Capítulo 4

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Silas

Olía a resina quemada y algo agrio que no sabría identificar. Mi cabeza luchaba por tratar de averiguar de dónde venía ese olor, y quizás por eso sentía la cabeza tan extraña. Había algo que embotaba mi mente, algo que... No podía concentrarme, y eso no era habitual en mí. Algo me estaba pasado, algo no estaba bien.

Intenté moverme, quizás tenía puestos en la cabeza alguna de esas coronas de sumisión que se usaban con los prisioneros. O quizás me habían drogado, por eso no recordaba... No recordaba... Mi mente estaba en blanco desde poco después del lanzamiento en la cápsula de salvamento.

Escuché unas palabras pronunciadas no muy lejos de donde me encontraba, pero no las entendí, y eso me confundió aún más. Era una bendecido, mi gema había sido programada para que pudiese interpretar las cientos de lenguas y miles de dialectos de todas las razas conocidas. ¿Qué le pasaba a mi cabeza? ¿Era mi gema la que estaba dañada? Pero eso último no afectaría a la información que ya almacenaba en mi cerebro, como los idiomas.

Instintivamente alcé mi mano hacia mi sien, tratando de buscar esa maldita corona de sumisión, o alguna herida que hubiese dañado mi cerebro. Necesitaba respuestas.

—No se mueva, todavía no hemos terminado. —Esta vez sí entendí. No era una voz autoritaria, sino que parecía ser amable.

—Mi cabeza. —Necesitaba saber qué me ocurría, y quizás él podría decirme.

—Salió despedido de su cápsula de salvamento. Se golpeó en la cabeza y en el hombro. —Lo de la cabeza sí tenía sentido, pero el hombro no me dolía.

—¿El hombro?

—Lo tenía dislocado cuando le encontramos. He tratado de colocárselo, pero no sabré si he hecho un buen trabajo hasta que quitemos la sedación. En ocasiones como esta, hecho mucho en falta la tecnología. —Me atreví a abrir los ojos en ese momento. No sé porque no lo hice antes, quizás tendría miedo de lo que pudiese encontrarme. Estaba boca abajo, por lo que mi primera visión fue un suelo de piedra. Giré la cabeza con cuidado, tratando de alcanzar con la mirada a mi interlocutor. Y lo hice, había un hombre de rasgos de la raza verde frente a mí. Su piel olivácea, su mirada inquisidora, y por supuesto, un ligero resplandor verdoso atravesando su fina camisa que me confirmó mi suposición.

—Tengo que... —Traté de girarme, pero él me lo impidió.

—No se mueva. Tiene las agujas de sanación todavía insertadas.

—¿Agujas? —No me di cuenta de que lo dije en voz alta hasta que él respondió a mi pregunta.

—Agujas de erizo Xoxonee. Son tan finas que casi ni se notan. —El hombre me mostró una de esas agujas. Sí que parecían finas. Curioso que un animal tuviese algo tan fino con la consistencia suficiente como para clavarse en la piel humana sin doblarse.

—¿Las están usando en mi hombro? —Eso aclararía el por qué no me dolía.

—Ya casi está, solo un par de minutos más. —Si me quitaba el dolor, no iba a quejarme.

—¿Dónde estoy? —El hombre sonrió antes de ponerse en pie.

—Algunos lo llaman el infierno, aunque sería más correcto llamarlo el limbo. Aquí nadie vendrá a buscarte, porque este lugar no existe. Alguien debe odiarte mucho si te ha enviado aquí. Aunque he de reconocer que me ha sorprendido ver a un amarillo aterrizando en esta roca, vosotros no soléis tener muchos enemigos. —Ser neutrales tenía sus ventajas, al menos hasta ahora, que nos habíamos decantado hacia un lado concreto apoyando la candidatura de Nydia como reina blanca.

—Bueno, creo que no soy la mayor sorpresa que te has llevado hoy. —Tenía que saber si habían encontrado a mis compañeros.

Sus dedos expertos estaban retirando con cuidado las agujas de mi espalda mientras hablábamos, y como dijo, apenas notaba más que una pequeña sensación de hormigueo.

