CAP XXXII

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"¿En que piensas?" Le preguntó observando el rastro que dejaba su cigarro en forma de círculos de humo.

Gin le dio otra calada al cigarrillo antes de girarse para mirarla y exhalar el humo lentamente. "¿Me creerías si te dijese que simplemente tengo la mente en blanco?"

"No, no te creería." Negó con una sonrisa a la vez que dejaba el libro de lado para acercarse a él y quitarle el cigarro de los dedos para robarle una calada.

Él aprovechó su cercanía para rodear su cintura con su brazo y acercarla más a él. No tenían más que un techo donde vivir, pero no sentía que necesitase nada más. Enterró su nariz en su cuello a la vez que la comisura de su boca se alzaba.

"¿Y esa sonrisa?" Preguntó ella dándole una segunda calada antes de devolverle el pitillo.

Podía oler el dulce olor de su cuello mezclado con el humo del tabaco, el olor a vainilla que emitía, se había vuelto demasiado familiar para su olfato. "Eres como el maldito rayo de sol que cruza la ventana todas las mañanas para despertarnos." Dijo capturando uno de sus mechones con su mano libre para apartarlo de su cara poniéndolo tras su oreja. "Entonces...¿No te da miedo mi oscuridad?"

Ella rio suavemente a la vez que se sentaba sobre sus piernas y su mirada se quedaba a su misma altura. "¿Cómo puede darme miedo tu oscuridad cuando yo ya tengo la mía propia?" Era curioso ver como eran opuestos y a la vez tan parecidos.

Gin aplastó la colilla en el cenicero y agarró su barbilla para acercarla a él hasta cortar el espacio que les separaba con sus bocas. Ese maldito olor a vainilla era demasiado embriagador.

La canción de jazz que sonaba en la radio flotaba alrededor de ese ambiente tan cálido que habían creado. Todo parecía ir en cámara lenta, el roce de sus dientes entre beso y beso, la caricia de su mano en sus costillas e incluso la manera en que sus propios dedos se movían a tientas sobre su camisa para poder quitársela.

"Shiho..."

Su caricia se hizo cada vez más suave hasta el punto de no sentirla, y antes de que pudiese reaccionar, todo había vuelto a ponerse negro.

"Shiho, ¿te encuentras bien?"

Ella abrió y cerró los ojos cegada por la luz de la habitación. Todavía era capaz de percibir el olor a tabaco mezclado con su colonia, pero sabía que era irreal, un producto de su imaginación a causa de ese sueño tan nostálgico que había tenido.

Gruñó girándose hacia el otro lado de la cama con intención de esconderse. El olor a fármacos y las paredes claras le hicieron saber rápido que no se encontraba en su casa.

"Estás en una clínica." Explicó Furuya antes de que ella preguntase. "Estaba paseando a Haro cuando vi un grupo de gente formando un gran círculo en la calle y me apresuré a traerte a un centro médico al ver que eras tú y no respondías."

Ella frunció el ceño intentando taparse con las sábanas, le dolía la cabeza y todavía se sentía mareada.

"¿Estás mejor?" Le preguntó al ver que no hablaba.

"Estoy bien." Dijo reincorporándose para enfrentarle. "No tenías por que traerme aquí." Añadió cambiando de actitud, buscando la vía de su brazo para liberarse.

Él la miró sorprendido e intentó frenarla sin conseguirlo. Shiho volvió a ponerse su abrigo y se dispuso a salir de ahí con un paso ligero.

"¿Eres Shiho Miyano, verdad?" La frenaron nada más salir por la puerta. Ella alzó una ceja y el hombre prosiguió a hablar. "Soy el doctor Hanada, ¿Podemos hablar un segundo?" Shiho no pudo evitar resoplar, pero volvió al interior de la habitación para poder tener una conversación más privada.

Alas que condenanWo Geschichten leben. Entdecke jetzt