Misión cumplida

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Como cada vez que corría, las trenzas de Aiko se mecían violentamente a sus espaldas. Se había cubierto parte de la cara y la cabeza con un turbante, pero su largo cabello había insistido en quedar en libertad. Llevaba corriendo mucho rato, pero a pesar del calor, no se sentía cansada. Su determinación le impedía agotarse, y cuando estuviera realmente agotada, seguiría intentando avanzar de todas formas.

Pero no fue necesario llegar a ese extremo, ya que luego de dos horas de adentrarse en la aridez del desierto, donde apenas había rocas y cactus espinosos, dio con la tribu que estaba buscando. Se quitó el turbante de la cara y se lo anudó alrededor de la cintura antes de bajar desde la roca donde los estaba observando, dispuesta a generar una primera impresión agradable.

La tribu parecía ser numerosa, a juzgar por la cantidad y amplitud de las tiendas que se erigían de forma aleatoria a la sombra hipotética de un par de troncos absolutamente secos, de árboles muertos hace quizá cuánto tiempo. Aiko se acercó con lentitud y precaución, ya que existía la posibilidad de que alguien quisiera atacarla, pero en aquel lugar reinaba el silencio total.

- ¿Hola? ¿Hay alguien aquí?

Por toda respuesta, oyó un ave gritar en el cielo y, acto seguido, una flecha volando con precisión hacia su corazón. El ave cayó a la arena de forma estrepitosa y un muchacho apareció corriendo para poder recogerla.

- ¿Disculpa? – lo llamó Aiko, acercándose a él con cuidado.

El muchacho, de unos doce años o quizá menos, retiró la flecha del cuerpo del ave y apuntó con ella a Aiko, como si fuese un cuchillo.

- No es mi intención quitártela- explicó Aiko con las manos en alto- He venido a ayudar a tu gente, pero ¿Dónde están?

El niño la miró de pies a cabeza y sin bajar la flecha, contestó con aspereza:

- Duermen. Es la mejor forma de ignorar el hambre.

A Aiko se le encogió el corazón y se acercó más al muchacho, que, si lo pensaba bien, quizá era mayor de doce, pero nunca había tenido la nutrición suficiente para crecer como los demás chicos de su edad. Sus pómulos eran sumamente marcados y sus dedos eran largos como las patas de una araña.

- ¿Cómo te llamas? – preguntó Aiko- Yo soy Aiko, del País de los Vegetales.

- Yamcha- contestó él- De aquí.

- Sí lo noté- respondió Aiko- Este... Yamcha ¿Podrías despertar a los mayores, por favor?

- Yo ya soy mayor- le dijo con el ceño fruncido- Tengo catorce.

Aiko sintió como su corazón de apretaba nuevamente, pero no lo demostró. Solo asintió y esperó a que Yamcha le obedeciera. El chico se guardó la flecha sucia en el cinturón y agarrando al águila muerta con fuerza entre los brazos flacuchos, entró a una de las tiendas. Al rato salió con las manos vacías y seguido de tres adultos y una niña que apenas se mantenía en pie debido a su corta edad.

- Yamcha dijo que eras del País de las Verduras- habló el mayor, un anciano de cabello plateado y andar solemne- ¿Es una clase de burla?

- No- respondió Aiko con rapidez- He venido a ayudarlos. En nombre del quinto Kazekage, Lord Gaara- añadió.

Los adultos se miraron confundidos y luego el anciano preguntó por Rasa, así como Naoko lo había hecho.

- Fue asesinado por Orochimaru hace tres años- explicó Aiko- Verán, hace unas semanas tres jóvenes de esta tribu asaltaron a una familia de agricultores para robarles la cosecha de un oasis cercano a la aldea. El líder, Naoko, nos explicó la situación y por eso me enviaron a mí para ayudarlos. Es que, puedo hacer crecer las plantas- sonrió Aiko, satisfecha de haber sido capaz de incluir a Gaara en su historia para asegurarse de que aquellas personas pudiesen confiar en él y diferenciarlo del despotismo de su padre.

El Oasis (Gaara x OC)Where stories live. Discover now