—¿A qué te refieres? —Su pregunta me confirmaba que no los habían encontrado. Una gema blanca llamaría mucho más la atención que una amarilla, y no digamos una de color índigo, porque esa tonalidad ni siquiera podríamos haberla predicho. Kalos y Nydia eran dos excepcionalidades que ese hombre no habría pasado por alto.

Estaba estudiando mi respuesta, cuando alguien entró en la habitación avisando de algo urgente. Al mirar hacia la puerta, descubrí que no era otra cosa que una tela colgada. Pero las paredes no eran mucho más sólidas, eran de un tejido similar. Estaba en una especie de tienda.

—Parece que traen a uno de tus compañeros. ¿Quieres venir a recibirles? —El hombre me ayudó a levantarme aferrándome por el brazo. Lo agradecí, porque mi cabeza no estaba todavía muy estable.

Salimos de la tienda para ser deslumbrados por la luz del sol. O mejor dicho, en la tienda no había mucha luz. Como decía, tuve que cubrirme de la luz solar para poder ver mejor, y lo que vi me dejó petrificado. Y no, no era porque Kalos estuviese caminando hacia mí con las manos atadas y custodiado por personas que no le quitaban el ojo de encima, mientras sostenían largas lanzas de punta amenazante. Lo que me fascinado fue ver que algunos de los individuos que se estaban reuniendo, en aquella especie de plaza central del poblado, llegaban volando. Pero sus alas no eran como las que había perdido Kalos, sino que eran... eran... Tenía que examinarlas.

Kalos

Como soldado he participado en muchas batallas, y como mercenario además he conocido muchas más civilizaciones. Algunas eran avanzadas tecnológicamente, y otras mucho más primitivas, pero esta se llevaba el primer puesto a sociedad sin desarrollar. Verles apuntarme con aquellas primitivas lanzas casi me hace reír en voz alta, podía arrebatarle una de ellas a cualquiera de ellos y luchar para escapar. Pero aparte de que eran muchos, necesitaba saber si era el único al que habían atrapado. Si Nydia estaba con ellos, esta era la mejor forma de acercarme.

Así que dejé que me ataran las manos y me llevaran con ellos por senderos entre la espesa vegetación. O al menos, quería pensar que sabían hacia dónde me llevaban, porque apenas había un camino que seguir. Algunos de los guerreros de aquel particular destacamento, estaban subidos a las ramas de los árboles, vigilando como aves de presa cada uno de nuestros movimientos. Tenía que reconocer que desde allí arriba era difícil que algo se les escapara. Estaba pensando en lo rápidos y ágiles que tenían que ser para llegar hasta allí arriba, cuando noté que algo grande pasaba volando sobre nuestras cabezas. Me quedé estupefacto cuando me di cuenta que era una de esas diminutas personas (yo les sacaba mucho más que una cabeza a la mayoría de ellos). Aquellos... guerreros tenían alas. No como las mías, sino...

Me fijé mejor en la mujer que caminaba delante de mí, la que miraba constantemente su espalda como si esperase una mala reacción por mi parte para saltarme encima y clavarme la afilada hoja de la daga que llevaba sujeta a su muslo. Sus ropas tenían la forma correcta como para que sus alas pudieran salir por el costado y desplegarse, quedando antes de eso ocultas bajo la tela.

Desde mi posición, apenas pude notar una especie de pliegue en su espalda, pero cuando se desplegaba, aparecía una piel tensa y elástica que se convertía en una potente ala bien delimitada por unos huesos o algo rígido. Alas. De alguna manera ya no me sentí un bicho raro, yo no era el único humano alado entre todas las especies. No éramos iguales, pero eso no me importó demasiado. Lo que sí me hizo sentir curiosidad era saber de dónde demonios habían salido, porque nadie sabía de su existencia.

Todavía seguía sumido en mis pensamientos cuando alcanzamos un poblado. Primitivo y rudimentario, pero lleno de muchos más seres alados. Jóvenes y viejos permanecían expectantes a nuestra llegada. Eran un mar de curiosos que seguramente nunca antes habían visto alguien como yo, o eso pensé, hasta que encontré el rostro sonriente de Silas en la entrada de una de esas tiendas. Bien, el equipo se reunía de nuevo. Ahora solo necesitaba ver a Nydia y estaría tranquilo.

El clan del viento - Estrella Errante 3Where stories live. Discover now