Capítulo 10

976 315 58
                                    

Nydia

—No sé a qué se refiere. —Pero lo sabía perfectamente.

—Vamos. ¿Cree que todavía estoy dentro del cascarón? Solo hay que encajar las piezas. Dos rojos con piedras brillantes aparecen en la ceremonia de cambio de ciclo, al mismo tiempo que usted. Está clara la manera en que consiguió su voto.

—Si usted lo dice. —Otro tipo arrogante que sabía de qué iba la política. Si conociera la auténtica historia...

—Ese rey rojo la adora, y apostaría que daría la vida por usted. —En eso tenía razón.

—Tendría que preguntárselo a él. —Pero no pude evitar esbozar una pequeña sonrisa, recordando que de hecho casi había pasado. Pero yo sabía que no era por haber devuelto el brillo a las dos gemas que ahora brillaban sobre su corazón, sino porque me amaba, y fruto de ese amor... Apreté mi puño tratando de no pensar en el bebé que crecía dentro de mi vientre, la pequeña cuya existencia nadie debía conocer aún.

—Sé como piensa un rojo, y lo que me extraña es que no esté golpeando esa puerta como un loco en este momento. Porque supongo que él será uno de los compañeros de los que habla. Si estuviera fuera de este planeta, ya habrían mandado una alerta interplanetaria avisando de su desaparición. —Creo que mi silencio fue respuesta suficiente. —Escuché, como todos, que le hizo la promesa de protegerla, y lo único que podría detenerlo de cumplirla sería la muerte, por lo que me temo... —¡No!, Rigel no podía estar muerto. Nuestra pequeña golpeó con fuerza dentro de mí, o puede que fueran mis propias entrañas revolviéndose ante semejante idea.

—¿Ha tenido noticias de sus otros exploradores? —Traté de que mi voz sonara firme, como si la pérdida de Rigel no me importase, aunque estuviese muriendo por dentro ante esa idea. Y no solo debía hacerlo para no mostrarle a ese hombre mis debilidades, sino porque necesitaba aferrarme a la esperanza de que él siguiese con vida.

—Me temo que llegamos tarde, alteza. Los saqueadores hicieron un trabajo a fondo. —Sentí un nudo atenazar mi cuello, como si algo desde dentro me estuviese asfixiando.

—¿Encontraron sus cuerpos? —Podía sentir la sangre escapando de mi cuerpo, allí donde mis uñas se estaban clavando con fuerza.

—Esos carroñeros apenas dejan nada. Salvo el cascarón, arrancan todo lo que puedan transportar. Pero hemos encontrado restos de sangre. —Su manera de mirarme, como analizando el impacto de sus palabras en mí, me hizo desconfiar de si me lo estaba contando todo.

—¿En todas las cápsulas? —Solo necesitaba un pequeño resquicio para la esperanza, uno pequeñito, porque ese era suficiente para Rigel. ¿No dicen que los gatos tienen siete vidas?

—Una de ellas calló por un desfiladero. Dudo que un ser vivo sobreviviera después de una caída como aquella. El paracaídas quedó atrapado en un saliente, las cuerdas se rompieron... La cápsula no solo cayó desde más de 200 codos, sino que lo hizo a un río lo suficientemente bravo y profundo como para tragársela.

—¿Está seguro? —Él suspiró hastiado.

—Quedan algunos restos, pero no es posible bajar hasta allí para inspeccionarlos. —Sabía que no mentía, y por ello mis esperanzas murieron en aquel momento. Lo único que me quedaba del ser más increíble que había conocido, de la única persona con la que me veía pasando el resto de mi vida, era su hija. Una idea cobró fuerza en mi cabeza, en mi corazón. Protegería a esa niña con todas mis fuerzas, nada ni nadie dañaría el regalo más hermoso que su padre me había dado.

—Entonces tendré que aceptar su palabra.

—Y ahora vallamos a cenar. Nuestra sanadora tiene que recuperar fuerzas. —Me señaló la puerta con cortesía, para que fuera hacia ella. Sabía que no podría comer nada, pues mi estómago se había cerrado. ¿Llorar?, lo haría cuando estuviese a solas, ese era mi dolor, y no lo compartiría con él, con nadie. Y entonces me di cuenta, no solo había perdido a Rigel, había perdido a Kalos, a Silas... Los había perdido a todos. Mi hija y yo estábamos solas en un mundo desconocido, con gente que intuía haría cualquier cosa por conseguir... ¿cómo lo había llamado Aquiles? Sí, su pequeño milagro. Pues lo tenían claro, no pensaba acostarme con ellos, con ninguno de ellos. Aquel milagro solo había sido posible con Rigel porque era él.

