Capítulo 11

1.1K 323 38
                                    

Rigel

El altímetro empezó a pitar cuando faltaban 200 codos para tomar tierra. Me preparé para saltar, porque no iba a llegar hasta el final. 50 codos era el límite al que iba a detenerse, y luego regresaría a la base en la órbita. No me había cerrado la posibilidad de usarlo en un futuro, había programado el comunicador de mi brazalete para que contactara con el elevador. Por eso lo había escondido, para que ninguno de los que estaba ahí abajo pudiese acceder a él.

50 codos era una altura considerable para un humano de otro color, pero no para un rojo como yo. Los gatos sabíamos caer bien, o eso decían. Aunque no quería arriesgarme a una torcedura inoportuna, así que ajustaría un retenedor manual al cable y me deslizaría lentamente por él sin hacer ruido.

100 codos, ya tenía el retenedor en mi mano, y estaba listo para deslizarme por la plataforma para alcanzar el cable al otro lado. La pantalla de visión nocturna me indicaba los puntos donde se encontraban patrullando en aquel momento los vigías. Podía verlos ir y venir al otro lado de la muralla. ¿A qué tenían miedo? Aunque en el interior de la fortaleza había igual número de centinelas; dos, uno en cada extremo del edificio rectangular, y por su posición, no temían un ataque proveniente de la ladera de la montaña, sino desde su propio valle. ¿El regente tenía miedo de su propio pueblo? Eso era interesante. Una población oprimida y descontenta podía convertirse en un buen aliado. Sí era como pensaba, el propósito real de la muralla que protegía el acceso al valle, era el evitar que los pobladores escapasen.

Había visto muchos de esos pueblos en mis viajes, incluso viví en uno de ellos. La economía de los señores o caciques dependía de los siervos o esclavos. Escapar era el sueño de la mayoría de ellos, el otro era matar a sus amos. Si la situación se complicaba, ya sabía dónde podía encontrar aliados.

El elevador espacial se detuvo a los 50 codos con una brusca sacudida, lo que me vino bien para impulsarme en el aire y hacer una voltereta que me devolviese de nuevo al cable, aunque al otro lado de la plataforma. Nada más tomar contacto, me aferré con fuerza con una mano y con mis piernas, para poder colocar el deslizador en la línea. Una vez bien sujeta, dejé que la gravedad me llevase hacia abajo, aunque gracias al freno, lo haría a una velocidad más moderada.

Apenas quedaban 8 codos para tocar suelo, cuando frené bruscamente mi caída. Allí abajo había alguien. Si no quería ser sorprendido tenía que esperar a que se fuera. No le quité ojo de encima, esperando a que el sujeto se moviera. ¿Por qué no lo hacía? No era un vigilante, aunque estuviese observando inquieto uno de los puntos de acceso a la zona. Eso me pareció interesante. ¿Esperaba a alguien? ¿Era una reunión furtiva? Mis preguntas fueron respondidas cuando otra figura apareció en escena. Se reunieron en el extremo más protegido de la estructura, y empezaron a hablar en voz baja. Cualquier otro podría haber tenido dificultad en oírles, pero no un rojo entrenado y equipado para una intrusión en zona hostil.

—¿Solo has encontrado a una hembra? —Preguntaba una voz femenina.

—Las otras dos cápsulas estaban vacías cuando llegamos. —Respondió una voz masculina. Esa información completaba los datos que ya tenía. Kalos y Silas estaban en otra parte.

—Entonces ella tendrá que ser suficiente. —Advertí como el hombre se acercaba a la mujer y la atraía hacia su cuerpo de forma protectora, o al menos como un verde lo hacía con una de sus mujeres; con cuidado por si acaso ella no aceptaba de buena gana el gesto.

Estaba claro que las personas que estaban aquí eran de la misma casa que habían puesto la estación de tránsito en la órbita del planeta. ¿Verdes encarcelando a verdes? Habían convertido este planeta en una prisión, y lo habían hecho para los suyos. Ahora bien, nunca me cayeron bien los verdes, su forma de tratarnos al resto de casas como seres inferiores no ayudaba a que lo hiciera. Pero si habían encarcelado a algunos de los suyos aquí, ¿qué tipo de verdes serían? Quizás no importaba, no podría encontrar amigos entre ninguno de ellos, salvo que fueran los esclavos a los que retenían.

