—Y ahora... ¿Puedes decirme qué colaboración tenéis entre manos tú y Aquiles? —La mujer verde había ido directa al grano. Necesitaba saber el poder que tenía Nydia, qué valoraba Aquiles hasta el punto de tratar dominarla de forma tan brusca. Un verde puede atacar a una hembra para hacerla su sumisa de muchas maneras, pero teniendo tanto tiempo entre manos podía recurrir a varios métodos. El más extendido era el de la sumisión por conquista y dependencia. El general había usado la violencia, lo que demostraba que quería dominarla lo más rápido posible, hacer que su personalidad desapareciera para convertirla en un ser totalmente dependiente de él. Pero con Nydia se equivocaba, ella no cedería, y tampoco iba a permitir que eso sucediera, porque ella era mía.

—Digamos que tengo la solución para un problema que tiene. —Esa respuesta me intrigó, ¿tendría algo que ver con que su gema aún brillase? En un lugar tan apartado y aislado del exterior como este seguramente no habrían llegado noticias de que ella era la reina blanca, y mucho menos los rumores que corrían por ahí de que era capaz de resucitar gemas negras.

—¿Qué problema? —¿Estaba a punto de descubrirlo? No creía, Nydia era demasiado prudente como para desvelar información sensible a una desconocida, a todas luces hostil.

—Eso mejor me lo reservo. —Esa era mi chica lista.

—Entiendo. Entonces no tienes otro remedio que escapar. —¿Se estaba ofreciendo a ayudarla? Era una buena manera de que su puesto permaneciese inalterable. Si Nydia desaparecía ella conservaría su estatus y posición. Esta verde era muy inteligente, y no, no le ayudaría por ser un alma caritativa.

—No comprendo. —Estiré el cuello para comprobar la distancia a la que estaba el soldado. Si escuchaba como la mujer verde proponía una traición hacia su superior, seguramente intervendría.

—Es lo que diré cuando me pregunten, que escapaste. —¿Cuándo pregunten qué? Giré mi cabeza bruscamente hacia ellas, para encontrar la imagen más aterradora que pudiese imaginar. Aquella mujer empujó a Nydia hacia el precipicio.

El rugido salió de mi interior con furia. No me importó que el soldado me oyese, no me importó que estuviese prevenido contra mi ataque, iba a matarle para llegar hasta Nydia. Ella... No podía pensar en que caería por aquel precipicio y su cuerpo impactaría contra el suelo.

El cuchillo Solari ya estaba en mi mano cuando salté hacia él. El filo rebanó su cuello con precisión, cortando su arteria carótida de un solo tajo. Solo un cuchillo como ese podría atravesar con tanta facilidad la piel de un verde.

Pero no me detuve a ver como se desangraba o cuanto tardaba en hacerlo. Cuando mis pies tocaron el suelo, corrieron en busca de la mujer verde que me había arrancado el alma. Ella moriría, pagaría con su vida la muerte de mi mujer. Y después... Después me reuniría con ella, iría hacia mi mujer para sufrir su mismo destino. Vivir sin ella no sería una vida. Lo único que podía darle era venganza.

Todo el dolor y la ira que había provocado el asesinato de mi mujer, se vio reforzado por todo el odio y rencor a los verdes, acumulado durante décadas a causa de mi esclavitud y la de mi familia. Las vejaciones, agresiones y hambre al que nos sometieron a todos los rojos, las heridas y fracturas que padecí en mi cuerpo, que sufrió mi padre, aumentaron la ira de mi interior, dándome una fuerza que nunca pensé que podría albergar un simple gato.

Mi cuchillo voló como un águila de los fiordos, esquivando cualquier defensa, cortando toda superficie humana que encontraba a su paso. Aquella verde no podía detener mi ataque, porque mi fuerza superaba 10 veces la suya.

Sus gritos no me detuvieron, sus insultos, ni siquiera la súplica por su vida que su garganta escupió como último recurso antes de que le asestara la última puñalada, la que iba directa a su corazón. La sangre que resbalaba por mi mano, la que salpicaba mis ropas, mi cara, no era suficiente pago, tenía que cobrarme su vida de forma rápida, porque no tenía tiempo que perder, mi mujer me llamaba. Juntos atravesaríamos las puertas del otro lado, donde la madre de tierra de este planeta nos acogería en su dulce seno.

Un último grito de ira y dolor escapó de mi garganta mientras mi cuchillo se precipitaba con fuerza hacia su destino. Nada me detendría, nada...

Una ráfaga de viento me golpeó a la espalda, haciendo que mi cuerpo se tambalease. Pero aún mayor que la sorpresa por aquella fuerza desestabilizadora, lo que me dejó conmocionado fue el fogonazo de luz que me golpeó desde mi costado. No podía ser una explosión, porque no hubo un ruido ensordecedor que la siguiese, solo un leve silbido ascendente, que parecía seguir la fuente de luz.

No sabía que era, pero estaba preparado para afrontar lo que fuese. Giré la cabeza para encontrar una enorme figura sobrevolando mi cabeza, cuya trayectoria terminó casi a mi lado. Cuando la luz pareció disminuir su intensidad, o cuando mis ojos se acostumbraron a aquella intensidad, pude distinguir lo que tenía ante mis ojos. Nydia estaba allí, frente a mí. Mi corazón saltó de nuevo a la vida, inundando mi alma con una luz igual de intensa a la que habían experimentado mis ojos. ¿Ella había ascendido en una esfera de luz? La Luz a su alrededor fluctuó, o mejor dicho se movió, como si se plegara. Entonces lo vi, eran unas enormes alas de luz, pero no eran suyas, eran de el ángel que la había salvado de la muerte, eran de Kalos.

El clan del viento - Estrella Errante 3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora