Puede estar tranquila, señorita, sabemos controlarnos —dijo Luigi con voz conciliadora, adelantándose a Alhaster.

—Eso espero —asintió la líder—. Instálense rápido, la cena será tan pronto se oculte el sol. Espero que a todos les guste la carne.

No me sorprendí al ver otra fogata, de un tamaño mucho más reducido a la anterior, en el medio de la manada, rodeada de muchas cabañas y alguna que otra casa hecha de ladrillos. Ingresé con mis amigos a la cabaña en la que nos quedaríamos, contenta al saber que al menos aquí no tendría que pedir hospedaje. Era muy acogedora, con varias habitaciones sencillas, separadas por puertas con apariencia rustica y destartalada, pero cómodas y amobladas con camas sencillas o dobles y algún objeto particular.

El hada compartió una con Haliee; Castiel se pidió una para él solo, llevando a Kira consigo; mi padre quedó con Piwi, y la última y más espaciosa me la dejaron a mí. Según Alhaster, las princesas necesitaban espacio para ellas y su ego. Por supuesto, no respondí a eso, sin intención de pisarme la cola.

—Me quedaré en la cabaña de Lu. Para ser claro, ya que nunca se los mencioné directamente, ella es mi hermana. Aunque creo que alguien ya se los había dicho —vi al hada agachar la cabeza avergonzada, como asumiendo la culpa—. Apúrense, el que no llega rápido se queda sin comida.

Había carne de todo tipo, sopa y varios tipos de fruta, en cantidades inhumanas, bebidas que mi padre me señaló como tradicionales y mucha, pero muchas piedras localizadas de manera dispar alrededor del fuego. Chicos y chicas cocían y servían las carnes sobre tablas de madera, para algunos, y en las manos o bocas para los que así preferían. Algunos licántropos permanecían en su forma animal, comiendo la carne cruda en el suelo, y otros se limitaban a esperar que les llegara el alimento, que parecía no escasear, contrario a la advertencia de Brennan.

Todo era delicioso y el clima entre los lobos era muy agradable. Había un aura de sumo respeto entre los licántropos; cuando uno hablaba para contar lo que había sucedido durante el día o tal vez para contar una anécdota del pasado, todos callaban y escuchaban con atención. Lu devoraba su trozo de carne, mientras Brennan miraba a hurtadillas a Cassie, sentada junto a mí.

Alguien hizo un chiste que provocó una carcajada en cadena, pero de repente el silencio nos cubrió. Las miradas se posaron detrás de mí y con lentitud me di la vuelta.

Un hombre alto, fornido y de cabello castaño largo, con ojos del mismo color, y piel morena, me observaba con detenimiento. Tenía una cicatriz que recorría su pómulo izquierdo y se detenía justo en su labio superior. No era atractivo, pero trasmitía un aire de superioridad tal, que su apariencia no era desagradable. Tragué mi último bocado con rapidez y me levanté esperando que hablara. El hombre me sacaba unos treinta o más centímetros de altura, por lo que, debido a la cercanía, tenía que mirarlo levantando el rostro.

—Tú debes de ser Ilora —dijo con voz gruesa, demasiado alta y formal, como para que generara respeto y, quizás, un poco de temor en quién la escuchara. Por lo que no me sorprendió sentir un leve escalofrío.

—Así es señor —respondí, sorprendida de que no hubiera balbuceado.

—Ilora, él es Raiquen. Uno de los hombres en quién más confío y al que espero te dirijas con respeto —explicó Lu, poniéndose de pie.

Los lobos a nuestro alrededor permanecían en silencio. Nadie se atrevía a interrumpirlos.

—Es un placer —hice una pequeña reverencia, tal como había hecho con los líderes.

—Espero poder decir lo mismo con el tiempo, princesa —respondió.

Sentí una bola helada danzar por garganta hasta llegar a mi estómago. El crepitar del fuego hacía que las llamas dibujaran su rostro y resaltaran su cicatriz, que ahora notaba parecía hecha por garras, dándole un aspecto más terrorífico del que ya tenía.

CDU 2 - El legado de Faedra [GRATIS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora