Aiko no es genin

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Durante los cinco años que duró el entrenamiento de Aiko, su madre no dejó pasar ni un solo moretón o rasguño para insinuar lo peligroso que sería su vida cada día si continuaba con eso. Aiko decía lo mismo de ella y su padre cuando estos aparecían con rasmillones en las piernas por las espinas, cortes en las manos por las herramientas e incluso quemaduras en sus rostros por las largas horas de trabajo bajo un sol ardiente. Las heridas y el dolor son parte inherente de la vida, y Aiko lo sabía muy bien, aunque luego comprendió mejor que el cariño de su madre era tal que cegaba ese pensamiento de su mente y lo cambiaba por un ideal surrealista de que a su- en ese entonces- única hija no le pasaría nada.

Cuando Aiko llevaba exactamente dos años y medio entrenando bajo el amparo de su maestro Kikunojō, Kaori dio a luz a dos pequeños mellizos: un varón y una niña con los ojos castaños de su madre y el incipiente pelo oscuro del padre. Aiko estaba contenta con sus hermanos y con mayor razón, trabajó duro durante el resto de su entrenamiento. Ahora tenía dos personitas más a las que defender.

Kikunojō estaba gratamente impresionado con los avances de su pupila más joven, quien demostraba una agilidad y fuerza innata, heredada de una familia que por generaciones requería de tales dones para trabajar en el campo. Manejaba además muy bien los shurikens y los kunai, no así las espadas y otras armas ninjas que a Aiko no le llamaban la atención. Era cooperadora al momento de trabajar en equipo y se llevaba bien con el resto del grupo de estudiantes que tenía a su cuidado. Aprendió con una facilidad esperable a reconocer diversas plantas tanto curativas como venenosas y a fabricar antídotos y otros remedios. Además, tenía una gran cantidad de chakra y un muy buen control de este, por lo que Kikunojō puso especial énfasis en enseñarle el arte ninja floral, a pesar de que este era un jutsu secreto.

- Aiko, debes entender la seriedad de esto- comenzó a decirle, levemente arrodillado para alcanzar los ojos de su pequeña aprendiz- El ninjutsu florar es un jutsu secreto que solo se enseña entre miembros de un mismo clan- sonrió con tristeza- Yo no tengo descendencia para enseñarles estos trucos, pero confío plenamente en tu lealtad al país y hacia mi como tu sensei. Jamás se lo enseñarás a otros a no ser que sean tus hijos ni le contarás a nadie que lo estás practicando. Úsalo solo cuando la ocasión lo amerite.

Aiko miró a su maestro con solemnidad y asintió. Se sentía honrada por ser la elegida para cargar con esa sabiduría de su parte. Miró sus ojos negros profundos y expresivos y asintió con seguridad. Deseaba que algún día sus ojos marrones brillaran con la misma intensidad y convicción que la de su sensei. Kikunojō sonrió y la abrazó. La quería como una hija, e incluso podría serlo, ya que el tono de piel y el color de cabello eran muy similares, sin embargo las facciones eran una copia exacta de su padre, Fuji.

- Comenzaremos mañana- sentenció luego de ponerse de pie- ¿Crees que puedas llegar más temprano?

- Sí- asintió Aiko emocionada.

Aquel trato se celebró el mismo día en que cumplía los diez años; ese era el regalo de parte de su maestro. Desde entonces, aumentó sus estudios sobre flores y plantas, no solo del país, sino que se esforzó por recolectar información de las aldeas más cercanas. Asumió que el ninjutsu podría ser mejor con cierto tipo de flores, por lo que comenzó a cultivar diversas variedades en su casa bajo pretexto de que le gustaban- aunque no era mentira- para poder practicar con ellas mientras su familia dormía. Desarrolló con mucho esfuerzo la capacidad de dibujar y completó muchos cuadernos con dibujos y conocimiento detallado sobre las plantas que estudiaba, la mayoría enseñadas por Kikunojō hacia todos sus estudiantes por igual, y otras tantas estudiadas por ella misma. Su madre incluso llegó a creer que se convertiría en botánica, y aunque a Aiko la idea no le desagradaba del todo, ella quería pelear.

El Oasis (Gaara x OC)Where stories live. Discover now