Prólogo

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Rigel

Para un rojo no existe algo más sexual que la nuca de una mujer. Su sabor, su olor, su consistencia... Tenemos que probarlo, poseerlo, marcarlo. Nydia no puede entender el poder que ejerce sobre mí. Ni siquiera así, dormida, puedo escapar del magnetismo de su cuerpo, del poder que ejerce sobre todos y cada uno de mis sentidos. ¿Matar por ella? Arrasaría continentes enteros si me la arrebatan. Por ella entregaría mi vida, y si fuese necesario, la de todos aquellos que estuviesen a mi lado. Es tal mi dependencia de ella que me asusta. ¿Era esto sobre lo que hablan los ancianos? He conocido parejas atadas por el nudo de la naturaleza, pero nunca pensé que sería tan fuerte, tan intenso. O quizás solo me ocurría a mí, quizás fuese porque ella no era de mi raza, quizás fuese porque era un ser realmente especial. Mi reina blanca.

No pude evitar deslizar mi nariz por su cuello, deleitándome con el aroma de su piel. Estaba caliente, como no podía ser después de la actividad sexual que habíamos realizado no hacía más de unos minutos. Todavía sentía su humedad adherida a mi pene, que palpitaba impaciente por poseerla de nuevo. Pero no podía pedirla más, no antes de que hubiese descansado. Aunque eso no le estaba importando a mi fiera interior, porque ya estaba deslizando mis dientes por su piel, buscando el lugar donde clavarse con delicadeza, para marcar a mi mujer como necesitaba hacer. Marcarla, poseerla, para que todos supieran que me pertenecía, que era mía y que no permitiría que ningún otro la reclamase como suya. Mi sejmet, no hay nada más sagrado que eso, ni los ancestros, ni la madre tierra, nada puede eclipsar el sol que ilumina mi existencia.

—Mmmm. —Su gemido me advirtió que había clavado con demasiada fuerza mis colmillos en ella, porque la había despertado. Su cuerpo se movió lentamente, buscando mi presencia a su espalda. Giró entre mis brazos hasta que estuvimos frente a frente.

—Eres un gatito travieso. —me acusó con su voz todavía adormilada.

—Es culpa tuya. —Mi pene estaba listo para adentrarse en su húmeda cueva de nuevo, necesitaba volver a poseerla o moriría en una lenta agonía de deseo primitivo.

—Eres insacia... ¡Oh!, se ha movido. —sus dedos se estaban deslizando en exquisita tortura entre mi pelo, cuando algo la detuvo bruscamente. Mi corazón se contrajo de miedo.

—¿Qué? —pregunté asustado. Todavía no me había acostumbrado a esto. Tenía que entender que ella era poderosa, pero que no era tan diferente a otra hembra humana. Come, bebe, respira y si la pinchan sangra, pero no desaparecerá entre mis dedos como si fuese agua.

—Se ha movido. —Tomó mi mano para llevarla a su vientre. Nuestro bebé estaba ahí dentro.

—¿Estás segura? —Ella asintió al tiempo que apretaba más mi mano sobre su ligeramente abombado vientre.

Este acelerado viaje era la principal consecuencia de este embarazo. Debíamos mantenerlo en secreto, y en Foresta no estábamos del todo a salvo, demasiados espías vigilando nuestros movimientos. Necesitábamos regresar a casa, al Santuario del árbol blanco. Allí estaríamos seguros.

Con su vientre creciendo pronto levantaríamos sospechas, si es que no lo habíamos hecho ya. Un bebé de la reina blanca y con un rojo renacido. Sería la comidilla de todos los periodistas sensacionalistas, ávidos de noticias sobre el ser más famoso e importante de nuestros mundos. En toda la confederación, nadie tenía tanto peso social, económico y político como podía tenerlo la reina blanca, la primera heredera viva del árbol blanco. Ella estaba escribiendo su nombre con letras brillantes en la historia.

—Es... como el aleteo de una mariposa, pero está ahí. —Deseaba sentirlo, notar como nuestro bebé le decía al mundo que estaba ahí. Así que apoyé mi mejilla sobre su vientre, en el punto en el que antes estuvo su mano, y me dispuse a escuchar. Y ahí estaba, esa especie de burbujeo estático me hizo brincar mi corazón. Mi hija, nuestro bebé.

