Capítulo 23

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Nydia

No sé cómo se sentiría la reina de Inglaterra cuando caminaba entre sus súbditos, pero si se parecía algo a esto, era subyugante. No solo tenía un séquito acompañándome durante todo el camino, sino que estaban pendientes de cada uno de mis movimientos. Todas mis necesidades eran cubiertas antes de que si quiera hubiese expresado que las tenía. Me explico, si parábamos a descansar, alguien se había encargado de que tuviese un lugar cómodo donde aposentar mi trasero, además de agua fresca y alimentos para consumir.

Y no solo eso, cada gesto, cada palabra, era absorbido por estas gentes como si tuvieran que grabarlo en su memoria para la posteridad. Al principio era divertido, pero a medida que íbamos avanzando hacia nuestro destino, la situación empezaba a ser algo agobiante. A ver, que nunca he sido una chica a las que les gusta ir llamando la atención, y aunque ahora fuese reina, eso no me había preparado para algo como esto. Quiero decir que la atención de Silas, Rigel, Kalos... era algo asumible, porque éramos compañeros de viaje, pero que de repente un grupo como de 50 personas te vigilase constantemente pues... como que daba un poco de repelús.

Menos mal que después de varias horas de viaje llegamos a nuestro destino, o eso pensé, porque la comitiva se detuvo en lo que parecía ser el comienzo de una enorme llanura.

—¿Ya hemos llegado? —busqué a mi alrededor, tratando de localizar alguna estructura construida por el hombre, pero no vi nada.

—Allí. —A lo largo del largo trayecto había escuchado hablar a aquellas gentes, por lo que no me sorprendió entender su idioma. Miré en la dirección que me señalaban, pero solo pude distinguir un pequeño promontorio en uno de los extremos de la llanura.

—Lleva más de tres cientos años abandonado, es normal que la vegetación lo haya cubierto. —Silas estaba a mi lado, seguramente estaba viendo algo que a mí se me escapaba.

—Seguramente desde el aire sería más fácil de localizar. —Comentó Kalos cuando se detuvo a nuestro lado.

—Pues nada, saca tus alas y haz un vuelo de reconocimiento. —Se sugirió Rigel que se acercaba por el otro extremo.

Kalos puso cara de concentración, movió sus hombros, su espalda, pero las alas no llegaron a aparecer.

—No es tan fácil. Parece que salen cuando quieren. —Se alejó frustrado.

—Es una habilidad nueva, tiene que aprender a dominarla. —dijo Silas.

—Dos días. —Rigel no estaba mirando a ninguno de los dos cuando lo dijo. Yo no entendí por qué, pero Silas sí.

—Cuando un rojo llega a la adolescencia se le somete a un ritual de iniciación, antiguamente se le dejaba en el bosque. Si salía airoso de la prueba, significaba que se había convertido en un hombre. —Miré a Rigel esperando una explicación de por qué dio ese tiempo.

—El pueblo del Castro todavía sigue realizando ese ritual, tenemos dos días para salir de allí, si no lo haces, van a buscarte. —Sentí tristeza por Rigel. Un niño sometido a una prueba tan dura... Yo no habría sobrevivido. Aunque claro, yo vivía en otra jungla, una de asfalto.

—En pueblos constantemente en guerra era normal ese tipo de práctica. Hasta que no firmaron los tratados de paz entre las dos gemelas, la guerra era una constante entre ellos.

—No creas que no sé de lo que hablas, en la Tierra todavía hay países que siguen en guerra. —A algunos no les importaba, a otros les beneficiaba, y otros las provocaban. El hombre es violente por naturaleza, y por lo que parecía daba igual cuál era su origen.

—No me tengas lástima, al menos no soy un verde. —Rigel se fue detrás de Kalos, dejándome con la duda.

—¿Lo de los verdes es peor? —Pregunté a Silas.

—¿Recuerdas las historias que cuentan en la Tierra sobre Esparta?

—Algunas.

—Pues los verdes son una versión más dura de ellos.

—¿Más? —A mi mente vinieron imágenes de aquellas películas de espartanos que veía en el cine.

—Algún día te contaré. —No entendí por qué no lo hacía en aquel momento, hasta que seguí la trayectoria de aquello que mantenía atrapada su atención.