—Siempre puedes negarte. —¿Negarse a qué? Ella suspiró.

—¿Crees que Aquiles lo aceptaría?, ¿O Melion? —Ella se separó de él.

—Aliana... —El hombre trato de aferrarla de nuevo para consolarla, pero se lo pensó mejor y se mantuvo distante.

—Al menos espero que sirva para satisfacer al resto de los hombres. Una nativa no es lo mismo que una hembra de las nuestras. Esas salvajes no saben comportarse. —Apreté la mandíbula, tratando de controlar mi ira. No iba a utilizar a mi mujer como su...

—Ella no es de los nuestros. —Esa información hizo que ella se girase bruscamente hacia el hombre.

—¿Cómo dices?

—Ella no es una verde. —Noté la estupefacción de la mujer ante aquella revelación.

—¿De qué casa es? —El hombre pareció dudar unos segundos.

—No sabría decirte, no tiene rasgos distintivos apreciables. Quizás sea una mestiza.

—Mestiza... Eso es interesante.

—Pero su actitud... No parece sumisa. Es más, me recuerda a esos nobles violetas. —La cabeza de la mujer pareció inclinarse a uno de sus lados.

—Puede que esa sea una de sus ramas madre.

—Es posible. —La conversación me estaba revelando mucha información, como el hecho de que no sabían quién era Nydia. Ella no se lo había dicho. Y dudo que tuviesen medios tecnológicos a su alcance para averiguarlo. —Tengo que regresar, Aquiles estará a punto de terminar su entrevista privada con ella.

—¿Todavía no la has marcado? —La mujer parecía realmente sorprendida.

—Me pidió un momento a solas con ella antes de eso. —Decidido, iba a saltar sobre ese tipo y a sacarle a golpes la ubicación de Nydia. Ese Aquiles podía estar...

—Él no suele hacer ese tipo de cosas. Si quisiera probarla antes, la marcaría. El ganado hay que marcarlo antes de que desee escapar. —Ahora entendí el significado de la palabra marcar. No era una señal de propiedad, era un método para evitar que los esclavos escapasen. Y lo sé porque muchos de los míos, yo incluido, fui marcado con uno de esos anillos localizadores. Ellos no solo podían localizarme, sino que podían hacer que mi cabeza explotase si accionaban el explosivo del aro fijado en mi cuello. Vi morir a muchos al tratar de arrancárselo, o de ayudar a sus compañeros a hacerlo. No consiguieron la libertad que querían, pero consiguieron ser libres de nuevo. Por suerte o por desgracia, ninguno de ellos fue un rojo. Nosotros teníamos algo más poderoso que ese anillo atándonos a la esclavitud, y era la deuda que oprimía a nuestras familias. Huir solo empeoraría las cosas.

Mis dedos acariciaron el arma sujeta en mi muslo. Me debatía entre saltar ahí y matarlos a los dos, o esperar y seguir escuchando. Toda aquella información no podría conseguirla por la fuerza.

—Seguramente acabaremos averiguándolo. —El hombre se volvió para decirlo mientras se alejaba. No, no era una despedida de dos amantes. Si hubiese sido así habría tenido algo más de contacto. Aunque fuesen verdes, ellos también tenían sentimientos.

La mujer se quedó estática en el mismo lugar, como si toda su energía estuviese concentrada en su cerebro. No había que ser muy listo para saber que estaba analizando lo que acababa de descubrir, y sobre todo, las implicaciones que tenía. Esa mujer, Alina, era una pieza a tener en cuenta en este lugar, estaba seguro de ello. Si era la única mujer verde en el recinto, habría tenido que aprender a hacerse fuerte. Demasiada testosterona.

El clan del viento - Estrella Errante 3Där berättelser lever. Upptäck nu