empuñadura de mi daga, mientras calculaba el tiempo que me llevaría cortarle el cuello. Por muy rápido que fuese, él lo sería más. —Si te la llevas, verás caer su cabeza mientras te alejas con su cuerpo. —Más descriptivo no podía ser. Esa imagen me retorció las entrañas, me encogió el corazón al tamaño de una semilla de manzana.

—Te mataré si lo haces. —Una de las alas de Kalos se interpuso entre nosotros y el general, como si de alguna manera nos estuviese protegiendo con luz. Sentí el agradable calor que desprendían, pero sabía que eso no serviría para evitar que la señal alcanzara el dispositivo fijado en el cuello de Nydia.

—Puede, pero ella ya estará muerta. Y no es lo que quieres, ¿verdad? Ninguno de nosotros quiere que eso ocurra.

—No voy a entregártela. —Avancé un paso hacia él, provocando que su mano se alzase un poco más.

—Ah, seguro que tú eres ese rojo al que restauró su piedra. Admiro tu lealtad, la de ambos, pero no servirá de nada si ella muere. —Sus palabras me revelaron el motivo por el que él la deseaba. ¿Le habría contado lo que habíamos hecho para que mi gema cambiase de color? No podía creer que Nydia lo hubiese hecho, pero parecía que fue así. Lo que llevó a pensar... ¿Qué le hizo ese monstruo para sonsacárselo? Me entraron muchas más ganas de matarle.

—No le pondrás una mano encima. —Alcé la empuñadura de mi daga, para que tuviese claro que podía alcanzar su corazón. El sello tallado en el hueso lo reconocería sin duda, todo verde sabía de las dagas Solari, de como su filo atravesaría su piel como si fuera crema.

—Entonces la mataré. —Su dedo se deslizó por el interruptor, enviando una pequeña señal al dispositivo.

—Sssshhh. —Escuché el quejido que Nydia intentó retener dentro de su garganta. Sabía lo que ese animal estaba haciendo, enviando un doloroso aviso de lo que ocurriría. Conocía de primera mano esa sensación, por lo que mis músculos sintieron un espasmo al recordarlo. No podía permitir que Nydia sufriese de esa manera, ella no podría soportarlo.

—De acuerdo. —Claudiqué. Alcé mis manos en señal de rendición, y doble una rodilla para mostrar sumisión.

—Los dos, de rodillas. —ordenó. Giré la cabeza para mirar a Kalos por encima del hombro.

—Haz lo que dice. —No le gustó, pero acabó cediendo.

—Y tú, mi reina. Ven aquí. —El general guardó su espada en el cinto, para tender su mano libre hacia Nydia.

La vi caminar hasta detenerse unos centímetros por delante de nosotros, a un lateral. Volvió el rostro hacia mí, preguntándome en silencio. Yo asentí. Aquiles sabía perfectamente como dominarnos. Si ella seguía viva, haríamos lo que él quisiera. Nydia dio un par de pequeños y tímidos pasos hacia él, aunque no tomó su mano. No le tenía miedo a caer al enorme agujero en la roca, creo que incluso lo prefería, lo que me hizo amarla aún más. Ella era indomable, pero claudicaba por el mismo motivo que yo. Mientras ella estuviese viva, podría soportar cualquier cosa, incluso ser marcado de la misma manera, volvería a mis años de esclavitud por ella. Lo soportaría todo, hasta que encontrase la manera de liberarla.

Nydia

Rigel encontraría la manera, idearía un plan para liberarnos, estaba segura. Solo necesitaba darle tiempo para darnos ventaja. Escuché una vez que «el tiempo no importa, solo la vida».

—Regresemos a la fortaleza. —ordenó Aquiles. Pero mis pies no le obedecieron, no podía.

—¡General! —La voz llegó a unos metros sendero abajo. Pronto nos alcanzarían.

—Ocúpate de ellos. —Aquiles había aferrado mi mano antes de dar aquella orden, por lo que sentí su tenaza cuando lo dijo.

Pero lo que percibí dentro de él era mucho más dañino, letal. Su intención era matarlos para evitar tener que controlarlos. Sabía que eran una amenaza a erradicar, y la única manera era la muerte. Tenerlos de rodillas, desarmados, a su merced, era la mejor oportunidad para hacerlo. Pude escuchar la orden que estaba esperando en su cabeza para ser pronunciada. En cuanto los otros soldados estuvieran lo suficientemente cerca daría la orden de matarlos.

Con brusquedad me liberé de aquel envenenado contacto y me aparté de él. No iba a permitir que los matara, y tampoco dejaría que los sometiera a las torturas que sabía podían someterles. Debía protegerles y la única manera era liberándome a mí misma. Tenía que arrancarme aquel maldito dispositivo del cuello, no me importaba el dolor, no me importaban los daños, tenía que deshacerme de aquella arma que amenazaba nuestras vidas.

Una extraña energía recorrió mi cuerpo, creciendo en intensidad, llenándome de una manera que no había experimentado nunca. Era como si esa fuerza tratase de expandirse, llenando los huecos que había entre cada parte de mi cuerpo, de mis células, saturándome hasta derramarse hacia el exterior.

Sentí como esa energía tropezaba con aquello que mordía mi carne en la base de mi cuello, y como trataba de empujarlo fuera. ¿Era eso? ¿Podría librarme de aquel dispositivo si empujaba? Algo en mi interior me impulsaba a rechazar ese objeto ajeno a mí, a destrozarlo en miles de pedazos.

—¡Ahhhhh! —Grité con fuerza mientras dejaba que toda esa energía atravesara mi piel, arrasando como un tsunami de energía todo lo que deseaba destruir.

Tuve una visión del objeto rompiéndose en pedazos cada vez más pequeños, hasta desintegrase en diminutas partículas. Cuando aquella ola me abandonó, me sentí débil, casi vacía, pero todavía me quedaban fuerzas para enfrentar al enemigo. Mis ojos se alzaron para buscar a Aquiles, que observaba maravillado y horrorizado lo que acababa de ocurrir.

—Estás acabado.

Como si fuese el pistoletazo de salida en una carrera, Rigel se puso en pie con un rugido infernal, llevando su daga hacia el cuello de Aquiles. Docenas de silbidos a nuestra espalda ascendieron desde el acantilado, trayendo consigo seres alados que lanzaban objetos contra los soldados del sendero. Los gritos de guerra que llegaban desde el aire, se repetían en el valle, donde docenas de explosiones hicieron retroceder a los soldados rezagados. Había estallado la guerra.

Lo último que vi antes de desmayarme, fue una de las alas de Kalos atravesando el cuerpo de un soldado. Quería ayudarles, pero sabía que por esta vez, iba quedarme a un lado. No tenía fuerzas, lo había gastado todo en aquel ataque de furia.

El clan del viento - Estrella Errante 3Onde histórias criam vida. Descubra agora