Una pequeña gran pelea

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Con precisión exquisita, uno de los filos de la tijera de podar se quedó incrustada en el círculo de tiza que Aiko previamente había dibujado sobre el corral de las gallinas. El estruendo de las aves asustadas se confundió con la risa infantil de la jovencita que había lanzado la tijera que en su imaginación impetuosa simulaba un kunai.

Al oír los pasos de su padre, retiró la tijera y se la guardó en el delantal, con las demás herramientas necesarias para el cuidado de la huerta. Su padre, un joven alto de espalda ancha, le acarició la cabeza y se dirigió a la reja que separaba el patio de las aves de corral del trigal donde concentraría su trabajo por las siguientes semanas.

- ¿En qué te ayudo hoy, papi? -preguntó la niña, siguiéndolo como de costumbre.

- No es necesario que me ayudes a mí ahora- le contestó con una sonrisa- La cosecha del trigo es para gente grande.

- ¡Yo ya soy grande! – protestó, aunque apenas había cumplido los 7 años hace algunas semanas. Aunque era alta para su edad, era flacucha y su cara redondeada parecía la de una muñeca de porcelana, delicada y extremadamente infantil.

- ¿Terminaste de alimentar a las aves? – preguntó el padre con las manos en jarras y una media sonrisa. Se había dado cuenta de que la niña había interrumpido aquella tarea lanzando las tijeras de podar que se había escondido en el delantal.

Aiko se sonrojó y se dio la vuelta corriendo, dispuesta a continuar con la misión que había dejado a medias. Fuji sonrió con tristeza, sin entender cómo o por qué a tan temprana edad su hija solo pensaba en una cosa: ser un ninja. Constantemente transformaba cualquier objeto en un arma y cualquier situación cotidiana en una misión de vida o muerte con saltos y piruetas innecesarias. Lo peor de todo es que tenía talento.

Sus pensamientos fueron interrumpidos por sus compañeros de labor que lo ayudarían a cosechar el trigo que lo saludaban ya con sus herramientas en las manos. Apenas eran las siete de la mañana y el sol se asomaba con timidez por entre las montañas del País de los Vegetales, pero era el momento ideal para trabajar en el campo según la gente del lugar; la luz era suficiente y la temperatura la adecuada para no cansarse antes de tiempo.

Aiko continuó alimentando a las aves, no sin hacer algunos trucos innecesarios que para ella formaban parte de su entrenamiento autodidacta. Corría y saltaba esquivando a las gallinas, patos y gansos, aunque no había necesidad de hacerlo y levantaba con todas sus fuerzas los sacos de alimento y los baldes que llenaba de agua para hacerlos lo más pesados posible.

Kaori la observaba desde la ventana mientras preparaba el almuerzo y no podía evitar sonreír. De alguna forma entendía que aquel ímpetu y necesidad de aventuras provenía de su lado de la familia, aunque ella no lo poseía. Era una mujer tranquila y pacífica, y por la misma razón, nunca le había hablado sobre ninjas a su hija hasta que un día la pequeña llegó corriendo a sus brazos diciendo que ya sabía lo que quería ser de mayor y que quería comenzar su entrenamiento cuanto antes.

Aunque le contó todo lo que sabía sobre los ninjas, con especial énfasis en los riesgos que aquella ocupación significaba, fue imposible que su hija cambiara de parecer. No se atrevió a contradecirla, porque supuso que como todo niño cambiaría su sueño en poco tiempo. A los meses querría ser doctora, actriz, cocinera... pero ese no fue el caso de su hija, aunque aún no perdía la esperanza de que la pequeña remolino cambiara de opinión.

En aquella ocasión Kaori habló con las madres de los niños con los que Aiko jugaba y estas le contaron que unos ninjas de Konoha habían estado en la aldea. Los niños los habían seguido admirados y los habían visto pelear y ganar sin esfuerzo. Dos años después de aquello, Aiko era la única del grupo en que insistía en que sería tan o más buena que aquellos forasteros.

El Oasis (Gaara x OC)Where stories live. Discover now