Nomi tuvo que hacer sus seguimientos con mucho cuidado, evitando las sospechas del resto, no dejando registros que se pudiesen rastrear. Pero con casi 16 semanas de embarazo, había que hacer seguimientos más continuos, sobre todo porque poco sabíamos de los embarazos de los habitantes del planeta Tierra, y mucho menos del desarrollo de las gestaciones entre híbridos. Nomi no quería que se le notase, pero como médico estaba realmente asustada. Un amarillo que no tiene las respuestas a sus dudas es un ser dubitativo, y esa sensación los asusta. El desconocimiento los aterra, por eso investigan y documentan todo lo que les rodea. Y Nydia no solo era algo excepcional, sino que estaba llevándola por un camino que nadie antes había transitado. Nomi era valiente, aventurera, intrépida, pero había límites que le hubiese gustado traspasar con más calma. Pero estaba aquí y ahora, tampoco saldría corriendo.

—¿Ya has penado un nombre? —La tradición de las lunas rojas dicta que el nombre lo escoge la madre, y al ser gemelos, ambos comparten la misma letra inicial. Como Rise y yo, nuestros nombres empiezan por R, dejando claro que somos hermanos de la misma gestación. Aunque bueno, no lo hicimos así realmente, pero eso ahora no es importante.

—Pues...Antes quiero verle la carita. —Mis ojos se alzaron para ver su rostro, sin apartar la oreja de su vientre. Seguía sorprendiéndome su manera de hacer las cosas. Sin saberlo, había decidido seguir la tradición de los rojos, esperar a que el bebé nazca para que él decida su nombre. Realmente lo decidía la madre, pero todas decían lo mismo "cuando ves su cara sabes cuál es su nombre".

—Me parece bien. —Yo estaría de acuerdo, aunque le pusiera el nombre de una mascota. Era la reina blanca, podía crear tendencia con solo ponerle un nombre raro a su hija. Silas decía que ya había un aluvión de Nydias registradas en el censo de nuevos nacimientos. Lo quisiera o no, mi sejmet ya era un ejemplo a seguir por muchas personas. Ya había dejado una huella imborrable en las vidas de todos sus súbditos, y eso no todos los reyes blancos anteriores lo habían conseguido.

—¿Y si comemos algo? Ella y yo tenemos hambre. —Eso me hizo sonreír, al tiempo que me ponía en pie dispuesto a cumplir sus deseos. Un rojo es esclavo de los caprichos de su mujer, sobre todo si está embarazada.

—Buscaremos algo que satisfaga a nuestra princesa y a su mamá. —le tendí la mano para ayudarla a incorporarse.

—Será mejor que nos pongamos algo encima, dudo que a Silas le guste ver tu culo peludo moviéndose por la nave a sus anchas. —No entendí del todo la frase, pero sí lo suficiente como para buscar algo de ropa para los dos. Silas no me vería desnudo, algo que no me importaba, pero tampoco la vería desnuda a ella, eso sí que no ocurriría. Podría estrangularle si veía algo de lascivia en sus ojos al hacerlo. Y Kalos... De él me fiaba menos, era joven, fuerte, soltero, y sentía una devoción enfermiza por mi mujer que no me agradaba como hombre. Aunque estaba seguro de que podía confiarle su vida, porque sabía que la protegería igual que yo, con su vida. La única diferencia es que ella era mía, me pertenecía y él no tenía permiso si quiera para soñar con mi mujer.

Saqué un par de trajes de vuelo del surtido armario de la habitación. No estaba acostumbrado a viajar con este tipo de lujos, pero tenía que reconocer que tenían sus ventajas, como una cama grande en la que retozar, sin sufrir los acelerones entre salto y salto. Sexo con náuseas, mejor no.

Cuando Nydia se puso aquella túnica encima del traje de vuelo me sentí más relajado. Como dije, no quería que Kalos soñara con ella, y el traje de vuelo se pegaba a su cuerpo con demasiada precisión. Sus curvas fueron creadas para volverme loco, no quería que otro sufriera la misma fiebre que yo. Menos mal que había tomado la costumbre de cubrir su vientre para evitar sospechas sobre su creciente redondez.

—Vamos a inspeccionar los suministros que hay en esta nave. —Le tendí la mano para que la cogiera. Me gustaba que camináramos con las manos unidas, mostrando a todo el mundo que estábamos juntos. En los actos oficiales y en el día a día no podíamos hacerlo, así que reducía ese tipo de contacto a nuestra vida privada. En Foresta mantuve un perfil bajo cuando estaba con ella, porque una cosa es que la reina azul tuviese un amante, y otra muy distinta que tuviese un consorte. Había límites que no podíamos traspasar, al menos de momento y de cara al público. 

El clan del viento - Estrella Errante 3Where stories live. Discover now