Algunos de los miembros del clan estaban lanzando al aire una especie de bolas. Podría parecer algún tipo de juego, pero ellos se lo estaban tomando muy en serio. Usaban unos enormes tirachinas para lanzar las bolas tan alto como era posible. Algunas caían de nuevo al suelo, otras parecían crecer en volumen y flotaban unos minutos antes de descender al suelo suavidad.

—Acerquémonos. —Sugirió Silas. Podía sentir su enorme curiosidad. Para alguien que ha estudiado a los Terrícolas durante décadas, encontrar una cultura con costumbres nuevas, debía de ser algo tremendamente interesante. Lo era para mí y no era el tipo de trabajo que había desarrollado durante toda mi carrera laboral, antes de ser reina quiero decir.

Una gran algarabía nos sorprendió a mitad de camino. Un grupo se había formado a unos metros de dónde estábamos, y estaban desenvolviendo una enorme pieza de tela o manta. Uno de ellos se colocó en medio, y dejó que el resto lo manteara, solo que en vez de caer de espaldas, el hombre caía siempre de pie. Parecía que estaba presenciando un espectáculo del circo del sol.

En uno de los lanzamientos al aire, las alas del individuo se desplegaron, para que este empezase a volar.

Uno a uno lanzaron a una decena de personas al aire. Sus trayectorias no parecían seguir un patrón específico, pero era evidente que estaban haciendo precisamente lo que le habíamos pedido a Kalos, reconocer el terreno desde el aire. Al final, uno de ellos empezó a gritar y señalar hacia el promontorio al este, provocando que el resto del clan empezase a recoger sus cosas para reanudar la marcha.

Kalos llegó corriendo hasta nosotros, con una enorme sonrisa en el rostro. Estaba orgulloso de aquellas personas y de lo que eran capaces de hacer. Para mí era evidente que ellos vivían aquí, por lo que estaban adaptados a las particularidades del planeta.

—¿No es curioso? Los veletas no tienen potencia suficiente en sus alas para elevarse desde el suelo, ellos planean entre las corrientes de aire. Cuando las corrientes están cerca del suelo suele ser suficiente con echar una carrera y dar un salto, o lanzarse desde un lugar elevado. Pero esta zona es demasiado plana y las corrientes están altas. Por eso han lanzado esas semillas de polita al aire. Sus sensibles pétalos se abren a la mínima corriente, para que este las lleve lejos del árbol.

—Y una vez detectada la corriente, lanzan a uno de ellos hasta ella para que la atrape y pueda planear. —añadió Silas. Era realmente ingenioso el método que habían inventado.

—¿Veletas? —pregunté a Kalos.

—Sí, bueno, ellos tienen una palabra para definirse a sí mismos, que viene a significar precisamente eso "los que van con el viento".

—Curioso. —Silas estaba fascinado. Me dio por pensar, que si tardábamos mucho en salir de aquí, el que menos se impacientaría por ello sería Silas. Aquí tenía mucho que aprender, y como decía Rigel «dale algo nuevo a un amarillo y le harás feliz». Con su afán por saber, descubrir algo nuevo era un pequeño milagro que no desaprovecharían.

Busqué a Rigel con la mirada. Él dijo que había mandado una señal de socorro, que más tarde o más temprano vendrían a rescatarnos. Pero ¿Cuánto tiempo sería eso? Había exploradores que se habían perdido en África o en Sudamérica. Con lo grande que era el espacio, tal vez tardarían cientos de años en venir por nosotros.

Instintivamente acaricié mi vientre. No es que me diese miedo el parto, pero seamos sinceros, donde esté uno sin dolor, que se quite el método tradicional. Además ¿y si algo salía mal? ¿Y si había complicaciones? Necesitaba un médico, uno que pudiese afrontar el parto de una terrícola. Podíamos ser muy parecidos, casi idénticos, pero al mismo tiempo éramos muy diferentes.

Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Si todo salía bien, ¿a qué mundo iba a traer a mi hija? Si no podía protegerme a mí misma, ¿cómo podría protegerla a ella?

El clan del viento - Estrella Errante 3Where stories live. Discover now