Kalos

—Agua. —No había sido tan difícil aprender el leguaje de estas gentes, al final era una mezcla de lengua primaria verde, mezclada con el propio dialecto de estas gentes. Supongo que el haber tenido que aprender varias leguas sin la ayuda de una gema, al final me había servido para aprenderlo más rápido.

—Gracias. —Dije en la legua primaria verde. Sabía que, si no me salía de las palabras más usuales y básicas, ellos me entenderían, de la misma manera que entendían a Emmé y Tress.

Cogí la cantimplora que la joven me tendió, para meterla dentro de la mochila que estaba preparando para nuestra misión. El kit de supervivencia de la cápsula de salvamento iba a venirme muy bien. El que hubiesen saqueado todo el interior de la cápsula había sido una buena idea. Ahora tenía una cantimplora con filtro para potabilizar el agua, un cuchillo de monte, una brújula para no andar en círculos, una cajita para hacer chispa y encender un fuego, y un traje básico de supervivencia. Nada como adentrarte en un terreno hostil con tu cuerpo protegido contra los cambios bruscos de temperatura y las mordeduras de pequeños bichos. No habría estado mal que hubiese incluido unas alas de repuesto.

—Mehari. —Alcé la vista para ver a la chica todavía parada frente a mí, con la mano sobre el pecho. Sabía lo que trataba de decirme. Así que copié el gesto.

—Kalos.

—Ellos... tienen a la hermana de mi madre. —Ahora entendía el por qué de aquel resentimiento contra todos aquellos que éramos visitantes. Salvo Emmé y Tress, quiero decir.

—¿Crees que sigue viva? —Pregunté mientras terminaba de meter lo que quedaba de mi equipo en la mochila.

—Está allí. —Seguí el punto que parecía mirar en la distancia. Estaba seguro que con ella a mi lado, no me perdería en este planeta.

—Entonces también la encontraremos, y la traeremos de vuelta. —Mehari me devolvió una mirada firme, decidida. Conocía esa mirada, era la de todo aquel que estaba decidido a conseguir su objetivo a cualquier precio.

Emmé

—Tenías que ir con ellos. —Me recriminó Tress a mi espalda. Dejé escapar un suspiro antes de girarme hacia ella.

—Ya lo hemos hablado muchas veces. —Ella hizo un gesto de frustración.

—No estás defectuoso, Emmé. Que sigas pensando en eso es ridículo.

—Un verde que rehúye la lucha, que no es capaz de matar. ¿Cómo lo llamas a eso?

—Yo tampoco he matado a nadie, y por supuesto no me siento defectuosa por ello.

—Pero lo harías. Sé que llegado el momento lo harías. —No podía mirarla, ya me sentía bastante avergonzado por mi propio fracaso.

—Y tú también. —dijo enfadada.

—No, yo sé que no lo haría. Preferiría morir a quitarle la vida a otro ser humano.

—¡Agh! —gritó frustrada.

—Están mejor sin mí, estoy seguro de ello.

—¿Y si necesitan los conocimientos de un ingeniero?

—Llevan a un amarillo, es algo parecido.

—Pero él no conoce el terreno como tú.

—Mehari y los suyos sí, y mucho mejor que yo.

—A veces creo que no quieres que las cosas cambien. —Salvo por el rapto de algunos individuos de la tribu, para mí las cosas estaban bien. No porque los aldeanos pensaran que era un dios, sino porque no me juzgaban y me aceptaban tal y como era. Sin presión, sin recriminación. Estar en este mundo aislado, lejos de mi padre, de sus exigencias, era mi propio paraíso. Me daba igual que él fuese el que me desterró aquí porque no podía soportar la vergüenza de un hijo pacifista. Mis genes no debían reproducirse. Él no podía matarme, no a su propio hijo, pero sí que podía mandarme a una muerte en lo que él suponía que era una lenta agonía. Sin avances tecnológicos, sin tu familia, sin amigos, y contaminado por la peste negra. Lo que no debió imaginar es que su infierno era mi paraíso.

El clan del viento - Estrella Errante 3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora