—Andando...

Caminé a su lado en silencio total y me sorprendió descubrir que, a diferencia de conmigo, ella sonreía y saludaba con amabilidad a los demás de la reserva. Entonces su problema era conmigo, concluí. Nada de lo que hacía cumplía sus expectativas, pero no parecía serlo por mi desempeño, si no por el mero hecho de ser yo...

No proferí ninguna palabra durante el largo rato que tardamos en llegar, e ingresando en una enorme cabaña de madera pude observar lo que en la Tierra era un típico restaurante campestre. Enormes mesas rectangulares estaban dispuestas de forma horizontal, con sus respectivas sillas de madera, y al fondo se encontraba una puerta que parecía llevar a la cocina. Hermosos cuadros de pinturas de animales, similares a las pinturas rupestres de mi hogar, decoraban el recinto, junto con enormes ventanales que permitían que la tenue luz de la mañana se filtrara.

—Kenai —llamó Lu con autoridad, permitiendo ver a los pocos segundos, la silueta de un señor de gran estatura y desordenados cabellos negros.

Vestía con unos pantalones marrones y una camiseta de lino blanca, pero lo que más llamaba la atención era la línea roja que bajaba desde su ojo derecho, dándole una apariencia amenazante a pesar de sus ojos afables. Al parecer, las cicatrices y tatuajes eran comunes.

—Aquí te traigo a Ilora, ella te estará acompañando el día de hoy. Espero de verdad que sea de ayuda.

—Yo también lo espero, los chicos son un problema casi siempre, pero después de la luna menguante son peores —se quejó, pero parecía que su frustración no llegaba a sus ojos.

En realidad, no se estaba quejando, más bien le divertía.

—No esperes mucho, no es muy hábil. Ten paciencia.

¿Bruja? ¿Dónde?

—Déjala en mis manos, Lu, gracias por todo.

Con un guiño, Lu salió empujando mi hombro con rudeza. El enojo corría por mis venas como fuego que se extiende sobre gasolina. Me recordé que era una maldita prueba y que iba a superarla y suspiré, viendo a mi nuevo jefe.

—¿Ilora, cierto? —asentí—. Llámame Kenai. Sobre tu trabajo... —indicó volviéndose y caminando. Supuse que debía seguirlo y así hice—. Ayudarás a limpiar las mesas y barrer el recinto, ¿estás de acuerdo? —preguntó con una sonrisa, a lo cual asentir—. Genial, porque creo que es lo mejor que puedo darte. Aunque debes tener claro que los encargados de la guardia, vengan como humanos o no, comen como animales. Y no te sorprendas si vez a uno desnudo, muchos son perezosos incluso para vestirse, cuando saben que volverán a transformarse.

Mi sorpresa ha debido ser clara, porque sus risas no se hicieron esperar.

—Hablo en serio, deberías estar preparada.

Las horas transcurrieron con lentitud, mientras me limitaba a barrer y pulir los suelos, Kenai preparaba grandes cantidades de carne en la cocina. No puedo negar que la comida estaba exquisita, pues resulta que mi jefe tenía la regla de probar lo que preparaba y eso me incluía a mí como invitada, pero empezaba a detestar el menú.

Todo en Umbrarum era extremo. Con los elfos odié los vegetales, aquí los extrañaba, ya que por más que los licántropos los comieran, lo hacían en una cantidad diminuta, optando por llenarse los estómagos de carne de cuanto animal cazaran.

Fue así como, al medio día, estábamos listos para recibir a la manada.

—Ilora, ¿escuchas eso? — intervino Kenai desde la cocina, llamando mi atención.

No lo había notado, pero un abrumador oleaje de voces —parecía un ejército— comenzaba a intensificarse. ¿Cien? ¿Mil? No sabía a ciencia cierta cuantos podrían ser, pero intimidaban. Retrocedí dos pasos, como reflejo.

CDU 2 - El legado de Faedra [GRATIS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora